Felicidad comprimida
Actualizado: GuardarA veces la felicidad no cumple los cánones para los que fue diseñada. La describían los clásicos como ese estado transitorio en el que se confunde lo interior con lo exterior, lo objetivo con lo subjetivo, y en el que no nos importaría desaparecer. La meta del alma, el logro de la existencia. En ocasiones nuestra felicidad terrenal se concibe como la distorsión de la realidad percibida a nuestro antojo más interesado.
El griego Dioscórides, mil años antes de Cristo, clasifico más de quinientas especies vegetales en su famoso tratado titulado ‘Pharmaton’. La belladona, la mandrágora, el eléboro, la tisana, la valeriana, todas tenía una indicación para combatir la manía, la melancolía y el delirio. Con algunas de ellas se intentaban crear estados transitorios de exaltación de la sensibilidad. Cada cultura, cada época, cada continente han encontrado algo en la naturaleza capaz de hacerle más llevadero este tránsito que es la vida.
Según los datos de las autoridades sanitarias el consumo de antidepresivos en España se ha duplicado en apenas una década. Su uso se ha hecho tan común que la población lo demanda ante el menor atisbo de conflicto interior. Hipnóticos, sedantes, ansiolíticos siguen la misma senda creciente, convirtiéndose en parte del arsenal terapéutico doméstico. En las consultas de atención primaria en Andalucía los trastornos ansiosodepresivos son la tercera causa de consulta. Parte de este abatimiento colectivo podría estar justificado por la crisis, pero los datos lo contradicen, los países más consumidores de estos remedios falaces son los del norte de Europa, Australia y Canadá. En estos paraísos del bienestar, distribuido de manera transversal, más de 15% de la población consume a diario un fármaco psicótropo.
Para muchos expertos, emociones normales de la vida como la tristeza, el miedo a la adversidad, el desconsuelo, incluso el duelo, se han hecho enfermedad. Se intenta de manera rápida despegarse de ellas, sin saber que detrás nos podemos encontrar con la alegría, el valor, el consuelo y el recuerdo, y en ese momento valoraremos en su justa medida el precio de esos sentimientos. Demandamos un remedio rápido para lo que son circunstancias del vivir. Exigimos que la farmacopea nos provea de sustancias capaces de hacernos felices de manera permanente. En unos años tendremos disponibles fármacos capaces de borrar de manera selectiva de nuestra memoria los malos recuerdos, las vicisitudes y las adversidades que el destino puso en nuestro camino. El problema será que ya no seremos nosotros, habremos perdido parte de nuestra identidad, esas muescas en la culata que han fraguado nuestra identidad. Tendremos una memoria a la carta, pero imperfecta.
Todos queremos un tratamiento, una simple pastilla que nos palie el peor de los dolores, el del alma.