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Niña Mala

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Disfrutaba hace poco de la inteligente y alegre compañía de Fernando Orgambides. Perdón por el pleonasmo: la inteligencia siempre es alegre. En los veladores del Café del Centro, uno de los lugares más ‘cool’ de Cádiz, en calle San José, entre Mina y Ancha, una especie de Calle Mayor, en la cual todo el mundo se saluda. Hablábamos de su espléndido trabajo de investigación acerca del abogado y filósofo krausista gaditano Manuel Rodríguez Piñero, uno de los teóricos esenciales del republicanismo español. Muy recomendable el libro que sintetiza sus trabajos, más aún en tiempo de debates sobre la vigencia de esa propuesta dos veces frustrada. Los periodistas sagaces como Fernando todo lo pillan, y al hilo de un personaje de paso, comenta la corriente de gentes con posibles que discretamente se instalan en Cádiz, una ciudad que ofrece el encanto de un patrimonio ancestral, combinado con una serie de servicios poco frecuentes en «ciudades museo». Bien cierto que cada vez se ven más guiris por la ciudad. Todas las mañanas acudo al puesto de zumos de verduras y frutas de mi amiga Margarita en el Rincón Gastronómico del Mercado Central, y normalmente me veo en la cola como el único indígena.

Suelo enseñar la ciudad a algunos visitantes, y estoy acostumbrado a preparar planes adecuados a cada cual. Ayer mismo me visitó una prima, excelente fotógrafa que se la conoce como Niña Mala. Las chicas de mi linaje sacan partido al apellido, como María Malo cuya firma Mala Mujer de ropa playera disfruta de justificado nombre. Niña Mala quería ver Cádiz y dije: Vamos a La Caleta, dispones de poco tiempo y si no la ves, nunca podrás decir que visitaste Cádiz. Desde los veladores de La Quilla le sorprendieron los Castillos que ciñen la bocana de la antigua Canal, pero no quiso escuchar historias de fenicios, se descalzó y sus bellos pies hicieron al sol más luminoso y a las golondrinas más alegres y juguetonas. Dibujó sus huellas en la fina arena dorada, desafió las piedras que formaron un día parte de formidables edificios y su cuerpo conquistó las aguas. Geniales sus pies sensuales y salados al regresar para terminar su copa de vino.