La ley de la libre incompetencia en el país de la codicia
El gaditano presenta su primera novela, un retrato hiperrealista, cínico y agrio de la demente rutina en las grandes empresas
CÁDIZ.Actualizado:Javier Warleta (Cádiz, 1962) dice que sólo puede escribir de lo que no entiende, de lo que no puede explicar. Lo poco que cree conocer, entender, le interesa poco. El resto, le intriga y trata de preguntarse mediante la escritura. De su experiencia como ingeniero y directivo en grandes empresas como Abengoa e Indra, le quedaron demasiadas interrogantes. Sobre todo «¿para qué? ¿qué sentido tiene que gente que gana millones de euros, que ha ganado el dinero que no podría gastar en miles de años, se levante cada día obsesionada por ganar más? ¿qué sentido tiene tanta codicia?». Con esa duda como base escribió 'Diarios de Guerra. Madrid 2011', la novela que presenta hoy en la Feria del Libro (18.30 horas con la colaboración de María José Vaquero, directora de la Biblioteca Provincial).
Al exponer el enunciado de esa pregunta convertida en premisa, redondea un relato que resulta divertido pero amargo, humorístico y agrio. La editorial (El Viejo Topo, con la mítica revista como matriz) lo consideró «político». El autor admite con ironía, entre sonrisas, que «quizás, si se lee dentro de unos años, pueda parecer novela histórica». Porque resulta un retrato desollado y desolador de la clase fuerte de las finanzas y la empresa en la sociedad española del principios del siglo XXI. Es la rutina de los responsables de las grandes corporaciones, los que persiguen, mueven y logran «de cualquier forma» los grandes contratos de las administraciones públicas. Personificados en uno de ellos, «que al menos se rebela», y en sus iguales. Esta «absoluta ficción» sirve para «inventar una realidad fidedigna», el día a día de empresas en las que cuando se habla conseguir un gran proyecto «lo primero que se pregunta en la primera reunión es si está bien atrincado el político que debe concederlo, el comité que debe decidir. Se vulnera de forma permanente la ley de libre competencia». Hasta convertirla en absoluta incompetencia social que jamás tiene consecuencias. La impunidad campa.
«Son unos tarados, unos psicópatas»
Más allá del sistema podrido, corrupto en esencia, que refleja «y que no sólo es español, en todos los países viene a ser similar», la obra desnuda a los personajes. Es inmisericorde con cada uno, con los compañeros y jefes «que nunca dejan de mentir, ni un segundo, siempre representan un papel». Ni con la mujer del protagonista, obsesionada con mantener su nivel de vida a pesar de tanta miseria opulenta, que consulta la cuenta corriente de su esposo a diario. Ni con los hijos, acomodados a que les resuelvan cada problema con dinero, desconocidos para sus padres.
Con todo logra introducir el humor casi en cada página. De hecho, concluye que esos altos ejecutivos ambiciosos -sin vida privada ni de cualquier tipo, con todas las necesidades cubiertas para siempre- que mantienen su empeño en ganar más y más a costa de lo que sea, de quién sea, son «unos tarados, unos psicópatas, deben de tener mecanismos mentales que los demás no conocemos».
Nadie, entre los círculos retratados, se ha dado por aludido ni se ha molestado: «Al contrario. Todos se ríen, a todos les gusta, todos creen que son los demás. Yo he querido reírme, intentar explicármelo pero nunca ajustar cuentas. Admito que pudo tener algo de terapia pero no se trata de vengarse».
Como única concesión a la esperanza, espera que el ejemplo de los anglosajones, cunda: «Ellos llevan el capitalismo en la sangre, lo entienden mejor. Al menos, le piden responsabilidades al máximo jefe si viola sus sagradas leyes de libre competencia. Maddoff acabó en la cárcel. Y los de Enron... Al menos. En España, en otros países, ni se piden explicaciones. Sencillamente, no hay sistemas de control».