La película de tu vida
Actualizado:Dice Fátima Vila que a la gente no hay que entenderla, que lo que hay que hacer es quererla. Vale, pero es que a la gente le ha dado por arrebatarse con la secuencia de su vida basada en fórmulas matemáticas creadas probablemente por un ingeniero púber con granos que a estas horas estará encerrado en el cuarto de baño. Antes de eso, el que firma tira el ordenador por la ventana, se escribe una carta de amor a Naty Abascal con papel perfumado y se hace antitaurino. Todo a la vez. Cualquier cosa antes que rendirse a la evidencia última de que la vida la controlan miles de 'cookies', pequeños señuelos que saben de su vida íntima más que una cámara en el fondo de la taza del váter.
La matemática de la existencia tenía que ser un disparate ordenado en un perfecto caos, que ha escrito el López en Facebook, por cierto. No esto. Ustedes creían ayer que el futuro estaba hecho de coches volando, fuentes de energía eterna, más justicia mundial y menos hambre en el mundo y se equivocaban, como la paloma. El mañana era fulanito invitando al Candy Crush y un logaritmo que arrejunta tus fotos y te vende la película de tu vida con musiquilla pastiche. No hay otra película de tu vida que la que ves antes de decir 'Adiós, muy buenas' y que Dios nos coja confesados. Lo demás es filfa.
Hay gente que es capaz de emocionarse siguiendo su rastro de baba de caracol en las redes sociales. Como si existir no fuera lo que se nos escapaba, lo que ocurría detrás mientras tirábamos la foto. En el fondo, esta es una marea cruel. Alguien ha dicho con razón que Twitter te hace creer que eres ingenioso, Instagram que sabes hacer fotos y Facebook que tienes amigos, y la caída va a ser durísima. «A veces hay que emocionarse», me responde un amigo. En eso tiene razón, pero puestos a enternecerse, vale también leer a Fernando Vallejo, escuchar a los Sex Pistols, arrimarse al Paseo Nuevo de Donosti a ser derribado por el temporal y hasta ceder a la nostalgia con un coro desde el Falla, ese volcán que visto desde un piso de Madrid arde como una vieja cicatriz durante un ataque de fiebre.