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El conflicto religioso amenaza la unidad de Centroáfrica

GERARDO ELORRIAGA
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Veintidós personas, incluidos tres empleados locales de Médicos sin Fronteras, murieron el sábado en el ataque que la antigua milicia de Séléka llevó a cabo en un hospital situado en el norte de la República Centroafricana. El asalto se produjo cuando responsables de la ONG mantenían una reunión con 40 jefes locales en su centro sanitario de Nanga Boguila, a 450 kilómetros de Bangui. Los milicianos entraron en las instalaciones con ánimo de robar y, según los supervivientes, irrumpieron en la sala donde se hallaban los congregados y, sin mediar palabra, comenzaron a disparar indiscriminadamente.

El incidente coincide con las últimas evacuaciones de musulmanes en la capital, donde sufren el acoso de la guerrilla cristiana. El pasado fin de semana, un convoy condujo a 1.200 vecinos de los barrios PK12 y PK5 hasta zonas que permanecen aún bajo control de la milicia islámica. Los moradores de estos núcleos han partido con todos los bienes que han podido transportar y los medios locales afirman que, a menudo, han destruido otras pertenencias, caso de los vehículos, que no podían llevar consigo. Después de su partida, cientos de saqueadores llegaron para desvalijar las viviendas abandonadas, incluidas las mezquitas. Algunos de los asaltantes gritaban «Alá es grande» en tono de burla.

País partido

La partición de facto del país es la última consecuencia del conflicto que vive la República Centroafricana desde que las tropas de Séléka derribaron el Gobierno de François Bozizé en marzo de 2013. La posterior caída de Michel Djotodia, el líder de los rebeldes, y la instauración del Gabinete interino de Catherine Samba-Panza, apoyado retóricamente por la comunidad internacional, no han conseguido impedir la orgía de violencia y la división entre el oeste del país, donde actúan las fuerzas antimusulmanas conocidas como 'anti-Balaka' y el centro, este y noreste, en manos de los insurrectos.

La pérdida del poder por los milicianos inició una oleada de venganzas que ha precipitado, en los últimos cuatro meses, la marcha de la minoría seguidora del islam, en torno al 15% de los cuatro millones y medio de habitantes del país, hacia Chad, Camerún y los territorios bajo autoridad afín. Ni los 6.000 soldados enviados por la Unión Africana ni los 2.000 efectivos franceses de la operación Sangaris han podido evitar una limpieza étnico-religiosa que ha conducido a la huida de su hogar de un millón de individuos y compromete gravemente la unidad de la república.