Aprender a caer
Actualizado:Los que practican artes marciales saben de la importancia del ukemi, que no es otra cosa que el arte de saber caer, la técnica que permite acabar tirado por los suelos sin hacerse daño. Dominando la caída, cayendo de manera correcta, tendrán muchas más posibilidades de levantarse y seguir el combate. La caída es algo que se debe aprender, y practicar continuamente, porque en la forma más segura de caer no tiene nada que ver el instinto reflejo de protección que nos impulsa a agarrarnos a un clavo aunque esté ardiendo. Eso mismo lo saben los alpinistas, que durante su entrenamiento ponen en práctica caídas programadas, dirigidas fundamentalmente a controlar el cerebro y a disociar la caída a algo horrible. Dicen que el miedo a caer es aún más peligroso que el golpe recibido y por ello hay que desbloquear la mente adoptando una actitud positiva ante la posibilidad de perder altura. Los bailarines tienen asumido que una mala caída puede poner fin a toda su carrera, así que desde muy niños practican una y otra vez el arte de caer con elegancia para después levantarse como si nada hubiese pasado. No se trata, por tanto, de evitar la caída, porque las caídas existen, sólo hay que aprender a caer. Desafortunadamente, perdemos demasiado tiempo y ponemos demasiado empeño en aprender a andar y a subir, pero como no somos ni judokas, ni alpinistas ni bailarines, nadie nos ha enseñado a caer, y así nos va. A usted, a mí y a su vecina la del quinto, por poner. Nadie nos advirtió del peligro y cuando vieron escalando a alguno se limitaron a decir «más dura será la caída», «torres más altas han caído» y tonterías por el estilo sacadas del manual del cainismo, que es, nos guste o no, el libro de cabecera de este país.
Si hay algo para recordar del infumable libro de Joël Dicker que hizo furor el pasado verano -confiéselo, usted también ha leído 'La verdad sobre el caso Harry Quebert' y creyó que el asesino de Nola era su propio padre- es una de las enseñanzas que el viejo profesor le da al petulante alumno «Imagínate que, de todas tus lecciones, solo tuvieras que quedarte una. ¿Cuál sería?- Te devuelvo la pregunta.- Para mí sería la importancia de saber caer.- Estoy totalmente de acuerdo contigo. La vida es una larga caída. Lo más importante es saber caer». Justo lo que decía Woody, el vaquero de Toy Story, se trata de «caer con estilo», o lo que viene siendo lo mismo, saber estar a las duras y a las maduras. Una lección que le habría venido muy bien a la Infanta Cristina para entrar en los Juzgados de Palma como una imputada y no como la madrina de una botadura de barco, una lección que tampoco aprendieron los que aferrados al sillón del poder hacen todo tipo de malabarismo para mantenerse siempre en el mismo sitio a cualquier precio. Saber caer, saber que el imperio de la ley de la gravedad no nos permite estar demasiado tiempo sin los pies en la tierra. Es lo único que hay que saber, es lo único que hay que enseñar. Y es lo único que no sabemos cómo hacer.
Dice Leopoldo Abadía -el que se puso de moda por lo de la crisis ninja- que en vez de alarmarnos y preocuparnos, en vez de lamentarnos y asustarnos por el mundo que dejamos a nuestros hijos, nos deberíamos preocupar, alarmar y asustar por qué clase de hijos dejamos al mundo. Algo parecido a lo que predicaba el juez Calatayud en ese decálogo que ha circulado hasta la saciedad por las redes sociales y que nadie se ha ocupado de poner en práctica, ¿recuerda? «Comience dando a su hijo todo lo que pida, así crecerá convencido de que el mundo entero le pertenece». A los hijos hay que enseñarlos a caer, con estilo o sin él, pero a caer sin hacerse demasiado daño y sin morir en el intento.
Pensará usted que la ciclogénesis está haciendo estragos o que veo demasiado el COAC por OndaCádiz y que por eso, de pronto, me ha dado un ataque de conservadurismo, pero todo tiene una explicación. En el libro de Dicker se dice que uno cuando escribe, no debe escribir para que lo lean, sino para que lo escuchen. Así que queda usted eximido de seguir leyendo, porque hoy solo quiero que me escuche una persona.
Una persona que hace kárate y que tal vez por eso, sabe cómo levantarse cada vez que se cae, y es capaz de seguir el combate sin empujar, sin arrastrar a nadie, sin hacerse más daño del necesario, y que no tiene miedo. Una persona a la que quise enseñar el significado de todas las palabras, para que ninguna le fuese hostil, ni siquiera las más hostiles y para que comprendiera que aunque todos hablamos la misma lengua, por el camino encontrará a mucha gente que no habla en su mismo lenguaje. Una persona a la que quise enseñar que el mundo es mucho más grande de lo que nos han contado, y que los colores no son más que convencionalismos y que las apariencias, afortunadamente, siempre engañan.
Alberto cumple hoy quince años. A su edad, la vida no me había tratado tan bien como a él. Y a la fuerza, tuve que aprender a levantarme. No sé qué mundo dejaré a este hijo mío, pero por lo menos sé que sabe caer. Con estilo. Y no es poco.