Diagnóstico de un calvario
La Semana Santa desde el punto de vista médico muestra el sufrimiento de las últimas horas de la Pasión de Cristo
Actualizado:Jesús entra en agonía. Clava sus rodillas en tierra, pide sin fuerzas que pase de él ese cáliz. Rompe a llorar, preso de la desesperación. Expira . hondo, entre la angustia y la libertad, en la soledad de Getsemaní, decide morir. Pone en marcha un engranaje de crueldad y redención, por y para los humanos. Es lo que hoy definimos como la Pasión, ese trance de sufrimiento que le llevaría a la muerte.
Decía Barret que «la lógica es mal instrumento para entrar en un misterio». Difícil casar razón y fe, ciencia y religión. Una relación complicada pero no por ella menos fructífera. Y es que precisamente son estas últimas horas de la vida de Cristo las que en más ocasiones han pasado por el tamiz de la interpretación científica. Por qué, cómo, dónde y cuándo fue el trance que llevó a Jesús a la muerte. El proceso a Cristo desde el punto de vista judicial o el interés por conocer los espacios que fueron testigos de la Pasión son algunos de los esfuerzos por hacer interpretables para el Derecho o la Arqueología aspectos de la fe y la creencia. Y es en la dilucidación sobre estos últimos momentos de la existencia humana de Cristo donde la medicina tiene mucho que decir. Contrastar los testimonios recogidos por los Evangelios con los conocimientos médicos lleva a la comprensión de la Pasión de Cristo desde un prisma diferente. Unas escenas interpretadas durante siglos por el arte, en la pintura y la escultura, en unas aproximaciones tan certeras como explicables.
Es el médico Antonio Hermosilla Molina en su obra ‘La Pasión de Cristo vista por un médico’ el que dibuja una de las descripciones médicas más certeras en relación con la imaginería procesional de la Semana Santa. Adaptando esta visión científica a nuestra propia Pasión gaditana descubrimos un relato completo del sufrimiento que padeció el cuerpo de Jesús hasta morir. Cada misterio que procesiona por las calles de la ciudad esconde mucho más, una interpretación sobre el padecimiento sobrevenido a Jesús desde Getsemaní al Gólgota que ahora se esboza.
Sudor y sangre: la hematidrosis
Tradicionalmente se ha venido considerando como un suceso extraordinario uno de los primeros signos con los que comienza la Pasión de Cristo, el momento en el que rezando en el Huerto de los Olivos, de su frente brota sudor de sangre. Un fenómeno que, aunque excepcional, tiene una explicación médica. Su nombre: hematidrosis. Se trata, como explica Hermosilla, de «una reacción inusitada de nuestro organismo ante situaciones extremas, tensiones anímicas violentas, fuertes emociones, dolores agudísimos, grave angustia, espanto e impresiones de profunda depresión». Todo este componente psicológico se traduce en un fenómeno vasomotor. Así, se produce un efecto de vasodilatación más propio en personas jóvenes y de edad media.
En nuestra Semana Santa, dos imágenes muestran con claridad el sudor de sangre, producido tras esta situación de estrés en la que la sangre pasa al sudor y las lágrimas. Se trata del Señor de la Oración en el Huerto, que representa justo el momento, y el Prendimiento, que representa justo la escena posterior. Igualmente, el Señor de las Penas también muestra este momento, cuando Jesús está cautivo y en soledad.
La flagelación
La cantidad era clara: 39. Ese fue el número de latigazos, repartidos entre tórax y espalda que establecían los fariseos para los condenados, uno menos que lo que dictaba el Deuteronomio de los judíos. Para los romanos, no había número mínimo, era un juez quien lo determinaba como complemento de la sentencia. Existían distintos métodos de tortura como el ‘flagellum’ (un flagelo largo), la ‘verberatio’ (flagelación con varas), el ‘fustuarium’ (palo largo) o el ‘scorpio’ (cuerdas con nudos y clavos). Aunque el peor de los instrumentos era el ‘flagrum’ que se usaba en las penas graves y que podía tener astrágalos de carnero o cadenas con bolas de metal. El sufrimiento que producía era tan grande que provocaba heridas y fracturas. Con toda esta hipótesis de partida, se sabe que Jesús fue atado a una columna del Pretorio romano. Se trataba de una columna partida y baja que obligaba al reo a arquear la espalda, una vez esposado a ella, lo que hacía tener la piel en tensión para un mayor efecto de los latigazos.
