El mundo se olvida de Sudán del Sur
El país más joven del planeta sufre una desoladora guerra civil que ya suma más de 10.000 fallecidos
Actualizado:La estación húmeda aísla la mitad oriental de Sudán del Sur. Curiosamente, el Nilo Blanco y sus afluentes inundan aquellos estados donde la guerra civil se ha recrudecido y han tenido lugar las peores matanzas. La virulencia de la última ofensiva rebelde puede estar relacionada con el anuncio de esas periódicas y torrenciales precipitaciones, capaces de sancionar conquistas durante varios meses de intensos aguaceros y proporcionar sólidas bazas de cara a las conversaciones que el presidente Salva Kiir, de la tribu dinka, y el exvicepresidente Riek Machar, miembro de la comunidad nuer, reanudarán hoy en Addis Abeba.
La cuarta ronda de las negociaciones debería aportar una solución negociada para un conflicto que estalló a finales del pasado año arruinando la esperanza de paz y desarrollo en el país más joven del mundo y también uno de los más pobres del planeta. La lluvia y la influencia exterior, principalmente la ejercida por Estados Unidos y las repúblicas limítrofes, se convierten en factores esenciales hasta el próximo mes de noviembre, cuando comience el periodo seco. Algunas noticias, producidas tan sólo horas antes de que las partes se reúnan de nuevo, preludian cambios estratégicos. El anuncio de que el Ministerio de Justicia ha puesto en libertad y retira las acusaciones contra cuatro antiguos altos cargos, acusados de planear el supuesto 'putsch' que incendió las rivalidades, constituye un éxito de los insurrectos, que reclamaban la medida como uno de los requisitos ineludibles para proseguir el diálogo. La benevolencia administrativa se antoja vinculada al hecho de que los rebeldes hayan ocupado buena parte de Unity, el territorio donde se hallan los grandes yacimientos de crudo, el único recurso de la república.
Por otra parte, la posible apertura de una investigación del Tribunal Internacional de La Haya por los crímenes cometidos proyecta cierta inquietante sombra sobre los líderes del bando de los alzados, acusado de cometer los asesinatos de Bentiu. El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas plantea también algún tipo de medidas contra los responsables de las masacres. El denominado Ejército Blanco Nuer, milicia creada para proteger a esta etnia, aparece como el principal sospechoso de las ejecuciones.
La pasada semana, tras la ocupación de esta ciudad por los seguidores de Marchar, hombres armados acabaron con cientos de civiles acogidos en una mezquita, una iglesia y un antiguo centro del Programa Mundial de Alimentos, guiados tan sólo por su adscripción tribal. Los testimonios apuntan que los criminales fueron azuzados por proclamas radiofónicas, que en la mejor tradición ruandesa incitaban al exterminio del enemigo. Por su parte, los habitantes de Bor vengaron la masacre con un asalto a un centro de Naciones Unidas donde se refugiaban familias nuer y la comisión de crímenes indiscriminados contra hombres, mujeres y niños.
Pero también hay noticias inquietantes. La destitución del jefe de las Fuerzas Armadas ahonda la profunda división que sufre el Estado, prácticamente fallido antes de comenzar su periplo como entidad independiente. La caída de James Hoth Mai, de filiación nuer, evidencia la falsa ilusión, apoyada desde el interior, de que la contienda se basa en diferencias políticas y carece de connotaciones étnicas.
«Catástrofe humanitaria»
La capital, donde comenzó el conflicto y con mayoría de residentes dinkas, goza de una calma tensa. El español José Barahona, director de la oficina local de la ONG Oxfam, cuenta la difícil situación de entre 35.000 y 40.000 de sus vecinos nuer, recluidos en dos centros de Naciones Unidas. A su juicio, la miseria puede explicar el sorprendente grado de violencia alcanzado por esta guerra. «En un contexto de pobreza absoluta, hay poco que perder si coges un arma y te sumas a los bandos», indica. Teme que no habrá soluciones a corto plazo. «La comunidad internacional debe movilizarse para impedir una catástrofe humanitaria y presionar a los agentes implicados».
El mundo se olvidó del drama de Sudán del Sur el 23 de enero, cuando se firmó un alto el fuego que parecía anticipar una componenda final en la mesa de diálogo etíope. Pero, según apunta Barahona, los enfrentamientos no cesaron. El apoyo expreso del presidente ugandés, Yoweri Museveni, al régimen de Juba ha sido cuestionado por Etiopía y Kenia, al poner en entredicho la neutralidad de IGAD, la organización de los países del Cuerno de África que ha ejercido labores de intermediación hasta la fecha. Kampala, con grandes intereses económicos en el nuevo país, parece decidida a impedir la caída de Juba a manos de los rebeldes.
«Lo que ha ocurrido en la última semana es tan sólo una vuelta de tuerca en el ciclo de la violencia», advierte Barahona. La insólita oportunidad surgida hace tres años de construir desde cero un Estado que, además, podría beneficiarse de los errores de otros muchos se ha visto truncada por un pasado de conflictos intercomunitarios, agudizados en los periodos de mayor escasez. Tras la separación de Sudán, el enemigo común durante más de tres décadas de guerra de liberación, la abundancia de armas ha agravado el ciclo de 'razzias' y venganzas entre las comunidades que se disputan manantiales, pastos y ganados. La aldea de Pibor, habitada por los murle, fue asaltada por sus rivales nuer en la primera semana de 2012. Unas 3.000 personas perecieron en el ataque y centenares de mujeres y niños fueron secuestrados por los jóvenes cuatreros que la saquearon.
El odio ancestral ha sido eficazmente instrumentalizado tanto por los antiguos liberadores desencantados con el reparto de poder y retornados a la lucha guerrillera, caso de David Yau Yau o George Athor, como por quienes, desde la cúpula de la Administración, se beneficiaron de las mieles de nuevo régimen. En un lugar donde todo está por hacer resulta posible hacer de todo y, hasta la fecha, gozar de impunidad. Incluso la lluvia tropical, tan aparentemente fecunda y políticamente neutral, ha tomado partido por las bandas étnicamente puras. A lo largo de la primavera obstaculizará el socorro de las víctimas y resguardará a quienes imponen el mito de la pureza tribal y la ilusión de la destrucción del otro como sorprendente garantía para alcanzar la prosperidad.