Tenis

Animal Wawrinka

El verdugo de Nadal lleva tatuada una leyenda que le anima a levantarse cada vez que cae batido. No era suficiente. Su nuevo entrenador le ha contagiado el «instinto asesino»

VALENCIA Actualizado: Guardar
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A Stanislas Wawrinka lo que en realidad le gustaría es subirse a un Aston Martin embutido en un smoking, pisar el acelerador y perseguir a un villano por las calles de cualquier gran ciudad. Una vez cumplido su objetivo, se aflojaría la pajarita antes de besar fogosamente a una mujer de bandera con la que acabaría enredado entre las sábanas de un lujoso hotel. Pero Wawrinka no es Bond, James Bond, su héroe de ficción, sino un tenista de segunda línea que intentaba hacerse un camino a la sombra de los genios de la ATP.

Porque esos cuatro, los que se conocen en el circuito como los 'Big Four', no dejaban ni las migas. Rafa Nadal, Roger Federer, Novak Djokovic y, más recientemente, Andy Murray se repartían los Grand Slam después de enfrentarse, casi sin excepciones, en las semifinales de cada 'major' y cada Masters 1.000. El resto tenía que esperar su momento, ese torneo menor que desdeñaban los cuatro monstruos. Esa era la única forma de llevarse un trofeo.

Algunos deportistas se frustran ante tamaña tiranía y otros intentan asimilarlo como una característica más de su oficio. Hay quien tiene un jefe insoportable y hay quien cada semana ve cómo lo despacha uno del 'Big Four' en las rondas finales. Stanislas Wawrinka (Lausana, Suiza, 1985) era uno de esos tenistas que chocaban una y otra vez contra el muro. Por eso, en marzo de 2013, se tatuó en el brazo izquierdo unas frases del poeta irlandés del siglo XX Samuel Beckett, el autor de 'Esperando a Godot'. ««Siempre intentándolo. Siempre fallando. No importa. Inténtalo de nuevo. Falla de nuevo. Falla mejor».

Así se sentía el jugador suizo. El otro suizo, pues Wawrinka siempre fue 'el otro' al tocarle vivir bajo la sombra mastodóntica de Roger Federer, el mejor tenista de la historia, patrimonio del país, una leyenda del deporte mundial. Su reto, entonces, no era otro que volver a intentarlo. Fracasar mejor. «Excepto Novak, Rafa, Roger y Andy, los demás siempre perdemos y nos toca ser positivos, regresar a la cancha y volver a luchar», explicó un día Wawrinka, para quien entrar en el top-10 fue todo un éxito.

Fracasó en 35 Grand Slam. Y regresó otras tantas veces. Lo intentó. Fracasó. No importó. Siguió intentándolo. Volvió a fracasar. Fracasó mejor. En su intento número 36, en un Abierto de Australia de calor extremo en el que hasta un tenista creyó ver a Snoopy en la pista en un día de cuarenta y pico grados, Wawrinka alcanzó los cuartos de final. En ese cruce topó con el campeón, con Novak Djokovic, y volvió a intentarlo. Esta vez no fracasó. Como tampoco lo hizo, después de haber descubierto ante el serbio que era factible, frente a Rafa Nadal en la final.

Wawrinka se ha convertido en el primer tenista que se ha proclamado campeón de un Grand Slam después de derrotar a los números 1 y 2 del tenis mundial desde que, en 1993, el español Sergi Bruguera hiciera lo propio en Roland Garros. Y este hito le ha convertido en 'Stanimal', como ha sido rebautizado en las redes sociales.

Federer, amigo e ídolo

Stan Wawrinka nunca será el agente 007, pero ya ha dejado de ser un tenista de segunda fila para entrar en la historia de los campeones. Y hasta ha superado en el ranking a Roger Federer (con su victoria en Australia ha pasado del número ocho al tres), con quien se proclamó campeón olímpico, en dobles, en los Juegos de Pekín en 2008. Wawrinka respeta los galones a pesar de ser ahora el número uno suizo. «Sí lo soy, pero yo siempre me sentiré detrás suyo». El maestro nunca receló de su compatriota. Son grandes amigos y Federer siempre le ha dado buenos consejos. El ganador de 17 títulos de Grand Slam volvió a hacerlo antes de la final contra Nadal. A través del whatsapp le dio algunas claves para hincarle el diente a su rival, el guerrero que claudicó con el lumbar dolorido.

