Mahmud vive para contarlo
Un clandestino senegalés revisa en un libro cómo cruzó África y llegó a España por El Tarajal, donde hoy sus compatriotas solo hallan dolor y muerte
Actualizado:Mahmud se expresa en un castellano perfumado de aroma francés muy rico en vocabulario. Atiende al periodista mientras prepara sus cosas para ir a trabajar (estudió Carpintería en Córdoba y le espera faena en un tajo en Sevilla, donde vive), aunque le da tiempo a descargar su ira cuando escucha unas palabras que marcaron su vida y todavía le conmueven: alambrada, Ceuta, El Tarajal. Por esta playa de triste actualidad culminó en el 2005 un itinerario de tres años a través del corazón de África desde su Senegal natal; por esta playa hoy le vuelve a doler el corazón, mientras rebobina su propia peripecia y revisa la fúnebre historia de quienes no alcanzaron la tierra prometida. «Siento dolor por los que han muerto», confiesa, «pero sobre todo siento rabia ante tanta hipocresía». ¿Hipocresía? «Sí, la hipocresía de todos los que miran a otro lado, los que no quieren ver el tráfico de mercancía negra».
La indignación de Mahmud Traoré no nace tan solo de la rebelión de cualquier alma sensible ante tamaña sinrazón o por la desaparición de sus compatriotas africanos ahogados en el mar. Si los episodios de la frontera con Marruecos le angustian con tanta amargura es porque él bien pudo ser uno de esos pobres desgraciados que dejaron atrás un presente inhóspito y un futuro sombrío para buscar su porvenir en el deslumbrante Primer Mundo. Su historia, resumida en un libro de casi 300 páginas que lanza al mercado en marzo la editorial Pepitas de Calabaza, cobra radical vigencia con cada telediario, cada teletipo despachado desde Ceuta, cada controversia alrededor de los dramáticos sucesos que segaron la vida de quince inmigrantes la semana pasada. Mientras resuena el ruido ambiente político, sus palabras trasladan a su interlocutor a otra realidad, la auténtica, la alumbrada con naturalidad en la voz de quien ha superado un trance semejante pero no olvida. «Estoy muy decepcionado», reconoce. Decepcionado porque en España, su país de adopción, no ha percibido la corriente de solidaridad que presumía. «Precisamente por eso decidí contar mi historia», subraya, «porque cuando les explicaba a mis amigos españoles lo que me había sucedido, no se lo creían». «Me veían como un cuentacuentos y yo les decía que no, que todo era verdad. Que todo era real, que me había pasado a mí», recuerda.
Así que Mahmud decidió vivir para contarlo, primer mandato del superviviente, y sus avatares alcanzaron la categoría de palabra escrita. Gracias a Sonia Retamero, una andaluza a quien le contó sus penas durante una charla grabada de más de 30 horas, la aventura de este joven senegalés llegó a oídos de Bruno Le Dantec, un escritor francés que transcribió el relato oral a la lengua de Molière. Y de ahí, al castellano, vertido gracias al olfato de los responsables de Pepitas de Calabaza para rescatar este tipo de historias que se arriesgan a no llegar nunca a las librerías ni en consecuencia ponerse al alcance del público lector.
Madres trepando con bebés
«Tengo unos amigos en Marsella que me hablaron de esta historia y me animé a publicarla en español», explica el editor Julián Lacalle. El fruto de sus desvelos, un cuidado ejemplar titulado 'Partir para contar', llama la atención desde su primorosa portada, ilustrada por un mapa donde los pasos de Mahmud por el mundo son ahora una línea discontinua que nace en Dakar en septiembre del 2002, cruza las tierras de Bamako, Niamey, Agadez, Ghat y Sabha, aterriza en Trípoli y emprende la penúltima etapa de la travesía: viaje hasta Uargla, capital del Sáhara argelino, con parada en Argel y salto desde Maghnia a Melilla. De ahí, a Ceuta.
Ceuta, playa de El Tarajal. «Vi a madres trepando con su bebé nacido en el campamento a la espalda, jugándose la vida en la valla. Todavía hoy guardo en la memoria el ruido de la ropa desgarrándose en las alambradas». El estilo de Mahmud tiene algo de prosa forense, como si el recuento de bajas resumiera la vida de otro, como si todo hubiera ocurrido en un tiempo muy lejano. Pero en realidad concluyó en el invierno del 2006, cuando un jovencito Mahmud llega al fin a la península y repasa sus avatares, que adquieren la forma de nombres propios. Llora a su amigo Usman Koté, muerto en Almería a navajazos, pero sobre todo se felicita perplejo por su buena estrella y porque también le acompañan como ángeles de la guarda los testimonios de tanto benefactor que fue hallando por el camino: Emma, Mari, Bea, Pablo, Víctor. Hoy, un risueño Mahmud se reconoce como ciudadano de una extraña nación llamada Afroandalucía, como un sevillano más del barrio de Alameda que persiste en hacerse las mismas preguntas que durante su travesía («¿Es que Dios se ha olvidado de nosotros?»), mientras condensa su dolor en una frase contundente: «Europa no es ningún chollo».
- ¿España no ha sido el paraíso?
- Bueno.... Para mí, sí que lo es. No me quejo. De momento.