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Otra forma de continuar

YOLANDA VALLEJO , HOJA ROJA
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Me encanta el mundo del eufemismo. Es quizá, de todas las figuras retóricas -porque acoge bajo su manto a la metáfora, la sinonimia, la sinécdoque, la litote, el circunloquio o la antonomasia-, la que mejor se adapta a nuestro pensamiento actual y la que mejor representa la configuración mental de esta sociedad tan políticamente correcta y tan asquerosamente hipócrita. Dicen que se usa para no herir, ni manipular a quien escucha, para no condicionar decisiones y, fundamentalmente, para que no cunda el pánico más de lo que cunde habitualmente. Las palabras, según los semánticos, no son más que representaciones de la realidad y nunca son la realidad en sí misma, convencionalismos que un momento determinado se aceptan como sustitutivos de un concepto. A algunos eufemismos les hemos hecho hueco en nuestro diccionario, 'tercera edad', 'perder la vida', 'larga enfermedad', 'establecimiento penitenciario', y a veces hasta cuesta un poco volver al término inicial 'viejo', 'morir', 'cáncer', 'cárcel'. En otras ocasiones resulta más complicado establecer la relación original entre una palabra y su dulcificado trasunto y nos dejamos llevar por las circunstancias, ya sabe a qué me refiero, 'cese temporal de la convivencia' por separación, 'tráfico de influencias' por soborno y 'crecimiento negativo' por pérdida. Se recurre a medios eufemísticos con excesiva frecuencia, justificando el abuso con las excusas más peregrinas, para evitar asociaciones indeseables, para no provocar reacciones emocionales negativas. Paparruchas, que diría Scrooge.

El eufemismo se ha convertido, por derecho propio, en el comodín del público que le hacía falta a la política. Acuérdese del maestro Zapatero -¡Ay! la desaceleración- que dominaba como nadie el arte del maquillaje lingüístico y acuérdese también de sus discípulos que, como buenos alumnos, aprendieron pronto a camuflar las medidas impopulares, a suavizar controversias y a amortiguar el impacto de los golpes con buenas palabras. 'Movilidad exterior' por emigración, 'línea de crédito' por rescate, 'procedimiento de ejecución hipotecaria' por desahucio, 'gravamen adicional' por subida descarada de impuestos o flexibilización del mercado laboral' por despido, han sido algunos de los eufemismos más utilizados por el Gobierno de Rajoy desoyendo por completo aquellos versos de Juan Ramón que hablaban de la inteligencia y del nombre exacto de las cosas. Cuando yo estudiaba la carrera me decían que la palabra 'perro' no muerde, pero luego aprendí que sí, que muerde y que hace muchísimo daño.

Por eso me encantan los eufemismos, porque son como el bálsamo de Fierabrás, aunque sin efecto laxante. Esta misma semana, el ministro Luis de Guindos se justificaba torpemente porque no había programado su subconsciente en modo eufemismo, hecho que tuvo como consecuencia una nefasta intervención ante los micrófonos abiertos, «Es alucinante» -dijo refiriéndose a una periodista concreta que le acechaba- «que se vaya a tomar por el culo» poniendo una vez más de manifiesto lo concretos y certeros que son estos políticos cuando quieren. Luego, como cuando delante del niño se nos escapa un 'coño' y lo camuflamos repitiendo 'moño, moño', el ministro de Economía ha pedido perdón y ha asegurado que en contra de lo que podía parecer «no se refería a nadie en concreto». Claro, porque lo más normal en un ministro es ir mandando a tomar por el culo a lo primero que se mueve, sin concretar el sujeto que debe realizar la acción formulada en su predicado. En fin. Cosas peores se han oído.

Si no, que le pregunten a Mª Dolores de Cospedal -una de las pocas personas que se refiere a su marido con el nombre de pila y los dos apellidos, como si fuera un conocido o un asalariado- que es experta en esto de los eufemismos, y que lo mismo habla de 'indemnización en diferido' -pedazo de eufemismo aún por determinar- que defiende las ocupaciones del señor López del Hierro -su marido- con esta enigmática frase «no conozco a nadie que trabaje por nada». Pues yo sí, y usted también. Y también conozco a mucha gente que trabaja por mucho menos de lo que merece, pero eso, claro está, es «optimización de recursos humanos», «devaluación competitiva» o vaya usted a saber qué. El caso es lanzar la palabra o la frase exacta que no salpique y no nos ponga chorreando.

La decisión de Jaime Mayor Oreja de no encabezar la lista de su partido en las elecciones europeas -que son como otro eufemismo, o aún peor, como un simulacro de evacuación de los que hacen los niños en los colegios- ha sentado igual de mal que la presentación en sociedad del nuevo partido con nombre de diccionario de latín que pretende dar asilo a la derecha desencantada con el gobierno actual y que de momento se está llevando a unos cuantos militantes del Partido Popular. Un chinito en el zapato que ahora molesta un poco pero que puede terminar por hacer una llaga purulenta y gangrenosa -a ver qué nombre se inventan luego para calificarlo-. Y ante la sospecha de que el eurodiputado pueda seguir la estela que deja la música del flautista, Dolores de Cospedal -la experta en eufemismos- lo tiene claro: «La decisión de Mayor Oreja puede parecer un revés, pero esto no es un revés sino una forma distinta de continuar». Pues será.