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opinión

El bostezo alegre

a. G. LATORRE
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Le pongo un poco en antecedentes para que entienda el titular, que a mí me costó comprenderlo. Estaba usted viendo el Tour de Francia (ya de por sí bastante duro por lo siestero de la hora y por la inevitable pesadez del ciclismo en ruta) a principios de los 90. Todos éramos más jóvenes y guapos y en la tele Miguel Indurain arrasaba. Lo hacía con una mezcla de descaro y humildad, de indolencia y sobreesfuerzo. Indurain era Miguelón, muy parecido a ese primo tan alto que tiene usted en Palencia o a ese comercial tan mentiroso que le vendió ese pésimo coche japonés que, por respeto, no citaremos aquí.

Usted veía la tele. Se alegraba de que los Bugno, Chiappucci, Rominger, Olano (que era como un Indurain de imitación) o Zülle no pudieran batir al gran navarro pero, a la vez, bostezaba porque siempre ganaba el mismo. Nuestro mismo, pero el mismo... Pues similar riesgo corre el Mundial de Moto GP. Los ‘marquistas’ (me abstendré por cobardía de juegos fáciles de palabras) están de enhorabuena con un campeón que une un descomunal talento natural y una moto que ha demostrado ser un auténtico cohete, nada sorprendente en una competición viciada por la abismal diferencia entre los equipos Honda y Yamaha y el resto.

Pero la alegría se tornará bostezo, hastío, cambio de canal cuando se acumulen las victorias y, sobre todo, si, como sucedió en la temporada pasada, se demuestra que nadie puede seguir la estela de este joven que ha seguido el mal ejemplo de no competir con el número 1 en su moto. Un aburrimiento que se está extendiendo poco a poco al resto de categorías no por un nombre propio (aunque espero que Rabat y Viñales me dejen por bocazas) sino por la aplastante superioridad de los españoles, que han convertido en norma que la rojigualda ondee en los podios de toda categoría. ¿Han vuelto a ganar los nuestros? Ahhhhhh. Cambia, que me duermo.