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El Fandi, en una imagen de archivo. :: LA VOZ
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La nobleza indultada

A pesar del reguero de trofeos, El Fandi, Luque y Castella no pudieron lucirse en una corrida anodina La terna sale a hombros tras una tarde sin fuerza en Sanlúcar

PEPE REYES
SANLÚCAR.Actualizado:

Con dos toros indultados y un reguero de trofeos conseguidos, cualquiera diría que ha asistido al culmen absoluto de la tauromaquia. Pero nada más lejos de la realidad. Fue una corrida marcada por una manifiesta falta de fuerzas y de poder del ganado lidiado, que no aportó un ápice de emoción ni de trascendencia a lo que en el ruedo ocurría. Y sin emoción no hay fiesta o es una fiesta adulterada. Ninguno de los ejemplares ofreció un mal gesto, una mala mirada a sus matadores, lo que permitió a éstos permanecer muy a gusto en la cara de sus toros, a los que exprimieron hasta el último atisbo de acometidas que le brindaban. Para ello, claro está, hubo de obviarse casi al completo la suerte de varas, suerte en desuso en estas calendas que vive la fiesta. El público, muy festivo y receptivo, se lo pasó en grande jaleando las faenas más o menos anodinas que la terna brindaba y hasta, en ominosa confusión de nobleza con bravura, solicitó alegre y vehemente sendos indultos, que fueron concedidos.

Con variado saludo capotero recibió El Fandi al toro que abría plaza, que ya perdió las manos antes de topar con la cabalgadura. Mostró después su gimnástica tauromaquia en portentosa exhibición de cualidades físicas, con pares de poder a poder, de la moviola y de dentro a fuera, que resultaron tan espectaculares como reunidos. La embestida de la res era tan boyante como carente de transmisión, con ausencia total de fuerzas, recorrido y poder. El granadino lo muleteaba una y otra vez hasta que el animalito claudicó y se tumbó en el albero en tres ocasiones sucesivas. Ignominiosa estampa de una parodia burda de tauromaquia. En el cuarto vino lo bueno. Aunque el toro acometió a los capotes con la cara alta y con corto recorrido y no se picó, una vez superado el espectáculo rehiletero se vino arriba en el último tercio y empezó a acometer con cierto ímpetu y largura a la pañosa de el Fandi. Éste planteó una faena cuantitativa con abundamiento de naturales, en su inicio, y de derechazos y adornos varios en su tramo final. La infinita bondad del toro se lo permitía todo. Y hasta hizo confundir con casta y bravura lo que era sólo nobleza y boyantía.

Idéntico episodio al vivido con el tercero de la tarde. Indultado también tras haber tomado sin codicia alguna el capote de Daniel Luque y con el que la suerte de varas fue un mero simulacro. Igual de noble como sus hermanos, el ápice mayor de fortaleza que mostró permitió al sevillano disfrutar de lo lindo ante él. Trasteo iniciado con estatuarios resueltos con trincherazos y pase del desdén, que dieron paso a tandas de redondos y naturales, espaciadas por parsimoniosos paseos. Incluso ensayó con éxito una lucida serie de naturales invertidos. Cuando el animal se encontraba ya extenuado de tanto embestir, surgiría el primer run run de un indulto, que el usía no dudó en conceder. El sexto, no tan dúctil ni bobalicón como el resto, permitió contemplar a Luque en una versión de entrega y de sometimiento del animal.

Poca trascendencia poseyeron los trasteos de Sebastián Castella ante dos enemigos cómodos pero sin fortaleza. Cuando el francés bajaba un poco su mano, sus oponentes perdían las suyas. Alguna serie ligada al natural, sin obligar demasiado, constituyó lo más destacado de la labor del francés, quien sólo pudo dejar entrever ese toreo hierático, impávido y vertical que tanto le caracteriza. Sus faenas resultaron demasiado largas y hasta cansinas, en las que se dio un verdadero festín de pases incontables en esmerado aprovechamiento de tan nobilísimas embestidas.