Cosacos armados en un puesto de control a las afueras de Lugansk, al este de Ucrania. :: V. F. / REUTERS
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Slaviansk resiste el cerco de Kiev

Los rebeldes levantan barricadas para bloquear el paso del Ejército a la ciudad, paralizada y bajo el toque de queda

SLAVIANSK. Actualizado: Guardar
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«Si no sois tontos, nadie os pegará un tiro en los siguientes puestos de control», advierte un vecino en la salida de Kramatorsk. Es la última parada en el camino desde Donetsk para llegar a Slaviansk y, según el Ministerio de Interior, es el epicentro de la operación del Ejército para recuperar el control de «ciudades donde los terroristas ignoran la legislación ucraniana y amenazan la vida de los ciudadanos». La ofensiva que Kiev extiende a Konstatinovka y Kramatorsk, principales ciudades en el camino a Slaviansk, se traduce en puestos rebeldes abandonados y neumáticos en llamas, la táctica de los vecinos para obstaculizar el paso de blindados.

No hay combates calle a calle, las tropas realizan incursiones rápidas a las ciudades, patrullan para mostrar su presencia, pero luego permanecen en el extrarradio. Hay que llegar a Slaviansk para encontrar el primer puesto de control de la Guardia Nacional. Soldados de boina roja registran cada vehículo, piden la documentación y permiten el paso mientras sus compañeros cavan trincheras en el arcén. Un kilómetro más adelante la barricada rebelde da la bienvenida a este bastión insurgente que desde mediados de abril está en manos de milicias prorrusas que han izado la bandera de la República Popular de Donetsk en el Ayuntamiento.

La facilidad para cruzar el cerco ucraniano contrasta con la cerrazón de los separatistas que, pese a mostrar la acreditación expedida por sus autoridades en Donetsk, prohíben el paso a la prensa «por motivos de seguridad», lo que obliga a dar un gran rodeo por caminos secundarios para acceder al centro de la ciudad. Un interminable trayecto que atraviesa un nuevo puesto militar ucraniano y varias barricadas levantadas por vecinos de las pedanías contra el Ejército.

Se escucha un helicóptero. El Ejército sigue empleándolos pese a que ya ha perdido tres aeronaves por disparos de los Manpad (siglas en inglés de sistema de defensa aérea portátil) de los que dispone la insurgencia. «Derribaron los helicópteros lejos del centro, desde aquí apenas hemos escuchado unos disparos aislados en los últimos días y no hemos visto un soldado, están en las afueras», confiesa Irina, una vecina del lugar, en referencia a los combates del viernes.

Aprovechando el buen tiempo, Irina ha salido a la plaza Lenin donde se encuentra el ayuntamiento, blindado por sacos terreros. «No sabemos lo que pasa, ni quiénes son estos hombres armados que dicen que nos quieren proteger. Sólo deseamos que todo acabe cuanto antes», opina esta funcionaria. Desde hace tres días apenas ha salido de su casa por el miedo a la entrada del Ejército que anuncian los medios, pero que no se ha producido.

Las calles de Slaviansk se han vestido para la ocasión y los insurgentes han levantado nuevas barricadas en las arterias principales. La céntrica calle Shevchenko está cerrada al tráfico. Víctor sale de comprar el pan de un supermercado, mira las montañas de neumáticos y suspira porque «la primera gran tragedia de mi vida fue el colapso de la URSS y esta es la segunda». «Nunca perdonaremos a Kiev el envío de tropas para rodearnos, pero resistiremos», señala este pensionista de 67 años que se ve «en medio de una guerra civil».

Apagón informativo

Las tiendas que no han cerrado están surtidas, aunque escasean la fruta y la leche por el cerco militar. El transporte urbano está suspendido, pero los servicios de agua y electricidad funcionan. «Tenemos internet para informarnos de lo que pasa. Los medios rusos y ucranianos manipulan», sostiene Diana, propietaria de una tienda de ropa que ha cerrado «como mínimo una semana».

Uno de los primeros pasos del Ejército fue ocupar la torre de televisión de la ciudad, que vuelve a emitir los canales de Ucrania, no los de Rusia como establecieron los insurgentes a su llegada. Los líderes rebeldes han impuesto el toque de queda de nueve de la noche a seis de la mañana, «algo lógico porque es entonces cuando se mueven las tropas e intentan incursiones. Por el día todo está tranquilo», confiesa Dimitri, joven empleado de una empresa de seguridad que tampoco tiene que ir a trabajar en los próximos días. En la mayoría de los bancos se han colocado carteles en los cajeros, donde se informa de que sólo funcionan las tarjetas de la entidad.

Un grupo de vecinos hace cola en torno al puesto de helados Lacunka. Kira, profesora de Filología, espera su turno para comprar. Lleva unos zapatos con los colores de la bandera de Rusia y está «furiosa» con Kiev. «¿Qué pretenden? Tenemos miedo a este Ejército que cumple órdenes de un gobierno ilegítimo, pero nada va a detener el referéndum del 11 de mayo. La República Popular de Donetsk es una realidad», asegura la mujer. Al atardecer, las calles se vacían y los vecinos se encierran en sus casas a la espera de que mañana sea el último día de cerco.