Rabia
Actualizado:En muchas ocasiones la rabia es la expresión de la injusticia. Habrá quien no estará de acuerdo conmigo. Habrá quien piense, por el contrario, que la justicia es un lujo al alcance sólo de quienes la merecen, nunca el refugio que pretenden encontrar en ella los parias. He de explicarme.
Mi amiga Cristina tiene un hermano que cumple condena por un delito contra la salud pública. La situación de su familia, siete hermanos en paro y el banco al acecho, lo llevó a aventurarse en un transporte de droga a Portugal. Sorprendido por la policía del país vecino y víctima de la impericia del novato, huyó hacia la frontera dejando atrás su mochila. El tribunal portugués que juzgó su caso lo condenó en su día a seis años de prisión. Recurrida la sentencia, su hermano ha estado esperando durante cuatro años la ejecución de la misma sin saber en qué país tendría que cumplir, en el peor de los casos, la condena. El pasado 24 de marzo llegó la Interpol a su casa con la orden de trasladarlo a Madrid. El juez español ratificó la pena aunque le permitió acogerse a su derecho de cumplirla en una cárcel de nuestro país.
Ahora se encuentra en la penitenciaría de Soto del Real, donde casualmente comparte alojamiento con quien durante años se dedicó, amparado por el sistema político, a despellejar económicamente al país transportando sumas millonarias a paraísos fiscales. Ese hombre con pinta de galán trasnochado que se apellida Bárcenas y que ahora vomita veneno porque, según él, los cómplices del expolio no se dignan a echarle una mano.
Me cuenta mi amiga que en su primer vis a vis con su hermano, en compañía de su madre, coincidió con la esposa del ex tesorero del PP. Vestida con modelito exclusivo y complementos de firma, depositó la señora miles de euros en joyas en la bandeja para el preceptivo trámite del detector de metales. Gracias a esa casualidad pudieron disfrutar de la compañía de su hermano una hora más de lo estipulado por las normas.
Bárcenas ocupa celda individual en el Módulo de Respeto sin necesidad de mezclarse con la población reclusa. A la salida del centro penitenciario, mientras las familias de los presos se dirigen a pie hasta la parada del autobús, el chófer del hombre caído en desgracia espera a la señora a las puertas de la cárcel.