Un debate estéril
Las intervenciones de los diferentes representantes parlamentarios ha servido para corroborar que las posiciones de todas las partes están encastilladas y resultan peligrosamente inamovibles
MADRIDActualizado:Estéril, pero no inútil. El debate en torno al inviable proyecto de ley que otorgaría a Cataluña la potestad de convocar referéndums ha servido para corroborar que las posiciones de todas las partes están encastilladas y resultan peligrosamente inamovibles, si bien queda un atisbo de esperanza sobre la posibilidad de negociar un desenlace pacífico y creativo. Quizá lo más llamativo, en una primera aproximación, es que la mayor parte de quienes abogan por la transferencia de dicha potestad -incluidos Duran Lleida, Coscubiela y uno de los tres representantes del Parlament, Herrera- se han aferrado a la curiosa tesis de que el debate no guarda relación alguna con la independencia de Cataluña sino apenas con la celebración del referéndum, como si éste fuera una herramienta angélica y neutral. Y ello a pesar de que los demandantes de la consulta han esbozado algunos elementos del conocido memorial de agravios que se utiliza para justificar la reclamación independentista.
Como era previsible, tanto Rajoy como Rubalcaba, que se arrogaba expresamente la voz del PSC, rechazaban la propuesta catalana con argumentos constitucionales en primer lugar. Aunque ambos los aderezaran con otros argumentos políticos y hasta sentimentales que efectivamente están implícitos en la resistencia a la secesión
En realidad, descartada la aprobación de la propuesta catalana, los frutos que cabía esperar de este debate eran de otra índole. En primer lugar, la sesión parlamentaria debía clarificar las posiciones respectivas y eso sí que se ha logrado en cierta medida. Aunque Rubalcaba ha invocado el diálogo político con más énfasis que Rajoy, parece posible que ese diálogo entre los grandes partidos y las instituciones catalanas se produzca, siempre que previamente la Generalitat haga algún gesto elocuente que lo haga posible (es difícil que el Gobierno acepte negociar formalmente en tanto esté convocado el referéndum del 9 de noviembre). De cualquier modo, las grandes fuerzas han marcado con cierta precisión el territorio: Rajoy ha negado el expolio de Cataluña por España –en 2007, el PIB per capita catalán era el 120 % del promedio de la UE- y Rubalcaba ha afeado con toda la razón los ingredientes insolidarios de la reclamación soberanista en plena crisis económica.
En segundo lugar, es claro que existe un territorio para el diálogo. Rajoy no se ha negado, sino al contrario, a la reforma constitucional, pero en el temperamento del presidente del Gobierno está la idea de que deberán ser los otros quienes tomen la iniciativa, que en todo caso no deberá versar sobre el referéndum o sobre la unicidad de la soberanía nacional, aunque queda un territorio muy amplio para converger, incluida la financiación autonómica. Rubalcaba, por su parte, ha recalcado que el debate no es el final de nada sino el comienzo de una etapa de diálogo, que debería explorar las posibilidades de una reforma federalizante, que sin embargo ha sido relativizada por el líder socialista, consciente quizá de que no tiene en esto el apoyo de Rajoy.
El debate, con su solemnidad innata, tendrá sin duda un efecto impactante sobre Artur Mas y los demás resistentes en la trinchera numantina del ‘derecho a decidir’. En esta clase de movimientos con fuerte carga romántica, el choque con la realidad resulta destructivo, y es claro que la opinión pública catalana, que corre el riesgo de ensimismarse con los cantos de sirena de los nacionalistas, necesita ese contraste de ideas que pone de manifiesto la gozosa pluralidad de este país. También de Cataluña, por supuesto.