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Frank Owen Gehry.
Sociedad

Gehry: príncipe de las Artes, rey del titanio

Mago de las curvas y a póstol de la deconstrucción, el Guggenheim consagró su lúdica y osada arquitectura

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Frank Gehry es príncipe de Asturias de las Artes años después de su entronización como rey del titanio. El arquitecto estadonidense se convertía ayer, con 85 años, en el sexto alarife reconocido con el premio de la fundación asturiana. Poeta de las curvas, apóstol de la deconstrucción, mago de la tecnología y osado innovador de la arquitectura, con sus alardes formales dotó a su oficio de un refrescante componente lúdico. Llega el galardón quince años después de firmar su obra más icónica, la que colocó a Bilbao en el mapa del mundo, reactivó la ciudad y relanzó su carrera. Con la catedral de titanio del Guggenheim alzada sobre la otrora degradada ría vizcaína, Gehry demostró al mundo que su sinuosa y escultórica arquitectura era mucho más que un juego o un mero fuego de artificio. Que funcionalidad y eficacia no están reñidas con magia e ironía. Que era posible deconstruir espacios como Picasso hizo con la pintura o Ferrán Adriá con la cocina.

La capacidad lúdica e innovadora de la arquitectura de Gehry era reconocida por el jurado que le premió «por la relevancia y la repercusión de sus creaciones», con las que «ha definido e impulsado la arquitectura en el último medio siglo». «Sus edificios se caracterizan por un juego virtuoso con formas complejas, por el uso de materiales poco comunes, como el titanio, y por su innovación tecnológica, con repercusión en otras artes», según el acta. La candidatura de Gehry, nacido en Toronto en 1929, se impuso de otros colegas de primera línea, como Arata Isozaki, Álvaro Siza, Juan Navarro Baldeweg y Toyo Ito.

El jurado puso como ejemplo de esta arquitectura «de carácter abierto, lúdico y orgánico» el museo Guggenheim de Bilbao, «que, además de su excelencia arquitectónica y estética, ha tenido una inmensa repercusión económica, social y urbanística en todo su entorno». El milagro del Guggenheim, modelo de transformación urbana y económica, llegó cuando la carrera de Gehry declinaba. El edificio -elegido en 2010 por Vanity Fair y la CNN como el edificio moderno más importante del mundo- y su creador se dieron alas mutuamente. Hoy Gehry encara la frontera de los noventa años como una celebridad, trabajando a toda máquina en su estudio de Los Ángeles. Sobre su tablero, el Eisenhower Memorial que se alzará en Washington; el West Campus que Facebook edificará en la localidad californiana de Menlo Park, y una torre residencial en Berlín que será el rascacielos más alto de la ciudad.

El Guggenheim de Bilbao, inaugurado en 1997, es sin duda la rúbrica del audaz estilo y las aspiraciones de su diseñador, pero no su única creación en España. El titanio -rosado y dorado- es también el elemento primordial de la bodega y el hotel de lujo que Gehry construyó en 2006 para Marqués de Riscal en la localidad alavesa de Elciego y que él definió como «un animal galopando sobre los viñedos». Debutó en Barcelona con la oronda ballena de bronce que instaló en el paseo marítimo de la ciudad olímpica. Para la Ciudad Condal ha proyectado ahora la Torre de Sagrera.

Gana Gehry el Príncipe de Asturias 25 años después del Pritzker, el Nobel de su oficio, y se salda en cierto modo la deuda que España, País Vasco y Asturias tenían con el genial arquitecto. Antes la fundación asturiana distinguió a colegas como Oscar Niemeyer (1989), Francisco Javier Sáenz de Oiza (1993), Santiago Calatrava (1999), Norman Foster (2009) y Rafael Moneo (2012).

Nacionalizado estadounidense en 1947, Frank Owen Gehry se graduó en arquitectura en 1954 en la Universidad de Baja California y comenzó a trabajar en el estudio de Victor Gruen. Estudió Urbanismo en Harvard y en 1961 se trasladó a París para trabajar con André Rémondet. De vuelta a Estados Unidos, en 1962 abre en Los Ángeles su propio estudio, Frank O. Gehry and Associates. Allí ha desarrollado durante mas de cinco décadas el grueso de su trabajo, con proyectos para América, Europa y Asia.

En los años 70 comienza a diseñar edificios de carácter escultórico que combinan materiales industriales como el titanio y el vidrio. A finales de los 80 su nombre se asocia al movimiento deconstructivista, caracterizado por la fragmentación y por la ruptura con los diseños lineales y del que el Guggenhein es el emblema, como 'la casa danzante de Praga' de 1996.