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La calaña ante el espejo

FRANCISCO APAOLAZA
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Se levantó, miró a su mujer y no le dio ni los buenos días. Se afeitó, se puso la ropa del trabajo mientras ella hacía engullir el desayuno a sus hijos como si fueran patos de la Borgoña y salió de casa. Tomó el coche que estaba mal aparcado sobre la acera, porque los de la gorra pasaban siempre un poco más tarde. Qué más daba. Después, de camino al cole con los niños, pegó seis o siete bocinazos y estuvo a un tris de matarse contra uno de esos indeseables que circulan por el carril izquierdo pisando huevos. «Merecen una enfermedad», pensó, y les gritó por la ventanilla con esa ansia de la que habla Pérez Reverte, de ver al enemigo, no vencido, sino exterminado. Atrás lloraban los malditos niños.

Ya en el cole, como de costumbre, aparcó en tercera fila para soltar a los chavales. A esa hora, siempre había lío. Diez minutos antes, no, pero él quería dormir ese rato, no como esos pringaos que llevan a los críos andando. Los soltó, se fue al curro, pellizcó a la secretaria en el trasero, acojonó al becario en una esquina de su despacho, calentó la silla, pidió el doble de la dieta por aquel viaje que se inventó a Zaragoza y habló con el jefe de lo que iba a levantarse en B, directo a la hucha. Era de tontos pagar para que se lo llevara uno de esos tipos que no hacen más que pedir piso y paga.

Después salió, agarró el Twitter en el atasco y deseó un cáncer a dos o tres de los del equipo contrario. Mañana vería el partido, que era lo que de verdad le importaba, y no las Europeas, con toda la bronca esa entre el de la barba que parecía un señor de los bosques y la choni de polígono. Se tomó seis o siete. Total, el domingo no se levantaría ni para votar. Acodado en la barra del bar, trasegando con un palillo los restos de la tapa entre sus dientes de alimaña, señaló la pantalla de la tele y a los candidatos en el informativo y dijo con tono ladino: «Míralos, qué calaña». Ettore Scola dijo que el cine es un espejo pintado. Y la política, añado, una ventana a nosotros mismos. Mirad la tele: salimos guapísimos.