Ya el propio Horacio decía que la flagelación era «el más cruel e inhumano suplicio». Tanto como para tener «gran parte de la responsabilidad de la muerte de Jesús», como afirma el médico. Y es que el flagelo, en cada golpe, provocaba una herida lineal «rodeada de una amplia zona contusiva y la ablación de la piel». «Al retirar el flagelo –añade Hermosilla– dilasceraba los tejidos con destrozo de los vasos y nervios». Esto hacía que el reo llegara al final de esta tortura en un estado de gran inhibición, debido a la insuficiencia respiratoria provocada por los daños producidos en pecho y espalda.
Hermosilla va más allá y describe: «El flagelado se convertía en un amasijo de carne sanguinolienta que se desmayaba, no rara vez moría, sumando a esto todo tipo de contusiones». Determinar hasta qué punto fue el daño ocasionado en Cristo durante este trance es complicado. El estudio de la Sábana Santa revela contusiones en las cejas, en la nariz o la espalda. Tan solo en ella se cuentan de 100 a 120 latigazos que dejaron huella de sangre en la Sábana. En definitiva un estrés enorme para el cuerpo que ha sido representado a lo largo de la historia de la imaginería.
Así hay tallas que muestran estas heridas correctamente representadas. Es el caso obvio de Columna, que representa justo ese momento, pero también del Señor del Ecce Homo, cuya espalda está normalmente oculta por el manto; o las distintas imágenes de crucificados.
La coronación de espinas
En la escalada de violencia que experimentó Jesús también se encuentra la coronación de espinas. Se trató de un suplicio improvisado, a modo de escarnio y burla. Para ello, se usaron las ramas más cruentas de la zona. No existe certeza de qué tipo de espino sería, lo que sí se cree que la corona no tenía el aspecto con el que hoy se representa. Así, estaría realizada más bien en forma de casquete. De una forma y otra, contando que eran ramas trenzadas y las proporciones medias de una cabeza humana, Hermosilla cuenta que la corona podría poseer unas 660 espinas por dentro y por fuera.
Al introducirle la corona, se produjeron heridas en el cuero cabelludo, frente y orejas, con importante hemorragia y desgarros de la piel. A eso se suma que la propia espina, al contacto con la piel provocó una reacción inflamatoria. Si para desvestirlo para la crucifixión le quitaron y colocaron la corona, estas heridas serían dobles.
La mayor parte de nuestra imaginería cristífera muestra la corona de espinas, si bien en la fórmula establecida a lo largo de la historia del arte, más que en la fórmula de casquete que probablemente fue. En cualquier caso, imágenes como el Despojado o el Cristo de las Aguas muestran de forma especialmente profusa el daño producido por la corona de espinas.
He aquí el hombre
Cada Martes Santo, la salida desde San Pablo muestra uno de los misterios más impactantes: Ecce-Homo. Es el momento en el que Poncio Pilatos presenta a Jesús ante la muchedumbre hostil. Lo hizo con un Cristo torturado, coronado de espinas y denigrado con una clámide de color escarlata y una caña a modo de rey burlado. Esta ceremonia de crueldad y burla, se acompañó de «golpes, patadas y salivazos». «¡Crucifícale!», clamó el pueblo furioso. Comenzaba así el gran trance de Jesús que le llevaría finalmente a la muerte.
El Nazareno
El condenado, según la costumbre judía, debía cargar con su cruz a pleno día para servir de ejemplo a los demás. Delante del reo, un heraldo vociferaba el crimen o motivo de la condena y en la crucifixión un sanedrita comprobaba que se realizara correctamente el ajusticiamiento. Además, el reo caminaba amarrado por cuerdas o cadenas. Más dudas despierta si Jesús cargó con la Cruz entera, como explica San Juan en su Evangelio. Sin embargo, otros sostienen que llevó solo el ‘patibulum’, o palo horizontal. A eso se suma que la Sábana Santa muestra un señal en la pierna derecha lo que lleva a pensar que llevó el palo transversal sobre los hombros, «por un extremo atado a la pierna y por otro al reo que marchaba delante», según reconoce el médico. También se ha llegado a determinar que la Cruz completa pesaría unos 80 kilos incluyendo el patibulum, con unas medidas de 1,70 metros de largo.
