Tribuna

Tonto de capirote

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No pude escuchar a Pérez Godoy dando su pregón de Semana Santa, y cuando digo no pude, quiero decir literalmente que no fui capaz de soportar ni dos minutos el tono melifluo y los aires de rapsoda del pregonero, del vocero, que es como se dice en estos lares. Bastante tuve con ver cómo Antonio Moreno Pozo entregaba las partituras de una marcha que le habían encargado al presidente del Consejo Local de Hermandades y Cofradías Martín José García, acto que, dicho sea de paso, tardé un rato en comprender. Pero leí el pregón, eso sí. Lo leí entero. Porque si hay algo que me desarma es la prosa florida y hueca de los pregones, sea de lo que sea el pregón. Y no estuvo mal el salesiano, la verdad. Por lo menos, se apartó un poco del rollo acostumbrado, de la loa, de la frase hecha y del retruécano habitual del periodismo cofrade -si es que existe un periodismo cofrade- y esas cosas tipo «injusta sentencia pero con buen fin».

Hubo algo, sin embargo, en la intervención de Pérez Godoy que se escapaba del guion establecido. Algo que, tal vez sin quererlo, ponía el dedo justamente en la llaga purulenta e infectada de las cofradías que son, al fin y al cabo, las que organizan el cotarro semanasantero. «No más denuncias ni más corporaciones en los juzgados», dijo el salesiano para escándalo del respetable que no está metido en el mundillo cofrade. ¿Denuncias?, ¿juzgados?, dirá usted. Sí. Al parecer, lo más normal en el mundo cofrade es verse envuelto en escándalos, acusaciones, malversaciones de fondos, desapariciones de enseres y túnicas, guantazos en plena calle, cuernos, amores prohibidos. en fin, la vida misma. Tan normal, que incluso la peña de cargadores El Pájaro incluía en su semana de actos culturales una mesa redonda bajo el sugerente título '¿Las cofradías en los juzgados?'. Y es que, mucho me temo, estos cofrades están, como los romanos de Astérix, locos perdidos.

Porque, a diferencia del mundo del carnaval, donde las puñaladas se dan como tarjeta de visita, el mundo de las cofradías presenta una particularidad digna de un estudio antropológico. Basta con echar un vistazo a los altares de culto para comprender que la máquina del tiempo es el medio de transporte más utilizado entre los capillitas. Esas imágenes subidas en alturas imposibles, con una cantidad ingente de velas y trapos y acompañadas por personajes secundarios sacados el baúl de los recuerdos de cualquier sacristía, esos túnicos bordados y esas camisas con gemelos como si el Cristo fuera al Holliday en vez de al Calvario. Esa profusión de carteles, de traslados, de vía crucis, de coronas dolorosas, de besamanos, besapiés. todo cada vez más alejado del tiempo actual, y lo más preocupante, cada vez más alejado del verdadero sentido que tiene la Semana Santa para los cristianos de verdad, no para los de escaparate de Eutimio.

Será el incienso que, como decía la chirigota de Javier Osuna, los vuelve tontos de capirote. Si no, no me explico cómo pueden hacerse estudios pormenorizados sobre la frecuencia y el número de penitentes que deberían pasar cada día por la carrera oficial. Sí, sí, no se ría, que está publicado. Un estudio que emplea un sistema de cálculo «muy sencillo, primero estableceremos una media diaria ideal de número de penitentes por minuto, la cual se obtiene al dividir el total de penitentes de la jornada entre el tiempo total de paso desde la primera cruz de guía hasta el último paso de cada jornada. Seguidamente realizaremos la media en cuanto al número de penitentes que pasan de cada cofradía por minuto, la cual se obtiene al dividir el número de penitentes por el tiempo asignado de cada cofradía. Si comparamos los penitentes por minuto de media ideal con los reales se ve claramente a las que le sobra tiempo y a las que les falta. Para hacerlo más exacto, al tiempo asignado al total de la cofradía le hemos restado 5 minutos por cada banda que lleven en su cortejo, para obtener el tiempo real en función del número de penitentes» (Universo Gaditano dixit). Ahí lo tienen. Disculpe la extensión de la cita, sobre todo si no la entiende. Yo tampoco, por si le sirve de consuelo.

Como tampoco entiendo qué hacía el pasado miércoles el Cristo de la Santa Cena con una boba de pan en la puerta de Santo Domingo -cosas de las bolsas de caridad-, como si anunciara los picos brasileños, ni por qué una cofradía es la que se tiene que encargar de cuidar los geranios municipales del barrio de la Viña. No entiendo que se haga un debate, con un lleno de público absoluto, por cierto, bajo el título 'El relevo, ¿necesidad o lucro?' -un tema, como verá, apasionante- donde se decían cosas como, «Los pasos en Cádiz, al hombro, con horquilla y lo que cada uno quiera hacer con su cinturita es su problema». Ni entiendo cómo se abarata el mensaje evangélico de esta manera.

A lo mejor me equivoco, puede ser. Pero ya sabe usted que una imagen vale más que mil palabras, y la imagen que da el mundo cofrade en esta ciudad no es precisamente de aplauso. Porque si de lo que se trata es de hacer espectáculos de luz y sonido en las calles lo hacen bien, atraen al público y Antonio de María puede hacer sus estadísticas a la alza, pero si con esto pretenden otra cosa, será mejor que Dios nos coja confesados.