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Fábula de las abejas

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Bernard de Mandeville (1670-1733), médico holandés especializado en enfermedades nerviosas, escribió un libro con este mismo título en el que describía los seguros desastres de la sociedad si las relaciones entre las personas estuvieran basadas en el altruismo en lugar de la ambición determinada por el propio interés. La ciencia de la economía, al hilo de sus ideas, creó la actual imagen del consumidor que se comporta de manera razonable y predecible movido por su egoísmo y sus propias conveniencias.

La sociedad de consumo, hija de la Revolución Industrial, se nos presenta, en opinión de Tehodore Zeldin, como el remedio más efectivo contra el pesimismo y el aburrimiento ideado hasta la fecha por el hombre. Consumir significa, pues, en nuestros días alejarse a toda costa del peligroso borde de la depresión.

Se puede decir que este pasado fin de semana he abierto mi temporada playera en La Barrosa. He visto mucha más gente que en otros mayos. Pulso la opinión de los gestores de diferentes tipos de negocios y me responden, con satisfacción, que se nota una mayor alegría en el consumo. Habremos de concluir, pues, que si el consumo gana terreno a los habituales fármacos antidepresivos, es que se están dando los primeros síntomas de recuperación.

Que nadie se llame a engaño. Cualquiera que se haya visto apresado en carretera a la cola de una larga caravana sabe que el movimiento que comienza a generarse al reanudarse la marcha en la cabeza de la misma necesita cierto tiempo, en función de su largura, para transmitirse a los últimos conductores desesperados. En el caso de la maltrecha situación de nuestra economía, aun sin contemplar desastrosas recaídas, podemos estar hablando todavía de años para que el agua milagrosa del consumo diluya la tristeza de las vidas de los menos afortunados.

Así que el pasado fin de semana me vi inmerso en la primera oleada de los que a primeros de mayo ya pueden permitirse el lujo de desplazarse desde sus lugares de origen huyendo del pesimismo y del aburrimiento para disfrutar de la playa y dejarse llevar por la necesidad de consumir. Gente feliz que pela gambas, degusta helados y cierra las noches en las terrazas con el rito feliz del cubateo. Resulta curioso, pero mientras que se podría escribir mucho de los pesimistas, de esta gente feliz apenas si se puede decir algo interesante.