Sociedad

Adiós al cronista de mil batallas

Muere Manu Leguineche, pionero del periodismo de guerra y testigo clave del siglo XX

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Ha muerto un testigo privilegiado de la segunda mitad del siglo XX. Manu Leguineche, el referente por antonomasia en España del corresponsal de guerra, el reportero curtido en un sinfín de conflictos, «el jefe de la tribu», como le llamaban cariñosamente sus compañeros, falleció ayer a causa de una insuficiencia respiratoria en la Fundación Jiménez Díaz de Madrid. Postrado por la enfermedad desde hacía años, vivía recluido en su casona de Brihuega (Guadalajara). Fue un hombre que allanó el camino a generaciones de periodistas que optaron por informar de un mundo convulso. Cuando España era un país aislado y ensimismado tras años de autarquía, Leguineche fue unos de los pioneros en explicar los entresijos de la política internacional.

Fundador y director de las agencias Colpisa, Lid y Fax Press, sus crónicas se llegaron a publicar en 41 periódicos de toda España. Viajero infatigable, recorrió medio mundo para informar de un sinnúmero de batallas, desde Vietnam a Bangladesh -dos lugares donde pasó verdadero pánico-, pasando por las Malvinas, Nicaragua, Chipre, Marruecos, Camboya o Guinea Ecuatorial.

A este informador de la vieja escuela nada de lo que ocurriera en el mundo le era ajeno. Aparte de sus crónicas y entrevistas, escribió numerosos libros y ganó todos los premios periodísticos de prestigio, como el Cirilo Rodríguez, el Luca de Tena, el Julio Camba, el Ortega y Gasset o el Nacional de Periodismo.

Nacido en Arrazua (Vizcaya) en 1941, a los 17 años se hizo acompañar por su padre para visitar en Valladolid al escritor Miguel Delibes, quien por aquel entonces dirigía 'El Norte de Castilla', periódico donde aprendió el oficio y donde también escribía Francisco Umbral. Ya tenía inoculado sin remedio el veneno del periodismo. Lo demostró cuando abandonó Valladolid y trabajó de camarero en Londres para aprender inglés y poder salvar así las fronteras del idioma.

Sin decir media palabra a sus padres, a los 19 años se embarcó en un ferry en Alicante con el propósito de dar cuenta de la guerra de independencia de Argelia.

Mediados los años sesenta, Leguineche formó parte de un grupo de periodistas norteamericanos que dio la vuelta al mundo en jeep, una odisea que duró dos años. Esa experiencia quedó reflejada en un libro que despertó multitud de vocaciones periodísticas: 'El camino más corto'. Con todo, su verdadero bautismo de fuego ocurrió a los 23 años, cuando cubrió para el diario 'Madrid' la guerra indo-paquistaní. A partir de entonces encadenó una guerra tras otra. Supo desde bien pronto que su quehacer no pasaría nunca por estar sentado en la mesa de una redacción. Su lugar estaba contando el horror de las guerras poscoloniales, alojándose en hoteles de los cinco continentes, unos lujosos, otros inmundos y muchos peligrosos, como el 'Holliday Inn' de Sarajevo, al que había que entrar por la puerta trasera para esquivar los disparos de los francotiradores.

Muchos españoles se enteraron del derrocamiento de Somoza, de la caída del sha de Irán o del golpe de Estado en Guinea contra Macías gracias a sus crónicas. Curiosamente, no soportaba las multitudes vociferantes, quizá porque había visto demasiadas. Como entrevistador se vio cara a cara con mandatarios como Perón o Indira Gandhi.

Aunque era un militante de la prensa escrita, también hizo historia en televisión. No en vano, siendo un advenedizo en el mundo de la pequeña pantalla, llegó a dirigir 'Teleguía'. Años después, más baqueteado en los secretos del medio, ejerció de enviado especial para 'Informe Semanal' y en 1989, durante un año, dirigió y presentó en TVE el informativo 'En portada'.

Decía que no le gustaba mucho mandar. Por eso rechazó el puesto de jefe de informativos de RTVE que le ofreció en 1986 la entonces directora general del ente, Pilar Miró. Como desechó también la posibilidad de dirigir 'La Vanguardia' y 'ABC'. Él prefería la brega diaria lejos de los despachos.

Casado con la periodista Rosa María Mateo, de la que luego se divorció, este maestro de corresponsales era un hombre culto y amigo de sus amigos, aunque parco en palabras. Tenía dos manías: apilar montones de periódicos atrasados y ver jugar al Athletic.