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UN POETA CON DESPACHO EN EL PSIQUIÁTRICO

FÉLIX MARAÑA ESCRITOR Y AMIGO DE LOS PANERO
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El poeta Leopoldo María Panero (1948), autor de una obra que dibujó soledad y tragedia humanas, ha fallecido en un hospital de Las Palmas, donde residía desde 1997, tras conseguir un alta médica en el psiquiátrico de Mondragón. Apenas llegó a este centro, compuso un libro -'Poemas del Manicomio de Mondragón'- y en sus nueve años en el País Vasco publicó una de sus mejores obras, 'Orfebre' (ed. Visor, 1994), prologada por Carlos Aurtenetxe. Panero presumía de ser el único poeta que tenía despacho en Mondragón, y ser, junto a la Orquesta de Gurruchaga, «mucho más importante para la villa que su complejo cooperativo». Muestras del exceso y radical sinceridad que su temperamento y su salud quebrada le permitían. Cuando se escapó a Canarias, dijo haber hallado «su espacio vital». Pero pronto añoró, por más que renegara, su estancia en tierra vasca, donde su dirección médica -un doctor lleno de paciencia- le dirigió en el trecho más destructivo de su vida. Las agencias dicen que murió solo.

Porque todo en Leopoldo fue exceso, incluso la inteligencia. Podía recitarte de memoria cualquier poema, cualquier texto extenso de filosofía, y hacer una interpretación del mismo deslumbrante o genial. Cierto día en la playa de Zurriola -donde su padre jugó en su infancia donostiarra- citó un página de un ensayo de Luis Martín-Santos, psiquiatra donostiarra, sobre el psicoanálisis existencial. Al terminar la cita, Panero enfatizó: «Editorial Seix Barral, página 76». Inteligencia desbordante y desbordada de quien ya a las cuatro años, como decía su madre, Felicidad Blanc -que vino a Irún para estar cerca de él y murió en San Sebastián en 1990-, escribía poemas «de mayores». Consciente de que a las personas les interesaba más su personaje que su poesía, su muerte pone el sello a un ciclo vital en el que nunca estuvo solo. Porque de Panero, y de los Panero, siempre se habló en plural, con sus desdichas y demonios. Muere unos meses después que su hermano Juan Luis, poeta, y en el rastro de toda su familia, convocada en la película de Chávarri 'El desencanto'. Su padre, Leopoldo, poeta que deslumbró a Neruda y Alberti, vivió una vida atormentada. Su hermano Michi, un artista, y su madre, Felicidad Blanc, escritora de talento, que dejó en sus memorias, 'Espejo de sombra', el rastro de aquella soledad y desencanto de familia, cuyas raíces emocionales están en Astorga.

Panero tuvo en el País Vasco, sobre todo en San Sebastián, relación con algunos poetas; entre estos, Carlos Aurtenetxe, Bernardo Atxaga y Francisco Javier Irazoki, ahora residente en París. Con mayor o menor frecuencia, le visitaban en Mondragón. Del mismo modo, el poeta acudía a la capital guipuzcoana. Aurtenetxe, afectado por la noticia, declaraba ayer a este periódico que «Leopoldo es la luz negra de la poesía hecha hombre, sublevación, poema condenado a todo sin salvación alguna: poema irreparable». Panero solía tener repentes en los que proponía a otros poetas escribir poemas «a cuatro manos». Aurtenetxe asegura que esa fórmula era imposible que funcionara con un hombre volcánico como Leopoldo.

Irazoki afirma que en Panero nada era previsible en sus textos hasta la publicación de sus 'Poemas del manicomio de Mondragón'. «Deteriorada la salud -declaró Irazoki-, encontró una fórmula eficaz para sobrevivir protegido por las palabras. Caminaba por un jardín con suelo de gravilla, lejos del personaje construido entre todos. Exhibía ingenio, citas literarias, humor fino y una lista de persecuciones. En la despedida, se quitaba las máscaras y surgía un hombre profundo, solitario, con temblores de abandono: regresaba el poeta».

Durante una larga temporada, Panero tenía una intervención semanal en el programa de tarde que Javier Sardá realizaba en la SER. Algo tenía Panero para que su dirección médica le autorizara a venir a los estudios donostiarras. Acudía desde Mondragón en taxi -primeros años noventa- y bebía en una hora varias coca-colas. Luego pasó a la cerveza, pero nunca dejó de escribir poemas, dar una conferencia en Estella, presentar un libro en Madrid, recitar en un bar de Bilbao o en aulas de universidad o taberna. Todo, camino de la destrucción, como los poetas románticos, porque la destrucción era lo único previsible en un hombre lleno de magia, talento, tragedia y una profunda desolación.

Además de su obra, hablan de Panero una biografía, 'El contorno del abismo', de J. Benito Fernández, y el ensayo de Túa Blesa: 'Leopoldo María Panero, el último poeta'.