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Ciudadanos chinos encienden velas en la estación de Kunming donde murieron 29 personas. :: MARK RALSTON / AFP
MUNDO

El avispero chino de Xinjiang

La masacre en la estación de tren de Kunming ha disparado la tensión entre la minoría étnica uigur y la mayoría han

ZIGOR ALDAMA
SHANGHÁI.Actualizado:

Aziz Turghunjun nunca había tenido problemas graves con nadie. En Shanghái disfrutaba de una vida sin lujos, pero también sin sobresaltos: hacia las cuatro de la tarde, antes de que los escolares salieran de clase, montaba un pequeño puesto de pinchos morunos frente al estadio de Hongkou, situado al norte de la capital económica de China, y encendía el fuego. Pronto, la carne sobre las brasas comenzaba a despedir un aroma irresistible para los estómagos vacíos que esperan al autobús. «El negocio iba bien, podía ganar unos 200 yuanes al día (24 euros), suficiente para mantener a mi mujer y a mi hijo de tres años», cuenta en el pequeño apartamento que alquila no muy lejos de allí.

El pasado domingo por la noche, sin embargo, Aziz supo que su suerte iba a dar un vuelco. Con gran preocupación vio, a través de la red social Weibo, cómo ocho hombres y mujeres acuchillaban a más de 150 personas en la estación de tren de Kunming. Él no tuvo absolutamente nada que ver con este acto terrorista que se saldó con 29 muertos y que, a pesar de que nadie lo ha reivindicado todavía, las autoridades han atribuido a un grupo separatista de Xinjiang. De hecho, Aziz repudia la violencia que se desató a 2.000 kilómetros de Shanghái y que ha conmocionado al país.

Los asesinos, sin embargo, eran uigures como él, y el odio corre como la pólvora. Con rasgos más propios de Asia Central que de China, Aziz es consciente de que la etnia a la que pertenece se hace más que evidente, así que, precavido, el lunes decidió quedarse en casa. El martes se arrepintió de no haber hecho lo mismo. «No sólo perdí dinero, también tuve que escuchar los insultos y las amenazas de mucha gente que me exigía que me marcharse a mi casa. La propia Policía me identificó dos veces y me pidió que no instalara de nuevo mi puesto ahí. Sin esa fuente de ingresos no sé qué voy a hacer», explica a este periódico.

Aziz nació en un pequeño pueblo de Xinjiang, lo que algunos uigures conocen como el Turkestán Oriental, y profesa el islam como la mayoría de quienes pertenecen a su etnia, una de las 55 minorías de China. «Siempre hemos tenido mala imagen entre los han -la mayoría de la población del gigante asiático-, que nos consideran ladrones, pero ahora temo que la situación empeore», confiesa.

Sin duda, los comentarios que han inundado el ciberespacio durante esta semana no son muy alentadores. «Los uigures son unos animales salvajes que no merecen vivir entre nosotros. ¡Que se vayan todos a Xinjiang!», bramaba una usuaria de Weibo. «¡Boicot a los musulmanes, que siempre crean problemas!», se sumaba otro. Los miembros de esta etnia minoritaria, por su parte, han tratado de defenderse y de evitar que metan a todos en el mismo saco. «En Xinjiang sufrimos unos 260 incidentes violentos cada año, pero nunca hemos visto que la gente simpatice con nuestro dolor. Ahora es nuestro momento de pedir que se nos trate con justicia», escribió un uigur en un foro del portal de noticias Sina. Pero Aziz cree que esos comentarios caen en saco roto y asegura que, si la situación no cambia pronto, habrá llegado el momento de regresar a su lugar natal.

Relegados al 'asiento duro'

Para llegar hasta su pueblo hay que coger primero el tren que une Shanghái y Urumqi, la capital de Xinjiang. Son 49 horas a bordo de una serpiente de metal que recorre China de este a oeste: la contaminación atmosférica va cediendo según pasan las horas, al mismo tiempo que las fábricas dejan paso a campos verdes y, luego, al desierto de Taklamakán. Los uigures parecen relegados a la última clase del tren -el 'asiento duro'-, y uno de los vagones llama especialmente la atención: está ocupado en su totalidad por miembros de las fuerzas de seguridad que custodian a presos esposados a las literas. Al fin y al cabo, Xinjiang, un vasto territorio que cubre más de 1,6 millones de kilómetros cuadrados pero en el que sólo viven 22 millones de personas -la mitad son uigures como Aziz-, es el equivalente chino a la Siberia rusa.

A pesar de la distancia, y salvo por la proliferación de mezquitas, Urumqi podría ser cualquier capital de provincia china. De hecho, la emigración alentada por el Gobierno de Pekín ha hecho que la mayoría aquí, como sucede también en la capital de Tíbet, Lhasa, pertenezca a la etnia han. El resentimiento no tarda en aflorar. «Nos han convertido en ciudadanos de segunda en nuestra propia tierra», dice una mujer que prefiere mantenerse en el anonimato.

millones de uigures viven en la provincia china de Xinjiang. Representan la mitad de la población de un vasto territorio que cubre más de 1,6 millones de kilómetros cuadrados.

Al menos 200 personas murieron ese año en Urumqi, la capital de la región, en las mayores revueltas. Sólo en 2013, otras 100 fallecieron en varios altercados.