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La escritora Elena Poniatowska, flanqueada por los Reyes, sus hijos y nietos y el presidente del Gobierno, en el patio de la Universidad de Alcalá de Henares. :: ERNESTO AGUDO
Sociedad

La princesa que eligió ser Sancho Panza

La escritora mexicana recuerda a las mujeres de Chiapas que decidieron no ser «cambiadas por una garrafa de alcohol» Elena Poniatowska reivindica a los «destartalados» en la ceremonia de entrega del Premio Cervantes

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Elena Poniatowska, de estirpe noble, se siente sin embargo emparentada con un humilde labrador que se convirtió en el escudero más famoso del mundo. Su linaje es el que entronca con los menesterosos y perdedores. Durante el discurso de entrega del Premio Cervantes, la escritora mexicana, entre cuyos ancestros figura el último rey de Polonia, se declaró una «Sancho Panza femenina». Poniatowska se considera ante todo una heredera del barbero, del cuidador de cabras, de Maritornes la ventera y de todos aquellos personajes modestos que pululan por 'El Quijote'.

Periodista, maestra, poeta, traductora y dramaturga, la cuarta mujer que recibe el Cervantes -antes lo ganaron María Zambrano, Dulce Maria Loynaz y Ana María Matute- quiere ser una más del «miserable pueblo que ahora mismo deglute el planeta». Amiga de Buñuel y Gabo, la premiada dijo ante los Reyes de España que «no puede hablar de molinos porque ya no los hay». «En cambio lo hace de los andariegos comunes y corrientes que cargan su bolsa del mandado, su pico o su pala, duermen a la buena ventura y confían en una cronista impulsiva que retiene lo que le cuentan».

'La Poni', como la llaman los amigos, recibió de manos de don Juan Carlos la medalla y la escultura que acompañan este reconocimiento. Los 125.000 euros de la dotación económica del premio los donará a una fundación que creará con su hijo Felipe para promover la cultura en su país.

El Rey encomió el instinto de esta princesa que optó por mancharse las manos de tinta para glosar la vida de «grandes mujeres que han hecho uso de su genio para reclamar y conquistar un mejor espacio». Mujeres como sor Juana Inés de la Cruz, quien «supo desde el primer momento que la única batalla que vale la pena es la del conocimiento», o de la pintora surrealista Leonora Carrington.

Ataviada con un vistoso traje que le regalaron unas indígenas de Juchitán (Oaxaca), la narradora evocó a su amigo García Márquez, el hombre que dio «alas a América Latina». Pero sobre todo la novelista ejerció de portavoz de las mujeres que no pueden hablar porque han sido asesinadas. «Todavía hoy se mercan las tripas femeninas», dijo la prosista, quien quiso homenajear a las mujeres de Chiapas «humilladas y furtivas», las mismas que pidieron «escoger ellas a su hombre, mirarlo a los ojos, tener los hijos que deseaban y no ser cambiadas por una garrafa de alcohol».

En el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, Elena Poniatowska, dedicó un homenaje a los silenciados por la historia, al tiempo que dejó claro por qué algunos la llaman la 'Princesa Roja'. «El poder financiero manda no sólo en México sino en el mundo. Los que lo resisten, montados en Rocinante y seguidos por Sancho Panza, son cada vez menos. Me enorgullece caminar al lado de los ilusos, los destartalados, los candorosos».

Con diez años desembarcó con su madre y dos hermanas en México. Venía de Francia, a bordo del 'Márqués de Comillas', el mismo buque en el que viajaron camino del exilio muchos republicanos españoles después de la Guerra Civil. Ella huía de la devastación de la II Guerra Mundial. Héléne mudó en Elena y por elección se hizo mexicana, aprendió el español con los gritos de los pregoneros e hizo causa común con los pobres que caminaban descalzos. «Al servicio de los blancos, sus voces eran dulces y cantaban al preguntar: '¿No le molestaría enseñarme cómo quiere que le sirva?'».

Plumas de quetzal

¿Qué tenía el sol ardiente de México para que Poniatowska declinara las invitaciones de los aristocráticos salones de París? Pues sus gentes y un idioma preñado de indigenismos. «¿Cómo iba yo a transitar de la palabra París a la palabra Parangaricutirimicuaro? Me gustó poder pronunciar Xochitlquetzal, Nezahualcóyotl o Cuauhtémoc y me pregunté si los conquistadores se habían dado cuenta de quiénes eran sus conquistados».

Enseguida quedó seducida por la épica de la resistencia indígena, aquélla que «alzó escudos de oro y penachos de plumas de quetzal» antes los colonizadores, mucho antes de que EE UU ansiara devorar al continente.

Octavio Paz, Carlos Fuentes, Sergio Pitol y José Emilio Pacheco la precedieron al adjudicarse el Cervantes. Para concluir su alocución rememoró la figura de su marido, el astrónomo Guillermo Haro, aunque Poniatowska prefiere llamarlo «estrellero». La escritora hizo suya la certeza de su esposo, quien en sus últimos años recitaba las coplas de Jorge Manrique al intuir la visita de la parca. «Siento mías las jacarandas que cada año cubren las aceras de México con una alfombra morada que es la de la cuaresma, la muerte y la resurrección».