Aramburu gana el Biblioteca Breve con una sátira del mundo literario
El escritor donostiarra consigue el premio que concede Seix Barral con 'Ávidas pretensiones', una novela delirante sobre los «poetastros»
Actualizado: Guardar«El humor es uno de los asuntos más serios de la vida». Lo dice circunspecto y hierático Fernando Aramburu (San Sebastián 1959), ganador del premio Biblioteca Breve de novela con una «sátira salvaje» sobre la petulancia, las veleidades y las miserias de los poetas. Se lo adjudicó por mayoría con 'Ávidas pretensiones', una «gamberrada» y un descacharrante y vitriólico retrato de la egolatría y la gloria literaria, así como de quienes la persiguen a costa de sí mismos.
La novela de Aramburu fue la mejor entre los 945 aspirantes presentados este año al premio Seix Barral, sello del emporio Planeta que creó y ampara este prestigioso galardón, dotado con 30.000 euros y que sobrevive con altibajos desde los años sesenta del siglo pasado. El jurado, con Caballero Bonald, Eduardo Mendoza, Pere Gimferrer y Carme Riera en sus filas, se deshizo en elogios hacia una «sátira negra, sórdida y desternillante» que conectaron con Cervantes, Valle Inclán y Quevedo.
«Está escrita con gran maestría técnica y un lenguaje singularmente gráfico», aseguraba el acta de jurado que premió al escritor donostiarra, afincado en Alemania desde hace casi de tres décadas y que revela su veta más ácida. Definida como «una delirante poetada», narra el encierro de una treintena de 'poethambres y poetastros' durante tres días en un lugar remoto de la España de Zapatero -el convento de la Siervas de las Sagradas Espinas de Jesús, en Morilla de Pinar- y en el que a los excesos y la colisión de egos se suman el alcohol, las drogas la envidia y la traición «en un enredo tremendamente divertido». «Es una visión actualizada del Parnaso del Cervantes escrita con una falta de respeto al lenguaje tan divertida como refrescante», resumía José Manuel Caballero Bonald.
«A fin de preservar su vida y la integridad de sus modestos bienes, el autor ha tenido la cautela de asignar nombres ficticios a los actores de la presente crónica», acota irónico Aramburu en el arranque del libro. «Lo mismo y por la misma razón ha hecho con algunos lugares que pudieran ser fácilmente reconocibles. El resto todo es verdad», agrega.
Sabe Aramburu que habrá quien busque su deformado retrato en las descacharrantes líneas de la novela, en la que aparecen Gimferrer y Caballero Bonald. Pero advierte de que será en vano. «He tomado como modelo un grupo alemán, el de los 47 poetas, que se reunían para despellejarse y en el que participaron Günter Grass, Heinrich Böll o Hans Magnus Enzensberger», dice esbozando, ahora sí, una pícara sonrisa.
«Con quince años me prometí que consagraría mi vida a ser escritor después de renunciar a ser futbolista de la Real, ajedrecista, ciclista y lanzador de jabalina», explicaba tras la comunicación del fallo. «Hoy continúo atrapado en ese sueño y esta novela es un paso más en un viaje del que no sé cuándo llegará el final», confiaba en público un satisfecho Aramburu
Quiere que el lector se parta la caja de risa y lo dice, muy pero que muy en serio. «El humor es uno de los asunto más importantes de mi vida, una necesidad vital para reconciliarme con el mundo y con los demás». «Es también un compromiso conmigo mismo y con mis lectores, porque hacer reír es de lo mejor que hay en la vida, el antídoto para no sucumbir al fanatismo y una fuente constante de placer», apunta. En esta apuesta por la carcajada, solo tiene un límite: «jamás haré humor de la desgracia ajena ni con los agresores».
Anticipa que el como narrador es «un gamberro que se pitorrea del idioma y que se mofa de los géneros literarios, en especial de la poesía». «Tengo la impresión de que la poesía y el humor son incompatibles y cuando me citan a Quevedo como ejemplo de lo contrario se afianza mi tesis», plantea Aramburu desde la paradoja. «No es una revancha contra la poesía: me pareció que los poetas dan más juego literario que los novelistas, que hoy veo más como colegas de oficina; los poetas conforman un mundo más cerrado, lleno de rivalidades, narcisismo y dignos de parodia».
Su novela es una fábula en la que desata su veta bufa desplegando un humor al que le caben todos los adjetivos, desde provocador a corrosivo pasando por socarrón escatológico, picante, ecléctico, irónico o paródico.