Argelia: Nada se mueve, algo se presiente
Actualizado: GuardarArgelia celebra este jueves una elección presidencial que con toda seguridad reelegirá a un anciano enfermo que pasa el día sentado y no ha podido dar un solo mitin ni leer un mensaje electoral. Se llama Abdelaziz Buteflika, tiene 77 años y será triunfalmente confirmado para un cuarto periodo de cinco años.
Dicho esto y considerando que no hay a la vista un candidato de peso (apenas uno de los contendientes, el exprimer ministro Alí Benflis tiene cierto prestigio y ha hecho algo parecido a una campaña) aquí se debería cerrar el capítulo informativo, remitiendo al paciente lector a que atienda solo a la cifra de participación. En 2004 la participación fue del 58% y bajó al 50% en 2009. Los síes a Buteflika, eso sí, no le fallaron: 84,9% en el primer año mencionado y 90,2% en 2009.
Se espera, en cualquier caso, que mucha gente no vote porque da por hecha la reelección (si fuera necesario, que no es el caso, se recurriría al fraude sin más) y porque puede expresar así su desafección por el proceso político-institucional en marcha: hay un movimiento joven y muy activo (‘Ya basta’) que promueve el boicot y los partidos tradicionales, islamistas como beréberes, no concurren.
El hombre indispensable
Todo lo sucedido en Argelia desde el regreso al país en 1999 remite a Buteflika, un joven héroe de la guerra contra Francia que a los 28 años ya era ministro de Asuntos Exteriores y ocupó el puesto durante 16 años. Muerto su protector, el coronel Bumedienne y enrarecido el ambiente por el auge del islamismo político y las divisiones en el poderoso ex partido único, el Frente de Liberación Nacional, se fue del país acosado también por ciertas denuncias de irregularidades financieras.
Supo ganarse la vida en Oriente Medio primero y en Suiza después. Vivía, soltero empedernido, en Ginebra dedicado como ‘trader’ al petróleo y el gas, cuando alguien se acordó de él en Argel. La sorpresa fue considerable y debió pasar tiempo antes de saberse que puso condiciones a los militares, que habían provocado una atroz guerra civil para impedir el triunfo electoral y político de los islamistas. Entre ellas, y no fue poco mérito, la de que se aceptara un programa de reconciliación nacional, cojo e indefinido, pero suficiente en primera instancia.
Ganó en los dos sentidos: en las urnas y en el proceso. Con un puñado de oficiales escogidos supo negociar con el ala militar del Frente Islámico y promulgó amnistías y operaciones de recuperación social que, mal que bien, fueron normalizando la situación si se puede llamar así al olvido colectivo de una matanza con pocos precedentes: más de 150.000 muertos en lo que se llamó adecuadamente ‘guerra civil a puerta cerrada’. Buteflika fue reelegido sin problema alguno, la apertura política se confirmó y una mezcla de medidas draconianas de seguridad y medidas económicas y sociales consiguió capear el temporal de la “primavera árabe” en 2011. Ayudó mucho que el Estado, siempre bien de dinero gracias al gas y al petróleo, distribuye sin cesar, no falta de nada y aunque el desempleo es alto no hay miseria y se ha extendido una especie de sorda conformidad.
Lo que de verdad está en juego
La reconciliación fue insuficiente y, desde luego, el nuevo régimen, obsesionado con el orden y la seguridad, derivó en una democracia sumamente imperfecta donde los gigantescos servicios policiales, principalmente militares, se convirtieron en el poder real a efectos prácticos. El triunfo de la llamada “tendencia erradicadora” en la guerra civil había hecho del general Mohamed Lamari un hombre odiado e indispensable a un tiempo. Fue obligado a dimitir en 2004 y ese momento pareció el principio del proceso político que Buteflika no abordó.
Desde entonces su status no es del todo claro y a veces parece un presidente fuertemente condicionado, prisionero en cierto modo, del humor del Estado Mayor y, en particular del poderoso Departamento de Información y Seguridad y de su jefe, el apenas visible y enigmático general Mohamed Mèdiene, popularmente llamado Tawfik (literalmente, Éxito). En efecto, este hombre es el jefe del régimen en la sombra, aunque deja hacer la política económica a distinguidos tecnócratas y acepta la autoridad nominal del enfermo presidente sin más complicaciones.
En este cuadro, lo que de verdad está en juego es la calidad democrática del sistema y el curioso comportamiento de un presidente en el que los más viejos del lugar no pueden apenas reconocer al Buteflika de los setenta, salvo que se prime por completo el lado pragmático y realista que sus defensores le atribuyen también. Hay una esperanza de que, reelegido, el presidente, ahora bien arropado por sus dos ayudantes de más peso, el director de su campaña, Abdelmalek Sellal y el jefe de su gabinete presidencial, Ahmed Ouyahia, ambos ex primeros ministros, dé el paso hacia una genuina democratización.
¿La última y definitiva victoria?
El campo de juego político ha sido arrasado de hecho incluso en un marco constitucional formalmente pluripartidista y democrático y aunque hay una explicación para ello (el éxito, si se quiere describirlo así, de Buteflika en la cancelación de la guerra civil y el manejo del arma admirable del olvido) se entiende mal por qué su autoridad no promueve la definitiva normalización mientras su salud se lo permita.
Y esta es la razón del título, que sostiene que algo se presiente aunque nada parezca moverse y la campaña y la elección sean irrelevantes. Se trataría de que Buteflika, de nuevo reelegido, plantee ya, sin dilación, la normalización, que debe incluir un status para el islam político sin el que todo seguirá cojo, y el despido de Tawfik. Nos dicen fuentes argelinas que, contra lo que pueda parecer, el general Mèdiene, aceptaría una salida honorable y desaparecería, mudo como siempre, si es preciso. “No es un golpista clásico y sabe de sobra que una cosa es ser el jefe del aparato de seguridad y otra un dictador subido a la presidencia desde un tanque”, se nos dice.
Enfermo y aislado, incapaz de dar un mitin, pero no de pensar, aún es posible esperar que Buteflika entiende pasar del todo a la historia con una proeza: la de volver llamado por los gorilas uniformados erradicadores, hacer tragar a la sociedad la píldora de una reconciliación coja, triunfar, ser humillado en las sombras por los temibles aparatos de seguridad y, finalmente, prevalecer.
La elección de este jueves es una mera renovación del Parlamento y suscita poca emoción, pero es mucho más de hecho: es la última oportunidad del septuagenario que presenta un programa rutinario ayudado por la irrelevancia del de sus adversarios. Él quiere pasar el mensaje mudo de que es aún capaz de obrar el milagro y presenta una cierta hoja de servicios. Como ha escrito un observador perspicaz, “Benflis habla de lo que va a hacer… y Buteflika de lo que ha hecho”.