Un retroceso dista de ser una desaparición

Por esa tendencia que tienen los seres humanos, y sus medios de comunicación, a decretar nuevos estados, etapas distintas, los analistas de fuste o de barra, con altavoz público o en debates privados, se aprestaban ayer a certificar la muerte del bipartidismo político. Sin embargo, los números, y aún más en Cádiz, aconsejan ser mucho más prudentes, recomiendan usar otras palabras menos graves. Que los dos grandes partidos mayoritarios se han pegado un costalazo severo es algo incuestionable. La pérdida de votos de ambas formaciones suma unos cinco millones. Es una cifra lo bastante pesada como para provocar una profunda reflexión entre dos partidos que, con el agravante de la recesión, empezaron a despegarse de la ciudadanía y ahora parecen alejarse incluso de sus simpatizantes, de sus bases y votantes que les encuentran demasiadas traiciones por acción u omisión, por dar un volantazo a la ideología sobre la que descansan, en precario pero imprescindible equilibrio, sus siglas.

Pero considerar que esas dificultades son irresolubles o trasplantarlas sin ningún tipo de matiz a unas elecciones venideras (ya generales, autonómicas o municipales) puede suponer graves riesgos para el pronosticador. Una cita como las europeas del domingo tiene unos condicionantes de abstención y de experimentación o reprimenda por parte del votante que otras convocatoria de distinto signo, más cercanas en el ideario ciudadano, no tienen ni tendrán.

Los pequeños nuevos partidos, de programa desconocido o ideario de extrema izquierda en algún caso muy sonado, saldrán a bailar en un escenario muy diferente dentro de un año, de 18 meses o de 24, cuando se esperan las próximas llamadas a las urnas. Sólo entonces podrá dilucidarse si el bipartidismo en España ha empezado a morir o sólo sufría un enfriamiento.