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Inglaterra llora a Bob Hoskins

El popular actor británico, ganador de un Globo de Oro, fallece a los 71 años por una neumonía

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«Me llevo el guion al baño por la mañana y, si noto que tengo el culo frío, pienso que es bueno. Si mi mujer me pregunta qué hago ahí tanto tiempo, es que me está convenciendo. Y si tiene que golpear la puerta, seguramente aceptaré el papel». Bob Hoskins desmitificó su profesión cuando vino al Festival de San Sebastián en 2002 a recoger el Premio Donostia. Hubo hasta quien criticó el galardón porque Hoskins no era lo que se entiende una estrella. Una vez la crítica Pauline Kael le definió como «un testículo con piernas». Pequeño, cabreado y peligroso. Así era uno de los actores británicos más carismáticos, que el pasado martes murió a los 71 años víctima de una neumonía en un hospital londinense, según comunicó ayer su agente. Llevaba retirado desde que hace un par de años le diagnosticaron párkinson.

Hoskins era uno de esos robaescenas cuyo talento natural provenía de haber vivido y no de una academia de arte dramático. Una bestia que ocultaba a voluntad su acentazo cockney y que alternó en una abultada filmografía de más de cien títulos cintas comerciales y proyectos personales. El exconvicto que escolta y se cuelga por una prostituta en 'Mona Lisa' -su única nominación al Oscar en 1986- era también el detective que recorría las curvas de una pin-up de dibujo animado en '¿Quién engañó a Roger Rabbit?'. El fontanero de píxeles hecho carne en 'Super Mario Bros' -«basura», sancionó en Donosti- solo se llevó una vez el personaje a casa: cuando encarnó a un depredador sexual en 'El viaje de Felicia', de Atom Egoyan. «Mi mujer me lo advirtió. 'Bob, te estás portando de una forma muy extraña'».

Nació en 1942 en un pueblo del condado de Suffolk, adonde su madre, una maestra de parvulario alemana y de origen gitano, había recalado al haber sido evacuada del Londres bombardeado. Su padre era camionero. Ya de vuelta en la capital, Hoskins creció un barrio del norte pasando más tiempo en las calles que en las aulas. Dejó la escuela a los 15 años, justo a tiempo para que un profesor le inculcara el amor por la literatura y el teatro. Fue chófer, limpiaventanas, cuidó camellos en Siria y empaquetó fruta en un kibutz de Israel. Se enroló en un circo como escapista y tragafuegos. Hasta que, a los 26 años, esperando a un amigo en un teatro le confundieron con un actor y le hicieron pasar a una audición. Jamás había pisado un escenario y obtuvo el papel protagonista.

Brutal gángster

La miniserie televisiva 'Pennies from heaven', un musical ambientado en la Depresión, le brindó popularidad en el Reino Unido. De su primer largometraje, 'Amanecer Zulú', no guardaba más recuerdo que el de la solitaria de doce metros que cogió por comer carne de toro cruda en Sudáfrica. Queda como su debú oficial 'El largo Viernes Santo' (1980), un título de culto para los cinéfilos ingleses, en el que bordaba a un brutal gángster londinense convertido en hombre de negocios. El papelón le abrió las puertas de la industria a ambos lados del Atlántico y en los 80 ya no paró de trabajar: 'The Wall', 'Cónsul honorario', 'Brazil', 'Dulce libertad', 'Réquiem por los que van a morir'...

«Tiene una ventaja no responder a los cánones físicos de Hollywood y no haber pasado por la cirugía plástica. Cuando necesitan a alguien más o menos normal, nos llaman a Danny DeVito o a mí», presumía a mediados de los 90, cuando Spielberg le reclamó para hacer de esbirro del capitán Garfio en 'Hook' y Oliver Stone le vio en la piel de J. Edgar Hoover en 'Nixon'. 'Blancanieves y la leyenda del cazador', en 2012, fue la despedida de las pantallas de quien también se transformó en Nikita Kruschev, Sancho Panza, Churchill y Juan XXIII. Casado en dos ocasiones y padre de cuatro hijos, Bob Hoskins jamás iba al cine. «Si tú eres fontanero, ¿vendrías a mi casa a echarle un vistazo a las tuberías para divertirte?».