El tenista helvético lo celebró como un adolescente. Había tardado 28 años en ser campeón de un grande. «Nunca soñé con ganar un Grand Slam, ya que, para mí, no era lo suficientemente bueno para vencer a esos tipos. Sigo soñando. Es una sensación extraña, pero lo hice», desveló después de la final en Melbourne, antes de una fiesta en la que anunció que acabaría en borrachera.

Al fin la gloria. Había sacrificado mucho por ella. Los estudios, el amor... Todo a cambio de ganar a alguno de esos tipos intocables. Porque Wawrinka siempre intentó mejorar en el tenis. Stan comenzó a practicar a los 8 años y a los 15 dejó el colegio para centrarse en la raqueta. Nunca fue un talento precoz al estilo de Rafa Nadal, aunque en 2003 se proclamó campeón del Roland Garros júnior. De hecho, él y el balear coincidieron en muchos de los torneos para principiantes que se celebraban en España, donde aprendió el castellano, uno de los cuatro idiomas que habla además del francés, el inglés y el alemán. Nadal solía disputar los títulos; Wawrinka a menudo se quedaba en las previas.

El suizo se fue cociendo a fuego lento. Más despacio de lo que deseaba. Por eso, en enero de 2011, harto de fracasar ante los Big Four, llegó a casa y le dijo a su mujer que se iba, que su prioridad era el tenis y que tenía que concentrarse exclusivamente en el deporte. Hizo las maletas y se marchó a un hotel. Pero Wawrinka terminó ablandándose y regresó. Stan se había casado en diciembre de 2009 con Ilham Vuilloud, una conocida presentadora de televisión en Suiza. Ilham se vistió de blanco con una prominente barriga. Dos meses después, el 12 de febrero de 2010, nacía Alexia, la niña que está a punto de cumplir los cuatro años y que ha inspirado otro tatuaje, con su nombre, en la mano del tenista.

Padres solidarios

Otra generación de los Wawrinka, un apellido polaco, pese a que su padre, Wolfram, es alemán, y su madre, Isabelle, suiza. Ambos trabajan en una granja orgánica ayudando a gente con minusvalía. Stan también echó una mano años atrás y le encantaba subirse al tractor para trabajar la tierra. Sus abuelos son checos y habría que trepar un poco más por el árbol genealógico para alcanzar su origen polaco. En casa eran cuatro hermanos. El mayor, Jonathan, rentabiliza el apellido como monitor de tenis, y las pequeñas, Djanaee y Naella, están acabando sus estudios.

Ahora vive en Saint Barthelemy, a 10 minutos de Lausana, la capital del cantón, con Ilham y Alexia. Ya no ha habido más escapadas. Wawrinka parece haber dado en la diana. Primero rompió con su entrenador de toda la vida, Dimitri Zavialoff, el hombre que le enseñó a jugar desde los 8 años; hasta 2011, cuando decidió ponerse en manos del sueco Peter Lundgren, con quien rompió para apostar, en abril de 2013, por Magnus Norman, el exnúmero 2 que le ha convertido en 'Stanimal'. «No puede jugar como Mr. Chico Bueno; debe desarrollar un instinto asesino en la pista», se propuso Norman, quien criticó que el tenista trasladara a la cancha su carácter bonachón e introvertido. La cotización de Norman sube como la espuma por una coincidencia: él también era el entrenador de Robin Soderling cuando derrotó a Nadal en Roland Garros.

Stan ya ha cumplido su sueño. El otro, ser James Bond, quedará para las escasas tardes de sofá devorando películas o Los Simpson, otra de sus debilidades. Durante un tiempo, Wawrinka paseó por el circuito un muñequito de Homer con el que se retrató en los lugares más insospechados. Eso fue antes de transformarse en 'Stanimal', de convertirse en la esperanza. Porque como tuiteó el tenista retirado Ivan Ljubicic el domingo, tras ver la derrota de Nadal, «cuántos jugadores habrán dicho: '¡Oh, esto es posible'».