UN HOMBRE Y SEIS CUERDAS
Actualizado:Tuvo seis cuerdas para hacer milagros y para hacerse inmortal en su arte, para seguir en el tiempo cuando acabara su tiempo. Los milagros no solo los hizo: los prodigó. Ascendió desde muy joven a la condición figurada de inmortal, en el sentido de que lo suyo no puede morir, por ser imborrable, por haberse incorporado a la trama de lo imperecedero del mundo, pero él acaba de morirse. De la inmortalidad en vida, en fin, a la inmortalidad metafórica: lo que sigue viviendo en los otros.
Fue grande sin necesidad de parecerlo. Tenía el secreto de la música misma y lo convirtió en un secreto a voces. Fue un virtuoso que no tuvo necesidad de ejercer de tal, ya que su virtuosismo, aun siendo una de sus cualidades prodigiosas, quedaba como una categoría secundaria: no buscaba pasmar sino emocionar. No pretendía hacer malabares sino milagros. Con seis cuerdas.
Cuentan quienes le trataron que llegó un momento en que, al ver una guitarra, se descomponía. Le entraba el asco, la grima. «La guitarra es una hija de puta. Ojalá encontrara algo que me permitiera no tocar más», declaró a lo largo de una entrevista en 2008. ¿Tenía la música tan atormentadoramente adentro que no lograba zafarse de ella? ¿Se había convertido la guitarra en una herramienta esclavizante desde el día en que, siendo él un chiquillo, su padre le compró una para que se sacase unas pesetas y las arrimase a la casa? En cualquier caso, solo puede odiarse con esa extremosidad lo que más nos importa, lo que más nos ha importado, lo que el curso de la vida nos ha impuesto como decisivo. Llegó también el momento en que dejó de componer por no considerarse a la altura de sí ni de su pasado. Tuvo la honradez de la renuncia y la lucidez, en fin, de no convertirse en un sucedáneo de quien fue.
En el debate sobre innovación o pureza del flamenco, sobre la aventura o el orden, supo bien dónde estaba: «Sigo siendo un purista porque he respetado siempre lo que me parece respetable. Lo que no tengo es esa obediencia que siguen los puristas». Al fin y al cabo, la suya fue la pureza más esenciada: la de ser quien era a través de quien quiso ser.
El payo más gitano de Algeciras. La guitarra hija de puta. Un hombre, en fin, y seis cuerdas infinitas.