Inmoral y vergonzoso
Actualizado: GuardarQuienes me conocen saben que el fútbol no es, ni fue nunca, una de mis grandes pasiones; a pesar de que, como cualquier otro niño de mi generación, creciera con la ilusión de que algún día mi padre lograra acertar la combinación quinielística que, durante muchos años, mantuviese fija con los amigos o que se cumpliese el pronóstico de los más expertos para la jornada liguera. Era tal el deseo y la necesidad que contemplaban siempre las dos posibilidades. Incomprensible me resultaba, por otro lado, la envidiable habilidad de mi suegro para seguir en simultáneo las incidencias de los partidos en la tarde de los domingos; cuando yo era absolutamente incapaz de retener la alineación de un solo equipo o de seguir la clasificación de la liga. Semejante ineptitud limitó considerablemente los temas de conversación de los lunes y condicionó con seguridad el ámbito de mis futuras relaciones. Fueron tales junteras las que determinaron, en plena adolescencia, la propia visión del mundo y de las cosas más cercanas.
Me chirriaba que el fútbol fuera y continúe siendo utilizado por el aparato estatal para adormecer las conciencias y que aquellas como estas enfervorizadas masas, salvo en muy excepcionales ocasiones, eludan tan inédito marco para expresar sus malestares. Me parecía, ante las penosas condiciones existenciales por las que atravesaban muchas personas, repugnante e inmoral las astronómicas cantidades invertidas en el traspaso de las grandes estrellas del balón y bochornosa la ostentación de estilos de vida de jugadores y directivos. Tampoco entendía la vista gorda de Hacienda con las obligaciones tributarias de los clubes.
A pesar de todo, el tiempo y un cierto complejo de antisistema consiguieron mantenerme expectante ante algún encuentro de la Roja e incluso ser capaz de valorar el gesto de Pedrito pidiendo disculpas a la grada o de advertir los constantes fuera de juego de Cristiano. Respecto a los dos grandes púgiles llegué a sentirme más identificado con el estilo de Pep Guardiola que con el de Mourinho. Ya estaba casi a punto de lograr la normalización social cuando se destapan los más de 97 millones de euros que parece haber pagado Rosell por el fichaje de Neymar y el vergonzoso cierre de filas de la mayor parte de los presidentes de primera y segunda, incluidos los de la Federación y la Liga, para tratar de librar del trullo al colega expoliador. A la par, la EPA y Save the Children desvelan otros datos millonarios; los del número de parados y de niños españoles que sobreviven bajo el umbral de la pobreza.
Sin poderlo evitar, la desafección de antaño por el deporte regio se muta ahora en indignación y rechazo.