En lo que se refiere a las lesiones provocadas, es importante no olvidar la suma de la flagelación, la coronación de espinas y los golpes y bastonazos. A todas estas se suma la subida al Gólgota. De hecho, desde el punto de vista médico, este desplazamiento «agravó las lesiones a efectos locales y generales del organismo». El esfuerzo de andar con el madero provocó inspiraciones profundas en unos órganos ya maltrechos. «Esta situación de esfuerzo llega a un momento que no se puede aguantar más, apareciendo disnea», apunta al doctor. De hecho, en organismos ya perjudicados puede llevar a colapsos y la muerte, conocido hoy como el síncope del deportista.
También hay que sumar otra variable: los daños ocasionados localmente por portar la propia Cruz, principalmente en hombros y espalda. De hecho, la Sábana Santa muestra restos de laceraciones que apuntan a que cargó el madero con el hombro izquierdo del cuerpo, con las consiguientes heridas.
En todo este trance, la tradición habla de la aparición de la Verónica que enjugó su rostro. Al parecer existían grupos de mujeres que aliviaban el calvario a los sentenciados a muerte ofreciéndoles vino mirrado, que actuaba como anestésico. Según el Evangelio de San Marcos, le ofrecieron dicho vino «pero Él no lo tomó», con lo cual aceptó su sufrimiento. En el camino al Gólgota aparece también el Simón de Cirene a quien le pidieron que ayudara a Jesús con la Cruz a cuestas no como símbolo de piedad, sino como interés de que la condena se completase y el reo no muriese antes de lo previsto.
Aunque médicamente es más complicado de determinar el sufrimiento ocasionado por la Cruz a cuestas es de imaginar su efecto, dado a la aparición del cirineo. Precisamente, este momento es recogido por el misterio del Nazareno del Amor. Si bien, la Semana Santa gaditana muestra a Jesús camino de su crucifixión en distintos momentos. Es el caso del propio Señor de Cádiz, el Nazareno de Santa María, de Afligidos o Sanidad. En todos los casos, los imagineros, en una clara concesión artística, parecen aliviar el peso de la Cruz, mostrando a Jesús erguido o encorvado pero cargando una Cruz completa y apoyada en el hombro izquierdo y sujetada únicamente con ese brazo. La zancada transmite igualmente este vigor, acrecentado con una visión prácticamente de pérdida de la gravedad.
Las caídas
En el momento del camino hacia el Calvario, las caídas tienen un importante papel, pese a que no están recogidas en los Evangelios. Sin embargo, tanto la tradición como el Vía Crucis tradicional recoge que Cristo cae por tres veces. Partiendo de esta base, Hermosilla hace una consideración previa: «Jesús carga con la cruz, a la que se ha calculado un peso aproximado de 70 u 80 kilos, y cae al suelo, mal enlosado, con piedras irregulares y salientes; camina por calles angostas, escalonadas, retorcidas, algunas grasientas y resbaladizas (...). A todas estas circunstancias hay que añadir el estado físico-anímico del Señor, casi de aniquilamiento por las torturas recibidas».
En este sentido, en un organismo agotado, el peso extra de la Cruz provoca un mayor agotamiento muscular, «destruye los tejidos por aplastamiento, con la posibilidad de producir hemorragias internas por roturas viscerales», según aclara Hermosilla. Además, la caída produce una contracción refleja de los músculos en una persona que está al límite del agotamiento.
Además, las lesiones provocadas por las caídas se produjeron en rodillas y manos. Las heridas pudieron ir de la menor gravedad a dejar abierto tejido subcutáneo de la cara interior de la rótula. Los sindonólogos apuntan una herida en la rodilla de dos centímetros de diámetro. Es de suponer que, además de las manos y rodillas, las caídas provocaron heridas en caderas, codos, manos y costados; además de las heridas en hombro, espalda, cuello y cabeza por acción de la Cruz. El número de caídas es una incógnita, hay hipótesis que hablan de la treintena de caídas y otras valoraciones que solo hablan de una.
De una u otra forma, en nuestra ciudad y diócesis solo hay una hermandad que representa las caídas de Cristo, la hermandad de Jesús Caído. Al igual que ocurre con los Nazarenos, Láinez confiere a la talla una visión desafectada, con dos rodillas en tierra pero sin el patetismo de otras representaciones en los que se presenta a Cristo en una composición anatómica más elaborada.
