El telúrico desafío a los sentidos de Ernesto Neto
El brasileño despliega en el Guggenheim sus gigantescos laberintos orgánicos en la muestra más relevante de su carrera
Actualizado:Intensos aromas de pimienta, clavo o cúrcuma. Esculturas blandas que se puede tocar, transitar y escalar «como un espermatozoide remontando un útero». Descomunales laberintos de gasa, nailon o ganchillo con 'lágrimas' rellenas de arroz, tierra, especias, piedras, semillas o plantas que encierran sonidos, olores y texturas primigenios. Se despliegan como células o galaxias por las salas del Guggenheim de Bilbao. La orgánica catedral de titanio de Gehry se ha visto invadida por las sensuales esculturas orgánicas de Ernesto Neto. Son un canto «al cuerpo, a la alegría de la vivir y un abrazo a la tierra» de este original creador brasileño (Río de Janeiro, 1964), para muchos genial, que quiso ser ingeniero y astrónomo antes de rendirse a la magia cambiante de las formas e iniciar «un viaje sin retorno» para «crear espacios donde oír la respiración, para no pensar o pensar lo que pensamos».
En el atrio del museo ha colgado una gigantesca instalación, un 'Leviatán femenino' con decenas de tentáculos y cientos de kilos que pende casi 50 metros en algún punto. Confeccionado con infinitud de metros de poliamida -el material de las medias- y bolas de poliestireno 'El cuerpo que cae (Le corps) femenino (de Leviatán Thot)' destila ligereza y desafía a la gravedad que nos ancla a la tierra. Ese desafío a la implacable fuerza telúrica, junto a la tensión entre la sensación y la reflexión, la intuición y la certeza, la emoción y la intención, lo macro y lo micro, está en la esencia de las paradójicas propuestas de Neto, que ofrece en el museo bilbaíno su más importante retrospectiva. Comisariada por Petra Joss, es la guinda a un ascendente trayecto de casi tres décadas que confirma a Neto como indiscutible referente del arte contemporáneo de raíz latina.
«Galaxias y células tienen las mismas estructuras. Los redes célulares y las estelares tienen las misma configuración, y yo trabajo en la piel del cuerpo como frontera, y en el aire, ese vacío que nos separa y nos une», explica con pasión este desbordante creador que se rinde a las matemáticas para afrontar el diseño milimétrico y el montaje de las complejas instalaciones.
'El cuerpo que me lleva', que así titula la muestra, reúne más de 50 obras creadas desde los noventa hasta la actualidad. Algunas como el 'Leviatán', diseñada para el Panteón de París, se han acomodado a los singulares espacios del Guggenheim y han necesitado tres meses de cálculos, ajustes y correcciones. Otras han sido creadas para su exhibición en Bilbao. Son piezas muy grandes en su mayoría, laberintos de tejidos translucidos, junglas de ganchillo o gasa, serpientes y montañas de tela anudada que imitan a la naturaleza «para casar arte y vida». Unas instalaciones que juegan con paradojas como pesado-ligero, blando-duro, etéreo-permanente, duda-certeza, silencio-ruido, atracción-rechazo en el doble plano macro-micro.
«Es donde me interesa estar, intentando entender la naturaleza cosmológicamente y biomicrológicamente», explica el artista. «Pienso mucho en las células y sus membranas, que son su límite y su frontera. como la piel lo es del cuerpo humano que nos lleva por la vida», justifica el título. La mayoría de nuestras células son forasteras; hay tres trillones con nuestro ADN y un cuatrillón de células extrañas, bacterias sobre todo, en diálogo o en conflicto, pero siempre en contacto». «Todas son necesarias para vivir. Es como si la mayor parte de nosotros estuviera hecho de algo que no somos nosotros», explica Neto.
Muchas de sus piezas desafían «a esa diosa de la gravedad que nos hace girar alrededor del sol y nos fija sobre la tierra», asegura Neto, que en 'La vida es el cuerpo del que formamos parte' invita al visitante a ascender a doce metros sobre el suelo a través de un laberinto de ganchillo, caminando sobre una inestable superficie de pelotas de polipropileno. «Te sientes seguro e inseguro a la vez y te permite recostarte al final en lo más alto para sintonizar con tu pensamiento», plantea.
Quiere que «pensemos en el espacio que hay entre nosotros». «Trabajo con el aire que nos conecta, con esa densidad que yo expulso y tú respiras y que me permite estar inmerso en el otro». «Quiero crear espacios para que la gente respire, donde sienta su propia respiración», resume. «La tierra es el cuerpo», dice Neto sobre su otra obsesión creativa. «Si la miramos como cuerpo, no como una paisaje o como imagen, quizá abramos camino a una relación más fuerte», reclama. «La Tierra es todo. La naturaleza está dentro de nosotros, de las plantas de los animales dentro de la vida», asevera.
Reclama Neto un espectador activo que comprometa los cinco sentidos ante sus propuestas. Que además de mirar, toque, escuche, actúe, cree, modifique, apruebe o rechace y que se integre como parte de un todo, haciendo buena la frase de Rimbaud 'Yo es otro'. «Todos somos otro. Tengo la decidida voluntad de pensar en los otros. Quiero hacer un arte que sea generoso con las personas, que las abrace y les coloque en situaciones especiales para pensar por sí mismos, pensar en qué piensan, que no piense con la mente y lo haga con el corazón. Me interesa más abrir caminos que imponer jugar con la mente», concluye.