El orgullo ruso tendrá un precio
Moscú acomete la operación de castigo en Ucrania en una etapa de menor crecimiento y con el rublo en mínimos
SEBASTOPOL.Actualizado:Comparada con la ucraniana, la fuerza militar rusa es apabullantemente superior. Crimea está ya bajo el total control de las tropas rusas sin haber pegado un tiro. Moscú cuenta además con un importante apoyo de la población en el Este de Ucrania. Sin que haya comenzado aún la ocupación, agentes al servicio de Rusia promueven casi sin resistencia el derrocamiento de los poderes locales en ciudades como Járkov, Donetsk, Odessa o Dnepropetrovsk. Mientras, en Kiev, las nuevas autoridades no han consolidado su poder y están a la defensiva.
Aun así, la aventura militar con la que amenaza el presidente Vladímir Putin no sería en absoluto inocua para Rusia. El columnista ruso Nikolái Svanidze señala en su blog que los senadores que el sábado dieron luz verde al líder del Kremlin para intervenir en Ucrania «han ignorado las consecuencias políticas y económicas que tal decisión acarrearía para Rusia, así como también el número de vidas humanas que serían sacrificadas en uno y otro bando».
El crecimiento de la economía rusa se ralentizó bruscamente el pasado año. La corrupción y los obstáculos burocráticos siguen ahuyentado las inversiones y provocando una fuga de capitales imparable. El rublo sigue cayendo y la semana pasada marcó un nuevo mínimo frente al euro y el dólar. La moneda se ha depreciado más del 6,5% con relación a la divisa europea en lo que va de año. Este factor y la fuerte desaceleración de la economía, con un PIB que ha pasado del 3,4% en 2012 al 1,3% en 2013, preocupa a los rusos.
La imposibilidad de hacer frente a los abusos de los monopolios, las élites y la Policía, corrupta y conchabada en ocasiones con el mundo del crimen, desanima a la población. La falta de los normales mecanismos con los que cuentan las sociedades desarrolladas para solucionar estos problemas extiende el pesimismo, en especial en un momento en que el autoritarismo de Putin va en aumento.
Andréi Kolésnikov, analista de la revista rusa 'Nóvaya Gazeta' -donde escribía la asesinada reportera Anna Politkóvskaya,- escribía ayer que la decisión de la Cámara Alta de poner en manos de Putin la posibilidad de enviar tropas a Ucrania acredita que «en Rusia no tenemos una democracia normal, ni una oposición normal, ni tampoco un Parlamento normal». Según Kolésnikov, «la dirección rusa nos ha metido a todos en la máquina del tiempo y nos ha trasladado a 1968, cuando las tropas soviéticas y las del Pacto de Varsovia aplastaron la primavera de Praga». Precisamente ayer, el ministro de Exteriores checo, Lubomír Zaorálek, comparó también la actual situación en Crimea con la invasión de Checoslovaquia. Aquella intervención tuvo lugar en la noche del 20 al 21 de agosto de 1968 para detener el proceso de reformas de Alexander Dubcek. Perecieron en los choques con los soldados soviéticos más de un centenar de civiles y cerca de medio millar resultaron heridos.
Justo diez años después, en 1978, la URSS invadió Afganistán. El resultado de la política agresiva de Moscú fue el agudizamiento de la Guerra Fría y el comienzo de una carrera de armamentos que condujo al llamado 'estancamiento', término que definió el parón que sufrió entonces la economía soviética. El deterioro terminó por desintegrar el Estado.
Rehén de su propaganda
«Todo estancamiento acaba al final en revolución», afirma Kolésnikov refiriéndose a la caída del régimen comunista en Rusia y en toda la Europa del Este. La participación en la Primera Guerra Mundial extenuó sus arcas y creó el caldo de cultivo para la Revolución Bolchevique de 1917. Los analistas advierten de que siempre que Moscú emprendió una campaña de ocupación, el conflicto le acarreó una catástrofe. La primera guerra en Chechenia constituyó un ejemplo antológico. El Estado ruso entró en suspensión de pagos en 1998.
Sin embargo, Putin dio por ganada la segunda guerra en Chechenia, pese a que la guerrilla sigue activa. En 2008 venció a Georgia, que dijo adiós a Abjasia y Osetia del Sur. Tal vez sea ése el problema, que el enérgico jefe del Kremlin se considera un ganador y piensa que lo de Ucrania será también un paseo. Pero Putin, ante todo, es rehén de su propia propaganda imperial y nacionalista. Desde que llegó al poder se ha presentado como el paladín que ha devuelto a Rusia su orgullo de gran potencia. Después de tanta grandilocuencia y amenazas lanzadas contra Ucrania y Occidente, tal vez le cueste dar marcha atrás aunque llegue a desearlo.