Desmontando al político que no quiere vecinos rumanos
Actualizado:No sería justo decir que a Nigel Farage no lo conocía nadie en Reino Unido hasta el pasado fin de semana, pero sí es cierto que desde que el domingo su partido barriera en las elecciones europeas, todo el país quiere saber más sobre el hombre que va a condicionar la política británica durante mucho tiempo. Para conseguir la mayor cantidad de información posible, los periódicos británicos, que ya tenían controlada a la primera fuente (él mismo), han decidido buscar a la segunda: su esposa. Y lo que ella ha contado tiene bastante interés.
Para empezar, resulta que la mujer de Farage, Kirsten, no es británica, sino alemana, un hecho ciertamente curioso si se piensa que el político del UKIP se considera a sí mismo y a su partido como los guardianes de las esencias patrias. Vamos, que el bueno de Nigel, divorciado de su primera esposa, no encontró otra paisana con la que rehacer su vida y tuvo que cruzar a su odiado "continente". Para muchos de los compatriotas de Nigel, además, los alemanes siempre serán los terribles enemigos de las dos guerras mundiales, así que por ahí, el líder ultraderechista les ha salido heterodoxo.
La cosa, sin embargo, se vuelve más británica cuando se traspasa el umbral de la casa de Farage. Dice Kirsten que su marido, que siempre que puede se fotografía en un pub y con una pinta en la mano, "bebe y fuma demasiado", y en eso empatiza Nigel con gran parte de su electorado, aunque no con su esposa, que muestra una gran preocupación por el estado de salud de su marido. "No puede dormir demasiado, no descansa mucho, vive con frecuencia impulsado por la adrenalina, no toma almuerzos regulares", dice Kirsten, que confiesa que ya empieza a hablar "como si fuera su madre".
Pero la señora Farage se pone más seria cuando le cuestionan por si su marido es racista. "Si fuera un racista, yo no estaría con él. No creo que tenga una pizca de maldad en su cuerpo, no es un abusón, le gusta hacer las cosas bien", afirma Kirsten, aunque su marido ha afirmado en alguna ocasión que si una familia rumana se instalase en su vecindario, él se sentiría "incómodo".
La relación de Farage con los artilugios modernos es uno de los asuntos que trae como loca a su mujer. "Sinceramente, no sabe cómo usar un ordenador, y ya ha perdido el tren, no creo que vaya a aprender ahora", afirma. Y con el teléfono no es mucho mejor: "Tiene un móvil completamente obsoleto, puede enviar y recibir mensajes de texto y ya está. Si le digo que se siente a leer algo, puede desplazar el texto arriba y abajo, aprendió cómo hacerlo, pero eso es todo", dice la esposa. Quizá por eso a Nigel no le quedó más remedio que contratar a su mujer, con un buen sueldo del Europarlamento, para que le ayudara con la tecnología.