LA HUELLA INTERNACIONAL
Actualizado:Para alguien nacido a finales de los años ochenta puede resultar menos evidente asociar directamente la figura de Juan Carlos I a la estabilidad o la democracia, hechos que tendemos a dar por sentado las personas de mi generación. Por ello, parece lógico subrayar el papel del Rey en materia internacional para comprender la magnitud e importancia de su figura.
Su proyección internacional no debe reducirse al tópico del Rey como Embajador de España, como si se tratase de un diplomático, un deportista o un cineasta. Su figura no es solo un símbolo de la modernización de nuestro país a ojos del mundo, sino también la de alguien capaz de dar visibilidad y continuidad a la política exterior española.
A diferencia de lo que ocurre con los cargos políticos en la democracia, con un claro carácter transitorio, la trayectoria del Rey le ha permitido ser una fuente de conocimiento y experiencia al servicio de la sociedad española. La permanencia que le ofrece su cargo le ha permitido dar continuidad a nuestras relaciones exteriores, sin depender de los vaivenes de sucesivos Gobiernos. Estas cuestiones pueden resultar obvias, pero en ocasiones cuesta darnos cuenta de su relevancia.
Sin embargo, dicha continuidad no se debe solo a su permanencia en el cargo, sino también a su capacidad para establecer vínculos personales con mandatarios extranjeros. Así, el Rey Juan Carlos I ha coincidido con hasta diez presidentes estadounidenses. Fue el primer jefe de Estado europeo que recibió el presidente Obama en la Casa Blanca, y a pesar de los cambios en las relaciones entre nuestros países -como quedó reflejado en el tránsito del Gobierno de Aznar al de Zapatero- el Rey aportó fluidez y continuidad a las mismas.
Otro de los aspectos clave de su papel internacional es el liderazgo demostrado por don Juan Carlos al impulsar la celebración de las Cumbres Iberoamericanas. Sin olvidar sus excelentes relaciones con los países árabes, empezando por Marruecos y Jordania -tanto con ambos monarcas como con sus respectivos padres- así como con los países del Golfo, cuya amistad ha generado grandes contratos para las empresas españolas.
Por ello, y a pesar de que se tiende a ensalzar la figura del Rey a nivel nacional, para mi generación no ha sido tanto un símbolo de un proceso interno -como lo pudiera ser para nuestros padres- sino que es el promotor de la España moderna hacia el exterior.