Atxaga cabalga en el Oeste
El escritor hilvana sus recuerdos del País Vasco con los de su estancia en Nevada
Actualizado: GuardarEn agosto de 2007 Bernardo Atxaga llegó con su familia a Reno gracias a una invitación de la Universidad de Nevada (EE UU). Allí descubrió la soledad del desierto y gentes amables, que, sin embargo, llevaban el miedo en el cuerpo. En sus cuerpos latía un miedo sordo y una violencia soterrada. Era el temor a la violación y los secuestros de niños lo que hacía que esos personajes se movieran casi a cámara lenta. «El atleta era el modelo al que aspiraban los griegos. En la cristiandad la figura de Jesús estaba presente de manera apabullante. Hoy, por desgracia, uno de los personajes centrales en la cultura es el pederasta, el depredador sexual. Forma parte de cierto sector de la sociedad occidental», argumenta el escritor.
Dedicado a observar esos parajes inhóspitos y esas gentes, el novelista se topó con toda una mitología y unas leyendas que formaban parte de su infancia. Porque en la educación sentimental de Atxaga se anudan el campo y las escenas rurales del País Vasco con el corpachón de John Wayne y las canciones de The Mamas & The Papas y Elvis Presley. Hilvanando esos recuerdos e impresiones le ha salido una historia que encierra otras historias, como si se tratara de cajas chinas.
Bernardo Atxaga (Asteasu, Guipúzcoa, 1951) no oculta su fascinación por EE UU. Los garitos de mala reputación, el alcohol, las peleas, la fiebre del oro, las manadas de reses. Son escenas arraigas en su memoria. No obstante, muchas de estos mitos son arquetipos de cartón piedra alimentados por el cine. «John Wayne no imitaba a los vaqueros. Son éstos los que empiezan a ponerse sombrero, pañuelo y chaleco porque el mito aparecía así en el cine. Las tradiciones inventadas no son patrimonio exclusivo del País Vasco».
Si en Europa el paisaje «está al servicio del hombre», en los Estados Unidos es violento y despiadado. Quizá algo de esa desmesura conduzca a la emergencia de monstruos, de criminales atroces. En la novela aparece uno de esos hombres que hostiga a las niñas y que con sus acechanzas hace que se tambalee la templanza de la gente. El desasosiego irrumpe cuando muere asesinada una joven, algo que también se produjo muy cerca de su domicilio. «De repente se presentaron en casa predicadores para leer salmos, otro día lo hicieron agentes del FBI. El asesino andaba suelto y yo miraba a mis hijas, de 15 y 13 años. El miedo te induce a tener una percepción distinta de lo real».
El autor de 'Días de Nevada' ha apostado por una novela híbrida, en la que ha dado coherencia a cientos de notas y fragmentos que al final encajan como un puzle. En 130 piezas recrea su estancia en Nevada, un relato en el que además se entreveran otros escarceos narrativos, como un homenaje a sus padres -una profesora y un carpintero de orígenes humildísimos-, o la apasionante historia de Paulino Uzcudun, un boxeador fascista motejado como el 'león de los Pirineos' y que en la Guerra Civil propinó terribles puñetazos a los prisioneros. «Homenajear a mis padres es casi una cuestión ideológico, de puro socialismo. Hay que contar la vida de los pobres».
Con el púgil, que ya aparece en los relatos que se desarrollan en el territorio imaginario de Obaba, se reencontró muy lejos de su tierra natal. «Un día caminaba por Carson City y vi su fotografía junto a la Jack Dempsey y Max Baer, dos boxeadores míticos. Resulta que allí se entrenó Uzcudun. Aparte de la épica que pueda tener el boxeo, a mí interesa mucho la relación entre este deporte y el fascismo. Paulino Uzcudun sigue siendo uno de los héroes de la extremada derecha española».
Otra vez, la visión de unos caballos salvajes en Nevada disparó la evocación de un suceso acaecido en su niñez, el de un caballo que murió electrocutado por un cable que andaba suelto, percance del que quisieron culpar a su padre. «La memoria no es solo algo intelectual. Todo lo que se recuerda transporta una carga de emoción».
Durante todo ese año que permaneció en EE UU pudo acudir a algunos de los mítines que dieron Barack Obama y Hillary Clinton. Al describir el entusiasmo que despertó el que luego sería primer presidente negro que ocupó la Casa Blanca le viene a la mente el furor que desataron los Beatles. Pese a la decepción que vino después, Atxaga se muestra indulgente con el dirigente demócrata. «Las grandes fuerzas económicas son muy poderosas. No obstante, no ha igualado a Jimmy Carter, que fue el presidente que más hizo por los pobres».