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El Partido Quebequés se lo juega todo
La pérdida de apoyo en los sondeos obliga a la primera ministra a aparcar la defensa de la soberanía como gancho en los comicios de hoy
Actualizado: GuardarEl Partido Quebequés (PQ) ha lanzado un órdago y cruza los dedos para no tener que arrepentirse. La formación independentista gobierna la provincia francófona canadiense desde 2012 con mayoría, pero no la suficiente como para sentirse refrendada en el desarrollo de su programa. Así que, por un lado, la necesidad de un fuerte respaldo en un momento de crisis económica que requiere de medidas impopulares; por otro, el rechazo de los opositores Partido Liberal de Quebec (PLQ) y Coalition Avenir Quebec (CAQ) -Porvenir Quebec- aprobar los presupuestos, y sobre todo, unas encuestas al alza convencieron a la primera ministra, Pauline Marois, de que tenía que arriesgarse. El 5 de marzo disolvió el Parlamento y comunicó el adelanto de las elecciones. Ese día comenzó su calvario.
Lysiane Gagnon resumía en su columna del miércoles en el Globe and Mail la incertidumbre acerca de lo que pueden deparar las votaciones. «¿Tendrá Quebec otro Gobierno minoritario? Y si es así, ¿lo dirigirá el PQ o los liberales? A menos de una semana para la votación, estas preguntas, increíblemente, todavía están en el aire. Si esta será la campaña más sucia en la historia reciente de la provincia, también habrá sido, hasta el mismo final, la más impredecible».
¿Qué ha pasado para que el adelanto electoral, en vez de favorecer al partido en el Gobierno lo haya puesto en la cuerda floja? Un asunto ha polarizado la campaña, agitado como bandera por el PQ o esgrimido como amenaza por el PL: la soberanía. Y el miedo transmitido por el Partido Liberal con declaraciones sabiamente administradas ha calado, más preocupado por la falta de empleo, el déficit y los precios de los bienes de consumo que proclive a un hipotético referéndum de independencia.
La campaña del Partido Quebequés había comenzado centrada en su controvertido proyecto 'Carta de Valores de Quebec', que impedirá que empleados públicos lleven el velo musulmán o la kipá judía y que contempla la protección del francés. También incluía la posibilidad de convocar un referéndum independentista «cuando sea apropiado». Nada que pudiera sorprender a una ciudadanía satisfecha con la gestión de Pauline Marois durante este año y medio de mandato, a pesar de alguna sonora cacerolada contra los recortes en salud, educación y bienestar social.
Los sondeos también apoyaban al PQ. Había llegado al poder con un 32% de los votos. En febrero le daban un 40% de apoyo; el 5 de marzo, un 37%. Su rival, el PL, también había subido del 31% con que perdió las elecciones en 2012 al 34% en las encuestas de febrero y al 35% el 5 de marzo.
En un arranque de autoconfianza, un nombre irrumpió en la campaña del PQ como la gran baza, el golpe definitivo. El 9 de marzo, Pauline Marois presentó públicamente al magnate de los medios de comunicación Pierre Karl Péladeau -PKP, como se le conoce- como candidato por la circunscripción de Saint Jérôme y posible ministro de Economía si ganaba los comicios. La prensa describió la maniobra como «un terremoto político», «un mazazo del PQ» que «cambia totalmente el juego». Era la estrella que le faltaba al partido: 52 años, ambicioso, arrollador, atractivo, multimillonario y contradictorio, soberanista, presidente de un grupo multimedia, Quebecor, de línea editorial netamente conservadora.
Menos votos
Péladeau renunció a sus cargos en Quebecor, compareció junto a Marois y pronunció las palabras mágicas: «Quiero hacer de Quebec un país». Y la campaña del PQ, esa que tenía previsto discurrir por las tranquilas aguas de los derechos sociales y los objetivos económicos, pasó a centrarse en la soberanía y los planes del partido para convocar un referéndum. A medida que se convertía en tema dominante, los sondeos empezaron a asustar. El 18 de marzo la intención de voto al Partido Quebequés bajó del 37% al 36%, y lo que es peor, los liberales subieron del 35% al 39%. Dos días después, en vez de tres puntos les separaban 5: el PQ se hundía en el 32% y el PL se estabilizaba en el 37%.
La posibilidad de que una victoria por mayoría absoluta decidiera al PQ a convocar un referéndum de independencia, el tercero en la historia de Quebec, ha preocupado en Canadá desde el anuncio del adelanto electoral. En las dos ocasiones anteriores perdió el soberanismo: en 1980, por el 40,44%, y en 1995, por un ajustado 49,42%. Pero en mitad de la campaña, el 'peligro' se había desinflado.
El periodista Jean-François Lisée, uno de los miembros más destacados del Partido Quebequés, confesaba el 28 de marzo en declaraciones a Radio Canadá, recogidas por CBC News, sentirse «golpeado» por la reacción de los quebequeses y que «pocas veces» había sido «tan pesimista» respecto a la posibilidad de plantear un referéndum si el PQ ganaba las elecciones. Hasta tal punto son malas las perspectivas que el gurú Péladeau ya no habla de soberanía, sólo de economía.
Un hombre ha salido reforzado de esta inesperada debacle. Se llama Philippe Couillard y es el candidato del PL, el rival que intenta quitarle el puesto a Marois, y tal vez lo consiga. Retirado a un segundo plano tras participar en el Gobierno liberal de Jean Charest, donde fue ministro de Sanidad entre 2003 y 2008, era el más impopular cuando comenzó la campaña. En estas semanas, sin embargo, este neurocirujano de 56 años ha sabido conducir a Marois a su terreno y la ha obligado a aclarar, en cada foro donde han coincidido, que el referéndum de independencia no era una prioridad para el PQ. Una trampa que ha sabido gestionar y que le ha beneficiado enormemente.
Couillard ha tenido también que lidiar con sus propios demonios. Nada más asomarse a la arena electoral, le han recordado la abrupta manera en que cambió el Gobierno de Charest por un buen puesto en una fundación privada. Nunca quedó claro, pero se supone que negoció su nuevo cargo siendo todavía ministro. En su momento pidió perdón por las formas. Igualmente ha saltado a la actualidad su estrecha relación con el exjefe del centro de salud de la Universidad de McGill, Arthur Porter, que se enfrenta ahora a cargos de fraude.