Jesús despojado
La última hermandad en sumarse a la nómina de cofradías representa el momento previo a la crucifixión. Jesús es despojado de sus vestiduras, mientras se prepara el madero en el que será clavado. No hay en este momento de la Pasión ningún indicio de que se produjeran nuevas lesiones, más allá de las provocadas por quitar y volver a colocar la corona de espinas. Sí se ha analizado en más de una ocasión si Cristo fue crucificado totalmente desnudo o a la costumbre judía que obligaba a colocar un paño a la cintura, el ‘perizomum’. Si acepta el testimonio de la Sábana Santa como verdadero, como se viene realizando, se llega a la conclusión que fue clavado en la Cruz totalmente desnudo. De una u otra forma, la muerte de Cristo se acercaba de forma inexorable y rápida, tanto por acumulación de las heridas pasadas como por las lesiones producidas en el madero. De hecho, su fallecimiento se produjo de forma rápida, además de intentar ser acelerada por la lanzada, practicada en su cuerpo cuando ya estaba sin vida y sin quebrar un hueso, como apunta el Salmo XXII: «Cuyas manos y cuyos pies se agujerearán y se contarán todos sus huesos».
La crucifixión
Desde el Egipto de los Ptolomeos. la crucifixión es forma de muerte para los ajusticiados. Los romanos la aprendieron de los cartagineses, como pena para ladrones y desertores; y, en tiempos de paz, era una pena reservada a esclavos. En diferentes estudios se ha abordado incluso cuáles serían las proporciones del madero, su peso o la madera empleada. En este sentido, Rohault de Fleury estudio y analizó las reliquias de Lignum Crucis que existen por el mundo y llegó a la conclusión que la Cruz estaba realizada en madera de pino, además de determinar que se unieran todos los trozos que hay por el mundo «se cargaría con ellos un navío de alto bordo».
Autenticidad o no de reliquias en juego, sí se sabe que había crucificados que agonizaban durante días antes de morir, en el caso de Jesús todo el padecimiento previo le llevó a la muerte en tres horas. La crucifixión la realizaban verdugos expertos, si se atiende a que el botín de la ropa se hizo en cuatro partes, es de suponer que en el caso de Jesús fueron cuatro. No está tan claro si fue crucificado con tres o cuatro clavos que eran de forma cuadrada, no cilíndrica. Sus lesiones fueron dobles: una por el traumatismo del clavo en sí y otras por el peso del cuerpo suspendido.
La punta roma del clavo produjo un daño como una sierra al desgarrar arterias, tendones, músculos y nervios. El segundo clavo se sumó al dolor del primero, a eso se sumó la intensa trepidación del cuerpo al ascender y clavar la Cruz en el suelo. Para clavar los clavos, se solían realizar barrenas en la madera lo que obligaba que la mano tuviera que coincidir con dicha barrena, con el sufrimiento añadido de disponer el cuerpo en posición exacta.
Motivo de disquisición es si los clavos fueron colocados en la palma de la mano (lo que hubiera provocado el desgarro de la mano), el carpo o la articulación radiocubital inferior. Por esta última opción se inclina Hermosilla, lo que llevaría a una crucifixión aproximadamente a la altura de las muñecas. En el caso de los pies, se realizó en el espacio metatarsiano, eso llevó a flexionar las rodillas unos 120 grados y los tobillos y caderas unos 150 grados. En cuanto a las lesiones, en los brazos el desgarro de músculos y tendones llevó al daño del nervio cubital por lo que los pulgares se flexionarían por parálisis. La hemorragia cayó en tierra y recorrió el cuerpo, como queda constancia en la Sábana Santa. Precisamente, expertos en ella aprecian además una variación en los hombros que pudo deberse a una luxación provocada por la necesidad de colocar las manos en los huecos realizados en el madero para los clavos.
«Tengo sed», estas palabras de Jesús tienen una explicación médica como explica Hermosilla. Las horas de ayuno, la perdida de sangre, el sudor llevaron a Cristo a la deshidratación. De hecho, va más allá y apunta que en la cruz experimentaría fiebre derivada de esta intensa deshidratación y del propio trauma.
