Editorial

Muera harta

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Siento mucho que cada domingo le parezca a usted el día de la marmota. A mí también, no se crea. Incluso pensé comenzar hoy de la misma manera que terminé la pasada semana, «Es curioso, qué fácil es acostumbrarse a que siempre pase lo mismo.», pero en el fondo soy yo muy presocrática y aunque el curso de los acontecimientos nos demuestre otra cosa, me gusta creer que es cierta la teoría de Heráclito, ya sabe, ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos. Así que, aunque nos parezca que esto es más de lo mismo, piense que este río revuelto no traerá en esta ocasión ganancia a los pescadores, sino aguas turbulentas como las del puente de Simon y Garfunkel. Verá usted. Nos costó trabajo, pero al final nos acostumbramos a que corrupto se convirtiera en epíteto de político, como frío lo es de hielo o ardiente del ardiente fuego. Una cuestión retórica, en cualquier caso. Tan retórica que ya ni llevábamos la cuenta de cuántos concejales, cuántos consejeros, cuántos yernos, cuántos dirigentes sindicales, cuántos presidentes estaban imputados en casos de corrupción. Como si la imputación fuera inherente al cargo. Así fue como aprendimos que estar imputado no sólo era la cosa más normal del mundo sino que se trataba de una garantía procesal -el pequeño leguleyo que todos llevamos dentro, dando lecciones- que avalaba la defensa de cualquier individuo. Mucho mejor estar imputado, dónde va a parar, porque de imputado tiene uno derecho a no declarar, y derecho incluso a mentir. Garantía procesal, que se llama.

Y así estábamos, con los ayuntamientos, las diputaciones, las consejerías llenitas de imputados con garantías, presunción de inocencia y más callados que en la misa parroquial de Canena. Hasta que llegó ella. Y con ella llegó el escándalo, como la película de Minelli. Un escándalo -entiéndame- en el sentido más literal del término según la RAE, alboroto, ruido, mal ejemplo, asombro. un escándalo, otro más dentro de la sede del PSOE gaditano que a este paso ya puede considerarse en peligro de extinción. Porque a buenas horas, mangas verdes, vienen a hablar de coherencia, de ética o de dar ejemplo esta gente. Que sí, que llevan razón, que lo normal no es lo que entendemos por tal, sino que lo normal es que si a uno lo imputan ni siquiera haga falta echarlo, sino que uno mismo por decencia -decencia, búsquelo en el diccionario por si olvidó su significado- entregue los tiestos de la vida pública y se retire a los cuarteles de invierno de donde la mayor parte de los políticos en activo nunca debió salir.

Ahora bien, una cosa es lo que acabo de decir, que no me lo creo ni yo, y otra muy distinta es el espectáculo que Marta Meléndez y el Comité Ejecutivo Local del PSOE están ofreciendo de manera gratuita a la ciudadanía. Espectáculo de calle, con performance incluida. Puro teatro. Ni González del Castillo en sus sainetes dieciochescos pudo reflejar mejor lo que sucede en una casa de vecindad con casero incluido. Porque lo que está claro es que con estos mimbres ni una ni otros tienen para hacer un canasto y mucho menos para ganarse el respeto y la credibilidad del electorado. La otrora candidata a la Alcaldía ha cogido un rebote muy gordo -motivos tendrá, no digo que no- y ha hecho carne el viejo refrán de 'Muera Marta, muerta harta', y sin pensar mucho en las consecuencias que sus declaraciones puedan llegar a tener en un futuro no muy lejano parece dispuesta a morir matando y a señalar que el emperador va completamente desnudo. Dispuesta a tirar de la manta, a contar más de lo que debe y a dejar con el culo al aire a muchos de los que no hace tanto tiempo le tocaban las palmas y le decían «tú vales mucho», a muchos de los que le daban abrazos apretados y la paseaban por la arena del circo aún sabiendo que la suerte ya estaba más que echada. Eran tiempos en los que se dejaba querer y decía tonterías como lo de Cádiz que vuelva a ser Cádiz mientras los suyos le hacían los coros y le hacían creer que estaba ahí por méritos propios, por su valía política y no por lo que verdaderamente estaba, por una cadena de favores interminable en la que ella era sólo un eslabón.

En fin. Tiendo a ponerme de parte de los débiles, y ahora mismo ella me lo parece, a pesar de que no me creo nada de lo que dice. Habla de vendeta, de autos de fe, de abjuraciones y los que antes le reían las gracias le están preparando un entierro de primera. Un favor, según el líder local de su partido, «una decisión positiva para ella». Pues mire usted que bien. Con amigos así, para qué buscarse enemigos.

Lo peor de todo es que en esta historia no hay sólo víctimas y verdugos. Lo peor de todo es que nadie les dijo a unos y a otra que no se debe jugar con fuego. Que con sus sainetes cómico-lírico-burlescos y sus modos a lo Sálvame han conseguido acaparar toda la atención de la ciudad haciendo que desaparezcan otros problemas más graves, más serios y más importantes para Cádiz.

Deben pensar que los índices de audiencia les van a beneficiar luego en las urnas. A ver si Conchita les hace un polígrafo y salimos de dudas.