Los poetas luminosos de Jaume Plensa
El artista planta en el corazón de Andorra otros siete estilitas del ejército poético que está desplegado por todo el mundo
Actualizado:Ganó el premio Velázquez en noviembre, pero aún espera una llamada cordial del Reina Sofía o del Prado. «El Rey me felicitó, pero nadie de estos museos», dice risueño Jaume Plensa (Barcelona, 1955), que debe recibir su galardón en el Prado, ante las Meninas, y exponer en el Reina, que arrumba su obra. Sólo le preocupa «avanzar, no dejar de crecer». Como su ejército de poetas mudos, esperanzados y luminosos, que tiene siete nuevos infantes. Están en el corazón de Andorra, en la plaza que circundan los más nobles edificios institucionales del pequeño país pirenaico. Allí se erigen siete translucidos estilitas, idénticos a los que Plensa ha colocado antes en Niza, Jacksonvile, Yorkshire, Augsburgo, Gotemburgo o la costa mexicana del Pacífico. «Son poetas que forman una comunidad empeñada en llevar la belleza al día a día de la gente», asevera.
«Los problemas pesan más que las esperanzas y estas piezas intentan ser una esperanza en ese futuro que nos debemos inventar», explica el más internacional y cotizado de nuestros escultores, mimado en este rincón montañoso. La Banca Privada de Andorra (BPA) ha pagado -no da cifras- y cedido el conjunto escultórico al Comú (Ayuntamiento) por un período de veinte años. La entidad atesora además una veintena de espectaculares obras de Plensa, creador que tiene repartidas por el mundo un sinfín de grandes obras pero con apenas cinco en espacios públicos españoles en Zaragoza, Gerona y Barcelona. El Reina Sofía que dirige su otrora amigo Manuel Borja-Villel no expone los 'plensas' que tiene y quizá pronto Barcelona cuente con «la pieza icónica que el alcalde me pidió imaginar». «Hay mucho interés y poco dinero en una Barcelona ayuna de una pieza emotiva, un símbolo que pueda darle nueva energía, no con la belleza práctica de un edificio», declara sobre una hipotética escultura que emergería del mar.
Los nuevos 'Siete poetas' de Plensa -tantos como las parroquias de Andorra- son estilitas alzados sobre columnas de acero de doce metros. Están hechos de fibra de vidrio y resina epoxi, utilizada en los cascos de los barcos. Es una suerte de alabastro tecnológico con la textura translucida de esta roca, atravesados por luces con las que Plensa crea una melodía de tonalidades. «Cambian en una cadencia dulce; es conversación eterna entre poetas, ora en acuerdo ora en desacuerdo, a través de la luz y en lo más hondo de este maravilloso valle». «Invitan a mirar, como cuando te ensimismas con el fuego, que siempre es distinto», afirma orgulloso por culminar un proyecto que arrancó en 1993 y ha concluido «en el momento justo». «Hemos necesitado 20 años pero ha valido la pena. He mejorado y la pieza es mucho mejor que lo que propuse entonces».
Estas figuras sedentes son la marca de Plensa, empeñado en «mirar hacia delante y al interior de mí mismo» y en «invitar a la gente a que mire dentro de sí». «El arte habla de forma directa al corazón y el alma y mis piezas, dedicadas al ser humano, tienen la voluntad de expresar que el camino más interesante es el interior», reitera este gran creador empeñado en esculpir emociones, sensaciones y silencios que se siente «cada vez más localmente universal». «Me marché a Berlín, Basilea y París, dónde tengo casa: pero volví. Soy muy mediterráneo aunque no sepa nadar. Mi obra empezó aquí y ahora vivo en mi estudio cerca del mar y del que apenas salgo para ir al cercano aeropuerto». «Es aquí donde he crecido como artista», sostiene horas antes de volar a Tokio, y con el horizonte de dos muestras en San Francisco y en Nashville.
Más apreciado fuera
Se sabe más apreciado fuera que en casa, pero se cuida de expresar rencor, malestar o inquietud por la muestra que le deben las instituciones. «No tengo prisa. Todo llegará. Fue una emoción extraordinaria solo pensar en Velázquez con el premio, pero nadie me llamó. En el año del Greco nadie me ha reclamado, y eso que mis rostros alargados tienen algo que ver con los suyos», ironiza. «Desde que me dieron el Velázquez voy al médico; tengo cierto vértigo. Es un premio a tu carrera y parece que se acabara. Y no. No sé muy bien qué me pasa. Ha sido un año extraordinario culminado con un premio fantástico, directo al corazón, muy reconocido internacionalmente y el que más me emociona», agrega.
Su momento más dulce -tras encadenar el Nacional de Artes Plásticas, el de Grabado y el Velázquez- llega cuando su famosa 'Crown fountain' de Chicago cumple diez años. «Pensé que sería como 'Cabaret' para Liza Minnellli, principio y final de su carrera. Una pieza así puede ser un triunfo o una condena», bromea. «La creé decidido a no hacer nunca más nada parecido y ha sido fundamental no solo para mí; también para el arte en espacios públicos. Demostró que era posible arriesgar e innovar», insiste sobre esta pieza icónica.