La isla del millón de almas
Una campaña ciudadana pretende lograr el acceso público a un gigantesco cementerio 'secreto' en una isla inaccesible junto al neoyorquino Bronx
MADRID.Actualizado:Dista diez kilómetros del corazón de la Gran Manzana. Pero pocos neoyorquinos la conocen y casi ninguno puede visitar 'la isla del millón de muertos'. Así se conoce a un desolado islote situado al este del Bronx repleto de fosas comunes con restos de cientos de miles de seres humanos. Hart Island es un megacementerio que acoge desde hace más de siglo y medio cadáveres de indigentes, anónimos desheredados, condenados o criaturas fallecida antes de nacer o en el parto. Ahora se libra una batalla legal reclamando el acceso público al macabro y secreto paraje.
Con medidas de seguridad propias de Guantánamo, decenas de carteles, rejas y alambradas de espino impiden el acceso a unas tumbas sin lápidas ni nombres. No son bienvenidas las cámaras fotográficas y de televisión en esta isla de la muerte la que se llega desde un único embarcadero.
Cuatro días por semana los presos de la dura y cercana prisión de Rikers Island trabajan como sepultureros en este macabro y gigantesco osario cercado por edificios ruinosos. Cada fosa común, marcada con un simple mojón blanco, acoge unos 150 ataúdes de adultos y un millar de minúsculos cajones de pino con restos infantiles identificados con un número. El Departamento de Prisiones de Nueva York administra la isla que, antes de ser la última morada para tanto muerto anónimo, albergó un campo de prisioneros de guerra, un hospicio, una prisión, un asilo de mujeres y una base de misiles antiaéreos.
La danza de la muerte no ha detenido su macabra coreografía desde 1869, hasta llegar al millón de enterramientos según el cálculo las autoridades neoyorquinas. Cada año recibe los restos de 1.500 personas, según la artista Melinda Hunt. Al frente del 'Proyecto Hart Island', Hunt ha elaborado un banco de datos de 60.000 nombres y ayudado a 500 familias a llegar a los inaccesibles registros del cementerio. Perdidos la mayorÍa, incendiados otros, su falta priva a las familias del detalle sobre el último destino de sus muertos.
Hunt lidera la batalla legal para abrir a los familiares un cementerio que no figuraba en ningún mapa hasta 2009. Reclama permisos para localizar y visitar las tumbas, un derecho que se esfuma en Hart Island como la identidad de sus muertos. Algo «inaceptable», denuncia Hunt.
Bajo la presión, se autorizan visitas con cuentagotas. Como la de Elaine Joseph, enfermera de 59 años y madre de una niña fallecida con cinco días de vida en 1978. Antes de tomar el ferry debió identificarse, dejar el teléfono y cualquier aparato electrónico «como si fuera a visitar a un detenido». Con otras ocho mujeres, amenazó con una demanda si no le permitían acceder a la tumba de su hija.
Obtuvo el permiso para una visita que le partió el corazón y le ofreció el consuelo de saber que junto al tumba de su hija había agua y un árbol. Abandera una iniciativa para que Hart Island se regule como un parque y deje de ser ese «cementerio público que no está abierto al público».