debate sobre el estado de la nación

Un Debate con escaso calado

La cita en el Congreso se ha reducido a una toma solemne de posición con vistas a las elecciones de mayo, que serán la prueba de fuego de los partidos

ANTONIO PAPELL | MADRID Actualizado: Guardar
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Si hubiera que juzgar el debate por su incidencia sobre los grandes temas, cabrían pocas dudas sobre su escaso calado. En efecto, hoy este país tiene un problema estructural agobiante, que consiste en consolidar la recuperación y conseguir acelerar el paso del crecimiento para resolver cuanto antes los problemas vitales de varios millones de personas, y otro esencial, ontológico pero no por ello menos grave, que es la amenaza de defección de Cataluña, una parte de la cual plantea abiertamente la secesión. Y bien puede decirse que poco hemos avanzado en estos dos asuntos. Véamoslo.

En lo tocante a la economía -las dos cuestiones mencionadas, afianzar la estabilidad y crecer más deprisa-, la posición de la mayoría absoluta es bien clara, puesto que Rajoy la explicitó desde el primer momento: el hecho de que hayamos salido materialmente de la recesión demuestra que las políticas aplicadas son las correctas por lo que no se moverán un ápice de su trayectoria actual (el portavoz del PP, Alfonso Alonso, en la última intervención de hoy antes del cierre a cargo de Rajoy, ha pedido a su presidente que no cambie de rumbo, a lo que éste ha respondido afirmativamente). De hecho, en el curso del debate, Rajoy apenas ha exhibido una modesta reforma fiscal, que no tiene grandes márgenes puesto que seguimos con un déficit público todavía importante, y una tarifa plana para la contratación fija que, por las condiciones rigurosas en que se implanta -debe ser empleo neto y mantenerse durante tres años al menos- no dará resultados espectaculares. Ni se ha apelado a la concertación social -¿para que, si la negociación colectiva ha quedado laminada con la reforma laboral?-, ni a un pacto social con la oposición.

Sobre Cataluña, la conocida negativa de Rajoy se ha mantenido íntegramente, sin el menor margen para una negociación, ya no sobre el referéndum sino también sobre todo lo demás. Rajoy no se ha negado cerradamente a la reforma constitucional –es más, la ha invocado como una posibilidad-, pero esgrimida con tanta prudencia que es difícil que prospere algún avance en esta vía. Rajoy no cree que sea viable un debate con propuestas federalizantes y quién sabe si con un reconocimiento explícito de la singularidad catalana a través una nueva disposición adicional de la Constitución semejante a la que reconoce los territorios forales. Y el problema se encona, con el riesgo, citado por Duran, de que ante la falta de vías de escape se produzca una declaración unilateral de independencia que sería traumática y que habría que evitar a toda costa.

En todo lo demás, y si se exceptúan algunas declaraciones y actitudes concretas, el debate se ha reducido a una toma solemne de posición con vistas a las elecciones de mayo, que serán la prueba de fuego de los partidos en esta extraña coyuntura ulterior a la crisis y anterior a la verdadera recuperación. El PP juega la arriesgada carta de creer, y de hacer creer a todos, que el mal trago ha quedado atrás, en tanto el resto de los actores pone el foco en la depauperación que todavía padecen amplios estratos sociales golpeados por la crisis. Los medios de comunicación saben que si la publicidad pareció repuntar en enero, se hundió de nuevo en febrero, y no parece que haya grandes expectativas para marzo. Y el boletín de febrero del Banco de España anota observaciones ambivalentes todavía. Hay riesgo, pues, en darlo ya todo por ganado.

Así las cosas, el efecto del debate, inane, se evaporará pronto, como ocurre casi siempre con los hitos parlamentarios en este erial político, y todas las miradas se centrarán ya monotemáticamente en el 25M. En efecto, todos se juegan mucho en el envite.