1. El féretro llega al Congreso de los Diputados a hombros de una guardia militar. :: ALBERTO FERRERAS 2. Suárez Illana acompañado por su esposa saludan al expresidente de la Generalitat Jordi Pujol. :: P. CAMPOS 3. Martín Villa y Marcelino Oreja llegan a la Cámara baja para despedirse de Suárez. :: ALBERTO FERRERAS
ESPAÑA

Suárez vuelve a reunir a todos

El Rey, el Gobierno, todos los partidos y los tres expresidentes acudieron a su capilla ardiente Don Juan Carlos califica la muerte de su «leal amigo» como «una gran pena» y el Príncipe destaca que «hay que agradecérselo todo»

MADRID. Actualizado: Guardar
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Adolfo Suárez, que pasa a la historia como el político que junto al Rey logró el complejísimo consenso de la Transición y fue capaz de poner a trabajar juntos a franquistas, conservadores, socialistas, comunistas y nacionalistas para alumbrar la España democrática de las autonomías, consiguió ayer también, después de muerto, lo que parecía imposible, congregar en el Congreso para honrar su figura a todos los diferentes e, incluso, a los directamente enfrentados.

Todas las fuerzas políticas -a excepción de Amaiur y Esquerra-, el actual Ejecutivo, el jefe de la oposición, los tres expresidentes de Gobierno vivos de la democracia, Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero, el expresidente catalán Jordi Pujol y hasta el actual inquilino de la Generalitat, Artur Mas, que mantiene un duro pulso secesionista con el Estado, desfilaron respetuosos ante su féretro y ensalzaron su ejemplo, arrojo y valentía para enfrentar cualquier encrucijada de la vida política, por imposible que pareciese transitarla.

Por un momento, olvidaron los grandes enfrentamientos personales o políticos del presente y ensalzaron el valor del consenso. Todos menos Artur Mas, que, en un claro mensaje a Mariano Rajoy, declaró que figuras con el «coraje político» del expresidente son las que «se echan en falta ahora» para abordar enconadas controversias, como su demanda soberanista para Cataluña, que «no miran para otro lado» ni «rehúyen los problemas».

El tándem de la Transición

«Mi dolor es grande», pareció repetir 24 horas después don Juan Carlos, cuando, apoyado en su bastón y con expresión compungida, poco después de las diez y media de la mañana entró acompañado por la Reina y la infanta Elena, todos de luto riguroso, en el Salón de Pasos Perdidos del Congreso. Tras una leve inclinación de cabeza, y mientras doña Sofía, muy afectada, se persignaba, miró durante unos segundos el féretro de Suárez, cubierto por una bandera nacional, flanqueado por las máximas autoridades y su familia, y escoltado por miembros de los tres Ejércitos y la Guardia Civil con armas a la funerala.

El Monarca, que momentos antes había saludado y dado el pésame a la familia Suárez Illana en privado en el contiguo salón del Escritorio, permaneció sentado, triste y en silencio, durante casi diez minutos. Así lo había pedido explícitamente. Él y doña Sofía querían tener un tiempo para el recogimiento y la despedida de su «amigo leal» y «colaborador excepcional».

Las imágenes trasladaron por un momento a toda España casi 40 años atrás. Todas las miradas iban del ataúd a don Juan Carlos, y viceversa. La expresión del jefe del Estado parecía abstraída en el recuerdo. Eran de nuevo, por última vez, el Rey y Suárez, el tándem clave de la Transición.

El jefe del Estado colocó en un almohadón a los pies del féretro el Collar de la Real Orden de Carlos III, altísima distinción del Estado concedida al expresidente, y se fundió en un sentido abrazo con Adolfo Suárez Illana, el primogénito del duque, al que entregó las insignias del collar y dedicó varias frases de despedida antes de besar, junto a la Reina y la infanta Elena, uno por uno a todos los miembros de la familia. La infanta Cristina, apartada de la agenda de la Casa Real a raíz del escándalo Nóos, no acudió.

Al igual que a la llegada, don Juan Carlos caminó hacia el patio de Floridablanca acompañado por el presidente Mariano Rajoy y las máximas autoridades del Estado, los presidentes del Congreso, Senado y los Tribunales Supremo y Constitucional, y abandonó el recinto en coche, sobre las once de la mañana. Mientras subía al asiento del copiloto, un periodista, desde el otro lado del patio, le preguntó «¿qué siente, Majestad?». «Una gran pena», acertó a decir el Monarca mientras entraba en el vehículo.

La Casa Real volvió a rendir homenaje a Suárez por la tarde, cuando los príncipes de Asturias visitaron la capilla ardiente durante veinte minutos. Don Felipe no pudo acompañar a su padre por la mañana porque había acudido a la capital vizcaína representado al jefe del Estado en el funeral por Iñaki Azkuna, el alcalde de Bilbao fallecido el jueves pasado, al que también asistió la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría. El Príncipe de Asturias, a la salida, resumió su pesar por la muerte del expresidente: «Ha sido una gran pérdida para España. Hay que agradecerle todo».