Los crucificados de la Semana Santa gaditana muestran muchas de las heridas y posturas descritas. Tan solo el Señor de La Sed muestra una posición más cercana (aunque no exacta) a la zona de las muñecas por el que probablemente fue crucificado Jesús.
El Cristo de la Vera-Cruz, Buena Muerte, Misericordia, Perdón, Piedad o Luz y Aguas sí muestran las heridas físicas acumuladas de la flagelación, la coronación de espinas y las propias tensiones en el cuerpo derivadas de la crucifixión: los regueros de sangre por los brazos, las piernas flexionadas y los brazos extendidos. Muestran el pie derecho por delante del izquierdo, aunque si se atiende a la Sábana Santa fue justo al revés. Normalmente, esto se debe a una licencia artística para compensar la composición de los Cristos con la cabeza inclinada hacia la derecha.
La muerte
Fruto de todo el padecimiento acumulado, la muerte de Cristo se sobrevino antes de lo habitual en los casos de crucifixión, algo motivado por el colapso completo del organismo. Analizando de forma pormenorizada la muerte, en los primeros momentos en la Cruz, Jesús mantendría la respiración pero poco a poco va apareciendo el agotamiento y, con él, la insuficiencia cardio-respiratoria. Parece ser que mantuvo la conciencia hasta el último momento, lo que ha llevado a neurólogos a considerar que murió por «una anoxia cerebral aguda», es decir, falta de oxígeno en el cerebro. Eso explicaría la lucidez hasta el final el grito de estertor previo a la muerte.
Para Hermosilla «la causa de la anoxia cerebral fue la propia posición de la crucifixión, la asfixia, y el estado precario por la serie de traumatismos anteriores». Recoge el traumatólogo otras opciones barajadas a lo largo de la historia de la medicina, como es la parálisis cardiaca, el desfallecimiento o la infección de las heridas. Sin embargo, la postura en la Cruz es la que lleva a Hermosilla a inclinarse por una muerte por asfixia.
«E inclinando la cabeza, expiró», la existencia terrenal de Cristo acaba temporalmente. Expiración recoge este justo momento, al igual que la Buena Muerte, plasma con maestría el momento posterior. Pero aún quedaba una herida en el cuerpo más: la lanzada. Era un golpe de gracia que servía para adelantar la muerte o asegurarse que el reo ya había fallecido, como fue este caso. La Sábana Santa refleja el lado derecho, como la zona en la que Longinos clavó su ‘pilum’, nombre que recibía en romano. «La lanzada produjo una herida inciso-punzante en el quinto espacio intercostal, resbalando el arma sobre la cara superior de la sexta costilla», explica Hermosilla.
La herida se prolongó por abajo de la vena cava inferior, en los cadáveres siempre llena de sangre. Eso puede llevar a explicar que después de muerto del costado brotara sangre, pese a que el corazón hubiera dejado de bombear. En cualquier caso, es importante tener en cuenta que la sangre no pudo salir a borbotones, por la falta de impulso. Justo este momento es el que representa el Cristo de las Aguas, con la fuerza de una escena cargada de intensidad en la Pasión. Con Jesús muerto comenzaba el entierro.
El entierro
Jesucristo fue amortajado y enterrado según la costumbre judía. Así, se cerraban los ojos y la boca y el cuerpo se embadurnaba de perfumes con nardos, aloe y mirra. El cuerpo se amortajaba envuelto en una sábana, el ‘sindón’ y, a veces, el ‘soudarion’ para la zona del rostro. Se cree que Jesús no fue envuelto en la Sábana Santa hasta que estuvo en el sepulcro, a juzgar por las manchas de sangre. Así, probablemente primero se desenclavaron los pies y luego se bajó el ‘patibulum’ para retirar los clavos de las manos. No fue esto una tarea fácil lo que lleva a distintos investigadores a creer que la luxación que muestra el cadáver de la Sábana Santa se produjo en este momento y no al clavarle en la Cruz.
Pese a la prisa de ser un enterramiento, no se suprimió el embalsamamiento. Nicodemo trajo cien libras de aromas, mirra y áloes. Sin embargo, para el embalsamamiento definitivo había que esperar 36 horas y era tarea reservada a las mujeres. Correspondía realizar esta tarea en la mañana del domingo por la mañana. Pero la segunda fase nunca llegó a realizarse porque la tumba estaba ya vacía. Y para esto ya no hay explicación más posible que el milagro de la Resurrección.