Un hombre lleva en brazos a una mujer herida tras un ataque del régimen con barriles bomba en el norte de Alepo. :: BARAA AL-HALABI / AFP
MUNDO

La Siria de El-Asad se vuelca con su líder

Los seguidores del régimen hacen una demostración de fuerza al acudir en masa a las urnas entre los morteros de los grupos opositores

DAMASCO. Actualizado: Guardar
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Victoria. El régimen sirio trasladó los avances del Ejército en el último año a las urnas y la jornada electoral se convirtió en un enorme festival en honor a Bashar el-Asad, comandante en jefe de las fuerzas sirias, que seguirá otros siete años en el poder. Desde primera hora de la mañana los centros de voto de Damasco se convirtieron en una celebración permanente que se alargó de siete de la mañana hasta la media noche ya que la Comisión Electoral decidió alargar el voto cinco horas debido a la «fuerte afluencia de votantes». Una celebración que se desarrolló entre los morteros de los grupos de la oposición armada que intentaron obstaculizar los comicios y los bombardeos de la artillería y aviación del Ejército sobre las zonas rurales del anillo de la capital con presencia insurgente.

Los cazas volaban a muy bajo y la gente levantaba la cabeza ante el estruendo. «No pasa nada, es lo habitual. Nosotros acudimos a votar y ellos nos tiran morteros, pero las cosas van a cambiar tras las elecciones porque el mundo ve esta multitud de apoyo a El-Asad y sabe que es un apoyo sincero», opina Bassam Abu Abdala, director del Centro de Estudios Estratégicos de Damasco.

De los 9.601 centros de voto que se abrieron en la Siria bajo control del régimen, 1.563 se encontraban en una capital blindada por las fuerzas de seguridad.

Hoteles, ministerios, oficinas de turismo (cerradas desde el estallido de la crisis), compañías de seguros, bancos, agencias de alquiler de coches y hasta colegios. «cualquier espacio es bueno para instalar una urna, no hay problemas», confiesa Ehsan Atari, interventor en un centro situado en una antigua oficina de alquiler de vehículos a cuyas puertas hay un grupo de «jóvenes observadores de la campaña de El-Asad», según se define Leen Haidar, de catorce años y enfundada en la camiseta de campaña del presidente. La observación internacional en el proceso corrió a cargo de estos grupos de voluntarios y de observadores llegados de Irán y Rusia, grandes aliados del régimen desde el estallido de la crisis.

Frente al edificio del Sindicato de la Federación de Trabajadores una gran cola colapsa la carretera y un grupo de músicos de boda ameniza la espera de los votantes. Hay que entrar casi a empujones hasta una mesa en la que la gente ejerce su derecho sin necesidad de esconderse detrás de una cortina. Dan su nombre, recogen la papeleta, marcan la foto de El-Asad y la introducen en la urna. «Estamos en situación de guerra y votar es un deber. Vamos a demostrar a Occidente que estamos con Bashar y estas elecciones le harán aún más fuerte, las elecciones son un arma más en nuestra lucha», apunta Izdehar Zaher, cubierta por una bandera nacional y un pin con la foto de El-Asad en el pecho.

En cada centro de voto las fotos de los tres candidatos presiden la mesa electoral, pero ninguno de los votantes consultados duda a la hora de mostrar su preferencia por el actual mandatario, «el único que nos puede devolver a vida que teníamos antes, la única alternativa posible», apunta Samih Hasan, profesor de secundaria en la capital. Nadie habla de los otros dos candidatos a la presidencia, el empresario Hasan al-Nuri y el miembro del Partido Comunista, Naher al-Hajjar, convidados de piedra en unos comicios históricos porque por primera vez en las papeletas aparecieron nombres distintos a los de la familia gobernante.

Sangre por tinta

«No vamos a votar, pedimos a los ciudadanos el boicot porque este proceso no ayuda a un futuro proceso de reconciliación, es un proceso unilateral, sólo para una parte de Siria», denuncia Annas Joudeh, miembro del grupo Construcción del Estado Sirio desde la oficina central de este movimiento en el centro de la capital. Un mensaje similar al lanzado por la oposición en el extranjero y los gobiernos occidentales que definieron las elecciones de «farsa», pero con poca influencia para hacer frente a un régimen que puso todos los medios posibles para favorecer una alta participación.

En el colegio francés de la calle Bagdad, donde cursó sus estudios Bashar Al Assad, no están para teatros. Dos fotos enormes de su exalumno presiden el edificio de cinco pisos en el que algunos ciudadanos prescinden del bolígrafo y piden al presidente de la mesa permiso para votar con sangre. «Es un voto contra Turquía, Jordania y los países del Golfo que nos han enviado terroristas para acabar con Siria, no podrán con nosotros», grita un anciano mientras se pincha con un alfiler en el dedo pulgar y deja caer gotas de sangre sobre la cara del presidente en la papeleta.

«Los progresos del Ejército en el campo de batalla han sido la mejor campaña electoral posible para El-Asad, después de meses de incertidumbre la gente se sube al que considera caballo ganador», confiesa un funcionario del régimen mientras autobuses y más autobuses de votantes recorren las calles centrales de una capital que, pese a ser día laboral, está semidesierta y con muchos comercios cerrados por el miedo a ataques. La fiesta de los más leales al régimen se alargó hasta la media noche, pero la inmensa mayoría se recogió antes de anochecer entre el estruendo permanente de explosiones.