Lamela, en una imagen de archivo

Hallan muerto a Yago Lamela

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La vida de Yago Lamela estuvo atiborrada de sorpresas. Demasiadas sorpresas. La última llegó este jueves por la tarde, cuando fue hallado muerto en su domicilio en Avilés. Solo tenía 36 años, un pasado lleno de éxitos en el salto de longitud y un presente repleto de dudas por algunos reveses. El mundo del deporte se quedó helado cuando corrió la noticia de su deceso, de un adiós a deshora del que fue uno de los personajes más populares del atletismo español.

La fama le cayó de golpe a Yago Lamela (Avilés, Asturias; 24 de julio de 1977) en 1999. Su actuación en el Mundial en pista cubierta de Maebashi fue la primera sorpresa. En aquel campeonato se batió con el que había sido su ídolo, Iván Pedroso, y estuvo a punto de llevarse una medalla de oro en una especialidad, el salto de longitud, con un magro palmarés en España. Un salto prodigioso de 8,56 metros (récord de Europa hasta que en 2009 se lo arrebató el alemán Sebastian Mayer con 8,71) obligó al campeón cubano a superarse y alcanzar los 8,62 en el último intento. Unos meses más tarde, en Sevilla, en el Mundial al aire libre, volvieron a encontrarse. Y el resultado fue idéntico. Pero después de aquello Lamela nunca volvió a ser el mismo

Cuando el asturiano regresó a Avilés contempló un mundo diferente. Iba por la calle y toda la gente torcía el cuello. Entraba en un bar y sólo escuchaba cuchicheos. Y, para colmo, no tenía carnet de conducir y tenía que meterse cada día en un autobús. Lamela sólo tenía 21 años y era muy tímido. Aquello se convirtió en un suplicio. «Lo pasé mal», reconocería años después al recordar aquel 'boom'. La fama no sólo le maltrató, también le dio un jugoso contrato con una empresa de telefonía por una cifra inusual para el atletismo y, sobre todo, para un saltador.

Como casi siempre sucede en el atletismo, Lamela llegó a este deporte por casualidad. El origen podría fijarse en la playa de Xagó, donde su padre propuso un juego: hizo una raya en la arena y retó a los niños a ver quién llegaba más lejos. El pequeño Yago fue el mejor. Una bendición para él, que dejó para siempre el cross y las carreras largas para centrarse, con Carlos Alonso, su primer entrenador, en los saltos. En su primera competición, con ocho años en el Palacio de Deportes de Oviedo, saltó 3,80 en un concurso para benjamines.

A los 14 años ya se unió con Juanjo Azpeitia, con quien logró aquellos dos formidable saltos de 8,56. Nunca dejó de progresar. Seis metros con 13 años. Siete con 15. Y los ocho metros, la barrera que diferencia a los buenos del resto, con solo 18 años. A los 21 llegaron esos 8,56 de Maebashi, pero no todo iban a ser alegrías, como iría descubriendo.

Pasión por los coches

De su primer bache deportivo salió en Valencia. Allí, junto a Rafa Blanquer, con quien compartía la pasión por los coches, volvió a dejarse crecer la melena, algo que siempre relacionó con su estado de ánimo. Lamela rescató su mejor tono junto a Niurka Montalvo (campeona del mundo), Concha Montaner (campeona del mundo júnior), Glory Alozie (subcampeona olímpica), David Canal (subcampeón de Europa)... Al calor del Mediterráneo recuperó el ánimo. Se compró un descapotable y comenzó a volar por encima de los ocho metros. En 2003 terminó con un salto de 8,53 que era la mejor marca mundial del año. Llegó otra plata en un Mundial indoor (Birmingham) y un bronce al aire libre (París).

Los Juegos Olímpicos de Atenas parecían estar esperándole. Pero entonces su tendón de Aquiles dijo basta. Su pierna de batida no soportaba muchos más impactos y eso arruinó su competición. Intentó recuperar el tiempo perdido pasando por el quirófano del gurú de los tendones, el finlandés Sakari Orava, pero el avilesino ya no levantó cabeza. Rafa Blanquer se quedó destrozado al conocer la muerte de su pupilo. «Estoy muy mal. No me lo puedo creer. Hacía tiempo que no hablábamos, pero algunos atletas me habían dicho que estaba bien. Era un ser entrañable. De nuestra época juntos recuerdo que era un tipo muy particular, que había que saber llevar, pero encantador». Blanquer ya se había dado un gran susto en 2005, cuando Lamela se estampó en el kilómetro 190 de la A-3 y su coche quedó destrozado. Entonces dijo que le salvó su fortaleza, su cuerpo de atleta.

Aún le quedó un intento de volver al atletismo, pero se quedó en nada y en marzo de 2009 lo dejó. Se fue como lo hizo siempre, sin decir adiós. A partir de ese momento se enfrentó a un nuevo abismo. Yago dejó de ser la estrella de la pista, el atleta con aura de divo que maravilló al público, y acabó metido en una burbuja. Hasta tres veces intentó acabar la carrera de Informática, incluido un paso por la Universidad de Iowa, en Estados Unidos, pero por aquel entonces las cosas ya siempre se torcían. Nada le salía bien y le costaba encajar los golpes. En 2011, después de una crisis, tuvo que ser ingresado en el Hospital San Agustín de Avilés, pero salió y poco a poco fue rehaciéndose. «Sí, estuve bastante chungo, con una depresión bastante grande, pero me he recuperado muy rápido», declaró. Siguió su vida, aunque con medicación, y hasta se atrevía a dar consejos a quien caía en una depresión como la suya. Hasta que este jueves fue descubierto muerto en el domicilio de sus padres. El atletismo nunca olvidará al genio que desafió a Pedroso.

Ramon Cid:«Estaba muy ilusionado con nuevos proyectos»

El seleccionador español de atletismo, Ramón Cid, no salía de su asombro. La noticia de la muerte de Yago Lamela le dejó tocado. «Es un palo», exclamó el guipuzcoano, quien, a pesar de conocer los episodios depresivos del portentoso saltador, creía que estaba totalmente recuperado, ilusionado con un nuevo tramo de la vida. «Había hablado con él hace poco. Me había dicho que iba a ir al curso de entrenadores. Nosotros queríamos volver a integrarlo y contar con él, y Yago está muy predispuesto. Hace diez días hablé con su entrenador, con Juanjo Azpeitia, y me dijo que estaba encantado». El director técnico de la Federación Española trataba de encontrar una explicación, a pesar de que se desconocían las causas de su muerte, pero no conseguía entenderlo. «Habíamos quedado en vernos en julio en Madrid y a mí, la verdad, me hacía mucha ilusión coincidir con Yago Lamea. Es una pena».