Sociedad

Ortega, una moderna «máquina de pensar»

El catedrático Jordi Gracia confronta al intelectual y al hombre en su iluminadora y nueva biografía de José Ortega y Gasset

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«Esta biografía narra numerosas batallas, pero sobre todo dos: la primera es la de Ortega contra todos; la segunda es la de Ortega contra Ortega mismo. Las dos son fulgurantes y en las dos pierde Ortega». Así presenta el catedrático y ensayista Jordi Gracia (Barcelona, 1965) su último desafío, una extensa e iluminadora biografía de José Ortega y Gasset (1883-1955) que publica Taurus. Gracia ha revisado a fondo la obra de pensador para «redescubrirlo» y ha profundizado en el perfil más personal y menos conocido del filósofo. Indagando en una extensa correspondencia aún inédita y confrontando al hombre y al intelectual, desvela la faceta más personal del pensador español más reputado e influyente del siglo XX, a quien se refiere como «una máquina de pensar».

Más de un lustro ha dedicado Gracia a restablecer las coordenadas intelectuales y biográficas del autor de 'España invertebrada'. Pero con el trabajo concluido presume de haberse aproximado a la médula del intelectual y fulgurante filósofo, pero no de haber alcanzado la del hombre y sus múltiples perfiles. «A este libro le falta algo que no he sabido encontrar. No he dado con la ruta que lleve a la intimidad de este hombre, al lugar de lo frágil y lo incierto, al espacio intersticial donde la luz se apaga, la melancolía rumia o los sentimientos se licúan sin fuerzas ni para pronunciarse». Ha buceado por las más 10.000 páginas de las obras completas de Ortega y ha tenido acceso a sus cartas, un ingente legado epistolar que permanece inédito del que tiene por «el pensador y ensayista más moderno, estimulante y perdurable de la España del siglo XX y de mayor difusión en Europa». «Sin el celofán académico -escribe- el Ortega de esta biografía es un héroe intelectual valiente, frágil, irritable, transgresor, ateo militante y ruidosamente jovial», resume el catedrático de Literatura española.

Concede Gracia la misma importancia al perfil intelectual que al vital de Ortega, convencido de que «las causas profundas del pensador están en los avatares del hombre». Se refiere a «su petulancia y a sus desfallecimientos, a sus coqueterías sentimentales y su autoestima desatada», y no elude «su magalomanía y su mesianismo». «Ortega solo será Ortega visto desde dentro y desde fuera», apunta de un intelectual «insultantemente inteligente, imperialmente seguro de sí mismo y plenamente consciente de su excepcionalidad» que define como «una máquina de pensar».

Para desentrañar la privacidad de Ortega como espejo de su aventura intelectual ha sido determinante el acceso a las cartas del pensador. Un filón de inestimable valor, ya que un precoz Ortega se carteó con los grandes protagonistas de su tiempo, de políticos como Manuel Azaña a poetas como Juan Ramón Jiménez, pasando por colegas como Ramiro de Maeztu, Miguel de Unamuno, Eugenio D'Ors, María Zambrano o José Bergamín. Una correspondencia de la que Gracia destaca su carácter envarado «casi oficial» y en la que no hay resquicios a la intimidad.

A todos sus corresponsales les trata Ortega de usted y solo se tutea con Victoria Ocampo. El biógrafo deduce de esta distancia «cierta incapacidad para gestionar las relaciones personales, para bajarse del pedestal». Tanto que «la soledad radical de la que habla puede tener mucho de soledad personal y no sólo metafísica».

Gracia trata precisamente de bajar del pedestal al autor de 'La rebelión de las masas' abordando «debilidades» como su «soberbia intelectual», su «engolado discurso» y cierta «sobrecarga retórica» que se atreve a definir como «cirrosis de estilo». También el desdén con el que Ortega miró siempre a las mujeres, ya fueran discípulas de la talla de Rosa Chacel o María Zambrano, o la escritora y editora argentina, Victoria Ocampo, una de sus tres amantes. «Se siente más cerca de las teorías que justifican la inferioridad de la mujer, antes que aceptar la evidencia de que muchas mujeres incumplen ese patrón, empezando por Ocampo, que denunciará esa miopía y será capaz de rebatirle y hacerle sufrir», señala el biógrafo.

La biografía es también una apuesta por liberar al pensado de lugares comunes, lacras y leyendas «como la de su franquismo o la complicidad con los fascismos». «No fue nunca franquista, pese a colaborar olímpicamente en el 'servicio nacional' de propaganda en 1938», escribe Gracia, que propone la desprejuiciada relectura de su obra «para redescubrir la enorme potencia del creador». Al hacerlo él se ha topado con un Ortega «vibrante, denso, potente, convincente y agresivo». También con un «superdotado, excepcional y un tanto «extravagante».

Cifra la extravagancia en su afán de conciliar liberalismo y socialdemocracia y en un radical ateísmo que el pensador jamás ocultó y que le granjearía, tras la guerra, la abierta enemistad de la Iglesia y de los vencedores. Tanto que, según el biógrafo ,«la Iglesia sabe que es la peor dinamita que ha engendrado la edad de plata, el peor ácido corrosivo de su legitimidad». Gracia se rinde al vigor intelectual de alguien que con 70 años piensa con la vibración de un muchacho de 20 de manera «potente, lúdica, intensa, y feroz». «Es el gran civilizador de las élites intelectuales españolas, que enseña a pensar sin supersticiones y la España del siglo XX le debe su mejor suerte», concluye.