ESPAÑA

«¡Aprended de él!»

Los aplausos al paso del ataúd contrastaron con los duros reproches a los altos cargosLos ciudadanos convierten las honras de Estado en un homenaje popular a Suárez y en un aviso a los líderes políticos

MADRID. Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

«¡Aprended de él!». El mensaje de los ciudadanos, gritado con insistencia, no pudo ser más nítido. Miles de madrileños abarrotaron ayer las calles que unen el Congreso de los Diputados con la plaza de Cibeles para tributar un emotivo adiós a Adolfo Suárez, el primer presidente de la etapa democrática, pero, al mismo tiempo, aprovecharon la presencia en el cortejo funerario de Mariano Rajoy y de la mayor parte de su Gobierno, de los responsables de las más altas instituciones del Estado, de un buen número de presidentes autonómicos y de dirigentes de todos los partidos para trasladarles su hondo malestar con sus actuaciones, sus políticas y con la forma de llevarlas a cabo.

Fue un rapapolvo público, pero bien medido para no empañar en ningún momento el objetivo fundamental de todos los congregados, que no era otro que convertir lo que sobre el papel eran unas exequias de Estado, diseñadas desde las altas instancias oficiales, en un gran homenaje popular a uno de los personajes clave de la Transición y a quien muchos de los presentes no dudaron en calificar al paso del féretro como «el mejor presidente» desde la liquidación del franquismo.

Los ciudadanos, que pese al desapacible día, frío y ventoso, esperaron durante horas de pie para ocupar su sitio en aceras, bulevares, balcones y ventanas, aprovecharon la decena larga de metros que separaban a la comitiva de la familia Suárez Illana del bloque de los políticos encabezado por Rajoy para alternar con naturalidad las ovaciones, vivas y bravos al paso del armón de artillería que portaba los restos mortales del expresidente, junto al que caminaban sus familiares, con los reproches y, en ocasiones, insultos cuando a quien tenían enfrente era al grupo de los cargos públicos.

Los 45 minutos que el ataúd del piloto de la Transición, precedido por una compañía del Regimiento Inmemorial del Rey nº 1, tardó en completar el recorrido oficial confirmaron que el paso de la horas desde su fallecimiento el domingo pasado no han hecho sino elevar y extender la admiración general por Suárez y su legado, en definitiva agigantar el mito, y, de paso, endurecer la comparación entre su pregonada resolución y coraje para enfrentar los problemas políticos y sociales de la España de finales de los setenta con el descontento manifestado por muchos españoles, la última vez el pasado fin de semana con una protesta multitudinaria por esas mismas calles de Madrid, con la actual falta de soluciones a la crisis económica e institucional.

La opinión popular sobre Suárez se puede resumir en la enorme bandera de España desplegada en un lateral de la plaza de Cibeles en la que, impreso, se podía leer un «gracias, presidente» o en el «Suárez ha muerto, la Transición no», que uno de los ciudadanos había escrito en un cartel. Por el contrario, los gritos que los altos cargos del cortejo tuvieron que escuchar oscilaban desde el «Suárez más honrado que vosotros» o el «a ver si tomáis ejemplo» y los más duros, aunque minoritarios, «abajo la corrupción», «sinvergüenzas» o «devolved el dinero».

Emoción general

En cualquier caso, la emoción percibida durante todo el recorrido, en el que se pudo ver a muchas personas que aplaudían con lágrimas en los ojos, dejó claro el agradecimiento ciudadano al mejor aliado del Rey en el tránsito incruento y rápido de la dictadura a la democracia, el mismo sentimiento que habían demostrado con la visita masiva a su capilla ardiente. También, el pálpito general de que vivían un momento histórico, que no pararon de registrar con cámaras y teléfonos móviles.

Las honras se iniciaron a las once en punto de la mañana, cuando, con la familia del fallecido y las más altas autoridades formadas a ambos lados de las escalinatas de la entrada principal del Congreso, se abrió la puerta de los Leones para que un pelotón del Regimiento Inmemorial del Rey sacase a hombros el ataúd del expresidente del Gobierno, que fue recibido, ya en la acera, a los sones del himno nacional.

Con la última nota del himno, y antes de que los militares depositasen el féretro en el armón de artillería tirado por cuatro caballos, una gran ovación rompió el respetuoso silencio. Sin embargo, el primer síntoma de la explosión de cariño que los congregados iban a demostrar a la figura de Suárez durante todo el recorrido se detectó cuando el cortejo enfilaba el último tramo de la carrera de San Jerónimo, el más próximo a la plaza de Neptuno, donde estaban situados ya los primeros cientos de espectadores, que generalizaron los vivas, bravos y los gritos de «gracias».

Los organizadores de los actos fúnebres, que concluyeron sobre las 12.10 horas en la plaza de Cibeles, con las notas de un toque de oración y una descarga de fusilería, tuvieron que ampliar el recorrido inicial en varios centenares de metros ante la evidencia de que no podría acoger a los miles de personas agolpadas en las aceras y que querían estar presentes. De hecho, cuando los restos mortales de Suárez fueron introducidos en el coche fúnebre que partió rumbo a Ávila seguido por los vehículos de los familiares, la multitud llenaba no solo la rotonda de la diosa griega y los bulevares del Prado y Recoletos sino también ambos lados de la calle de Alcalá hasta Gran Vía. Los últimos gritos y aplausos fueron para los hijos y nietos. «Podéis sentiros orgullosos», les repitieron.