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Cosas de andaluces
Actualizado: GuardarEs Domingo de Ramos y nos disponemos para acompañar al Señor Jesús desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección. Aquella tarde, cuando llegaba montado en la humilde sencillez de una borriquita, despertó la mirada de los limpios de corazón en los ojos de los niños, el rostro alegre de las mujeres y la sorpresa de los hombres curtidos.
Pero bien sabía que al entrar en Jerusalén, la ciudad que mata a sus profetas, y ahora acogía al mayor de ellos, se anunciaba el drama… Era un ensayo cruel de gargantas que más tarde gritaron: ¡crucifícale y danos a Barrabás! Aquel primer Domingo de Ramos, no fue un éxito, sino un ensayo para después de la Cruz, en la mañana de la Pascua, celebrar la procesión definitiva de la Resurrección y de la vuelta al Padre.
La Historia de Salvación es una historia de amor, llegando hasta la plenitud de los tiempos, cuando tanto amó Dios al mundo que entregó a su único Hijo… Un amor eterno, profundo y hasta emocionado, que tiene una fuerza tal que quisiera fundirse e identificarse con lo amado hasta llegar a ser una sola cosa con él. Así lo expresa bellamente el libro del Cantar de los Cantares: «el amor es fuerte como la muerte, la pasión es cruel como el abismo».
Un amor así es indeleble, indestructible, definitivo. Porque el amor, y la pasión que siempre lo acompaña, no se deja vencer… ni siquiera la muerte puede vencerlo, ni el abismo puede ahogarlo. Sólo desde aquí es posible entender la Pasión de Cristo hasta la muerte, fruto de amor radical y sempiterno de Dios por la obra de sus manos.
En nuestra tierra celebramos estos misterios de la fe cristiana de una manera peculiar que no se entiende bien más al norte de nuestras latitudes. Especialmente a los cofrades se nos acusa de limitarnos a la contemplación de la Pasión y Muerte, olvidando la Resurrección. Más bien es que la espiritualidad barroca de la que participamos está enraizada en la humanidad pasible y sufriente de Cristo, que encarna a Dios Redentor.
Estas cosas de andaluces, que incluso se atreven a llamar equivocadamente ‘Nuestro Padre’ a Jesús el Nazareno. Pues define bien la teología que en la Santísima Trinidad el Padre es Creador, el Hijo es Redentor y el Espíritu es Santificador.
Pero nuestra piedad popular ha visto reflejada en la Cruz de Cristo su propia historia de dolor, identificándose con este Dios Crucificado que se convertía en el ‘Padre de nuestros dolores’, profetizado por Isaías.
Como sacerdote, siempre estoy dispuesto a colaborar con las Hermandades. La vida y la vocación me han llevado por distintos lugares, donde mi identidad cofrade se ha expresado como nazareno, penitente, costalero o preste. Pero a la par, se han creado vínculos fraternos que han desarrollado mi servicio ministerial en cultos, formación, acciones pastorales, etc. Siempre he estado convencido de que este grupo amplio de personas que expresan su fe a través de la religiosidad popular es ‘campo abonado’ para la acción evangelizadora de la Iglesia.
Así lo disponía nuestro Sínodo Diocesano del año 2000, que hoy parece haber caído en olvido, por el que la Iglesia adquiría el compromiso de atender pastoralmente esta realidad. Es más, a los curas nos dice: «Todos los pastores tomarán conciencia de su responsabilidad en la evangelización en los ámbitos de la religiosidad popular…, para coordinar la acción pastoral con unidad de criterio».
Esta Constitución sobre la Evangelización de la Religiosidad Popular, a pesar de los años transcurridos está por estrenar. Sólo hemos tenido una discutible revisión y aplicación de los Reglamentos Base, cuyas lagunas se solucionan a golpe de dispensas y decretos según la arbitrariedad de un Secretariado que, aun cambiando de denominación, no se ha visto renovado en sus criterios ni por el Sínodo, ni por los años.
Personalmente me tomo muy en serio la piedad popular, y como compruebo que en muchas ocasiones falta esa «unidad de criterio», resulto exigente y molesto al levantar la voz contra la falta de sentido eclesial en nuestras Cofradías, venga de quien venga.
Estos días de Semana Santa, por exornados que estén nuestros templos y calles, con la belleza de los pasos o la emotividad de las procesiones, siempre les resultarán fríos a Dios si no encuentra cobijo en el corazón de los hombres. El Dios-con-nosotros no puede quedar en una especie de adorno elevado al que se acude cuando se necesitan servicios religiosos. Dios no es un objeto de complacencia ni un adorno estético. Él es la vida misma del hombre, pero nosotros nos empeñamos en confinarlo en el culto en lugar de tenerlo como compañero en el camino de la vida.
El Dios de Jesús no se mantiene en alturas, sino que nos señala en dirección al mundo. El Papa Francisco, en este sentido, manifestó durante la Jornada de las Cofradías y de la Piedad Popular que «cuando lleváis en procesión el crucifijo con tanta veneración y tanto amor al Señor, no hacéis únicamente un gesto externo; indicáis la centralidad del Misterio Pascual del Señor, de su Pasión, Muerte y Resurrección, que nos ha redimido; e indicáis, primero a vosotros mismos y también a la comunidad, que es necesario seguir a Cristo en el camino concreto de la vida para que nos transforme».
Por mi parte, estoy convencido de que una cofradía en la calle, a la vez que recoge la Pasión del Señor manifiesta claramente la Gloria de la Resurrección, que ya se gusta en los días previos de la Pascua. En mi humilde opinión, la concepción dual de cualquier procesión penitencial expresa con clara evidencia el paso doloroso de la cruz a la luz: Cristo va delante, dando su vida por los hombres, con caminar brusco y cansino, los tambores y las cornetas anuncian su próxima ejecución… y a continuación el cortejo de la Gloria, a paso más grácil y acompasado, Santa María bajo palio es todo un símbolo de la Iglesia triunfante: doce varales como apóstoles cobijan signos de victoria y realeza: las flores, la luz de la candelería, la corona, los bordados… hasta al techo del palio lo llamamos la Gloria.
Ya es pascua y todavía no, escatología cristiana eficazmente incipiente, pero aún no consumada, porque María conserva el puñal de dolores y las lágrimas –aunque sean las últimas–, a la espera de la ruptura del alba en la mañana de la Pascua.
Quizás el que escribe «no sirve para cofradías», o quizás estas reflexiones sólo sean cosas de andaluces. Pero en la espera de la Pascua viviré estos días de Pasión -desde sensus fidelium-, como camino para la Gloria.