El último de la Transición
Con la abdicación del Rey, desaparecen de la vida pública todos los protagonistas del tránsito de la dictadura a la democracia
Actualizado:Existe la convención de que el Rey, Adolfo Suárez, Felipe González, Santiago Carrillo y Manuel Fraga fueron los protagonistas principales de la transición. Con la abdicación de don Juan Carlos ninguno figura ya en el primer plano de la vida pública. Fraga, Carrillo y Suárez han fallecido en los dos últimos años; González, aunque efectúa incursiones políticas, está en un segundo plano más dedicado a su actividades privadas; y al Rey le aguarda un futuro por definir una vez que ceda la corona a su hijo Felipe de Borbón.
Casi cuatro décadas después los cinco muñidores de aquella compleja operación política están amortizados ya sea por ley natural, en el caso de los tres difuntos, ya sea por decisión personal de los dos supervivientes. En aquellos años trenzaron amistades, pero también enemistades. El Rey era el común denominador de aquellas conexiones a cuatro bandas, y tuvo una relación cordial con todos, más con unos, González y Carrillo porque la Corona sabía por historia que su futuro dependía en buena medida del respaldo de la izquierda, que con otros, Suárez y Fraga.
Con el primer presidente del Gobierno de la democracia, don Juan Carlos pasó de una estrechísima amistad a un gélido distanciamiento, al punto de que llegó a forzar su salida de del Ejecutivo en 1981. Aunque aquel enfrentamiento, fruto de la convicción del Rey de que Suárez se había convertido en una rémora para el fortalecimiento de la democracia, se atemperó con el paso de los años y la enfermedad del expresidente, al que el jefe del Estado rindió un sentido homenaje en los últimos meses de su vida y tras su fallecimiento el 23 de marzo pasado.
Con Fraga nunca hubo química, sí un trato correcto, desde que el Monarca excluyó al exministro franquista de la terna para que el Consejo del Reino escogiera al presidente del Gobierno en 1976. Para el cofundador de Alianza Popular, don Juan Carlos y Suárez siempre fueron demasiado deprisa, aunque compartiera algunas de sus iniciativas mas no la oportunidad. Pero sobre todo, Fraga nunca perdonó al Rey que le privara de la posibilidad de ser el primer presidente democrático del Gobierno, un fracaso que le abocó a cargar para la historia con la vitola de exministro de la dictadura.
Felipe González fue probablemente el jefe del Ejecutivo con unos lazos más estrechos con don Juan Carlos. El líder socialista y el Rey establecieron un modelo de relación que ha perdurado en el tiempo. Los despachos semanales, la elaboración de los discursos y el papel internacional del Monarca quedaron definidos en el mandato de González. Existía además una sintonía personal entre ellos que iba más allá de los habanos que compartían enviados por Fidel Castro. La amistad ha perdurado aún después de que el socialista abandonara la Moncloa y sus conversaciones son frecuentes a la par que discretas.
Con Carrillo se produjo una espectacular conversión del líder comunista al juancarlismo. Opinaba en 1975 que el Rey era un «tontín, marioneta de Franco, un pobre hombre incapaz» que iba a durar «unos meses» en el trono. Años después confesó que la instauración de la Monarquía fue «un acierto». Hasta que dejó la secretaría general del PCE en 1982, Carrillo fue un habitual en la Zarzuela, en la que estuvo incluso cuando su partido aún era ilegal.
Centro de operaciones
Los vínculos que trenzó el Rey con los líderes políticos de la transición no tuvieron continuidad en el tiempo. No los mantuvo con José María Aznar ni con José Luis Rodríguez Zapatero o con Mariano Rajoy. Es que en aquellos años don Juan Carlos era un actor político de primera línea y en la Zarzuela se diseñaron múltiples operaciones. Carrillo denunciaba escandalizado que el Rey «conspira desde la Zarzuela». Por allí pasaron todos los implicados en el tránsito de la dictadura a la democracia, desde Torcuato Fernández Miranda a Jordi Pujol, pero también pulularon por aquellos despachos futuros golpistas como el general Alfonso Armada, al que solo el empeño de otro general, Sabino Fernández Campo, logró alejar del entorno real, aunque luego volviera.
Dos días después del fallido golpe del 23-F, don Juan Carlos convocó una cumbre política en toda regla con Suárez y los líderes del PSOE, PCE, Alianza Popular y de UCD, que por entonces era Agustín Rodríguez Sahagún, para analizar lo sucedido y buscar mecanismos de fortalecimiento del joven sistema democrático. Una reunión pública de la que dieron cuenta todos los medios de comunicación con lujo de detalles y que sería impensable años después y, por supuesto, hoy en día, con el Rey circunscrito a su papel constitucional de árbitro ajeno a los conciliábulos políticos. Todos los despachos del jefe del Estado con los dirigentes políticos permanecen ahora en el más absoluto de los secretos, solo trascienden los aspectos anecdóticos de las reuniones y nadie desvela las opiniones o comentarios del anfitrión.
El jefe del Estado, ayuno de apoyos del régimen franquista, se apoyó a su llegada a la Zarzuela en Fernández Miranda, su padrino político y que luego lo sería de Suárez, y en los líderes de los partidos legales e ilegales que se encontró en 1976. Tenían puntos de vista distintos, pero estaban embarcados en la tarea común de la transición, cierto que unos con más empeño que otros, y en ese trabajo forjaron amistades que algunos casos perduraron. A partir de la abdicación de don Juan Carlos el quinteto será historia.