El estuche del Toisón

El ataúd con los restos mortales del primer presidente del Gobierno de la actual etapa democrática había llegado a la capilla ardiente del Congreso, donde permanecerá hasta las diez de esta mañana en un cortejo oficial que cruzó la carrera de San Jerónimo escoltado por motoristas de todos los cuerpos policiales.

Hacía varios minutos que esperaban ante la fachada principal del palacio Mariano Rajoy, su esposa y las máximas autoridades, así como los tres expresidentes vivos de la democracia y los miembros al completo de las mesas del Congreso y el Senado.

Con el silencio únicamente roto por la cerrada ovación del más de un millar de ciudadanos que se agolpaban desde hacía horas cerca de la Cámara baja, aplauso que se repitió cuando la comitiva cruzó el umbral del Parlamento, un piquete de honor del Ejército transportó a hombros el ataúd cubierto por la bandera española hasta el Salón de Pasos Perdidos. La Puerta de los Leones, que sólo se abre para los Reyes o en las grandes ocasiones, dejó pasó franco a la sede de la soberanía popular a quien trabajó para devolvérsela al pueblo español con la Constitución de 1978.

Tras el féretro, en el solemne cortejo, caminaba la familia del expresidente, con su hijo mayor al frente, que abrazaba en el regazo el estuche que contenía el Toisón de Oro que don Juan Carlos entregó a Suárez en 2008, cuando ya «su amigo», afectado desde hacía cinco años por el alzhéimer, no podía reconocerlo. Adolfo Suárez Illana portó la gran distinción oficial para exhibirla en la capilla y luego devolvérsela respetuosamente al Rey, puesto que se otorga solo para que el agasajado la ostente en vida.

Doce años después

El piloto de la Transición volvió al corazón del Congreso casi doce años después de su última visita. Fue el 14 de junio de 2002, pocos meses antes de su enfermedad empezase a manifestar síntomas incapacitantes, para conmemorar el 25 aniversario de las elecciones constituyentes de 1977, las primeras democráticas, que él mismo convocó tras ganar el referéndum que sepultó el franquismo. Había sido su última visita a una cámara de la que fue miembro durante casi 15 años, de 1977 a 1991, cuando dejó la política al naufragar su efímero Centro Democrático y Social tras el hundimiento de la exitosa Unión de Centro Democrático, ganadora de dos elecciones generales.

Los restos mortales de Suárez permanecerán 24 horas en el Salón de Pasos Perdidos, situado a escasos diez metros del escaño del banco azul donde, en la tarde del 23 de febrero de 1981, aguantó firme ante las balas de los guardias civiles del teniente coronel Antonio Tejero en la estrafalaria intentona golpista. Los miles de ciudadanos que hacían cola durante horas ante el Congreso pudieron desfilar ante el catafalco para mostrar su respeto en silencio desde el mediodía. Si la familia lo permite, no se cerrará la puerta en toda la noche.

La capilla, repleta de coronas de flores como las salas aledañas, fue un trasiego continuo de políticos, empresarios, representantes sociales y culturales y ciudadanos durante todo el día. Además de los diputados y senadores, alcaldes, presidentes autonómicos y otros cargos institucionales, por el salón pasaron antiguos ministros de Suárez como Rodolfo Martín Villa, Federico Mayor Zaragoza o Marcelino Oreja y excompañeros de la UCD como Landelino Lavilla y Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón o José Pedro Pérez Llorca.

Pero, sin duda, las dos presencias que más revuelo levantaron, tras la Familia Real, fueron la de Artur Mas y la del expresidente catalán y negociador con Suárez del capítulo autonómico de la Carta Magna, Jordi Pujol. Este último confesó el afecto mutuo que se profesaban y lo definió como «un referente, un hombre muy valioso».

A las siete y media de la tarde, el arzobispo de Madrid, cardenal Antonio María Rouco Varela, acudió a la capilla ardiente del palacio de la carrera de San Jerónimo para rezar un responso por el alma del expresidente del Gobierno.

El Congreso puso a disposición de la familia Suárez, que incansable atendió a todos cuantos acudieron a mostrar su admiración por el expresidente, la Sala de Ministros, donde se reúne la Mesa de la cámara, para que pudieran tener algunos ratos de descanso privado y tomar algún refrigerio.

Sobre las diez de esta mañana, el féretro, con honores de Estado y al son del himno nacional, cruzará de vuelta la Puerta de los Leones y, sobre un armón del Ejército, acompañado a pie por las máximas autoridades y la familia, será conducido por la plaza de Cánovas del Castillo y el paseo del Prado, hasta llegar a la plaza de Cibeles, donde el exmandatario será despedido con un toque de oración, salvas de honor y una parada militar.

Será el final de la penúltima honra solemne y el inicio del trayecto para que unas horas después sea enterrado en el claustro de la catedral de Ávila junto a los restos de su esposa Amparo, fallecida en 2001 de cáncer.