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Josep Torrent, en su establecimiento. / A. T.
curiosidades

Josep Torrent, 68 años cotizando a la Seguridad Social

Nunca tuvo vacaciones. A los 12 empezó de aprendiz y ahora, a los 85, liquida el género para cerrar su mercería

FERNANDO MIÑANA
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La nostalgia empieza a enredarse entre las finas manos de Josep Torrent. Aún se mueven con cierta agilidad, certeras entre las pilas de cajas con ropa interior para hombre y mujer en su tienda de Bañolas, en Gerona. Pero sus piernas no son tan fiables y subirse por la escalera para alcanzar las estanterías más elevadas comienza a ser una temeridad. Hace unas semanas, mientras cruzaba la calle para ir a comer al restaurante con su hermana, Teresina, vio acercarse un vehículo a toda pastilla. Temió lo peor y tiró de su gemela. Ambos cayeron al suelo. Ella se rompió el fémur; él se hizo mucho daño en la espalda y tuvo que ser ingresado.

Aquello fue un aviso. Torrent, de 85 años de edad, salió del hospital con la decisión tomada: se jubilaba. Atrás queda la trayectoria profesional más extensa de España: 73 años como trabajador y 68 cotizando a la Seguridad Social. Nadie ha trabajado tanto tiempo en este país.

Y el fin, lejos de ser un alivio, alimenta sus incertidumbres. ¿Qué será de un hombre que no ha hecho otra cosa en la vida que bregar? Porque la historia de Josep Torrent (Bañolas, 1927) no es una hipérbole. Su caso es literal: no ha hecho otra cosa que despachar detrás de un mostrador. "Nunca en mi vida he cogido vacaciones. Jamás. Pero tampoco lo he notado a faltar".

Este tendero es feliz atendiendo a la clientela. Su dedicación al negocio ha sido tal que no es que nunca se haya tomado unos días para saciar otros intereses vitales, es que jamás ha salido de Cataluña. Sus viajes más largos terminaron en Gerona o Barcelona. No más allá. Y hasta Cataluña se le queda grande, pues ni siquiera se alargó un poco más para zambullirse en las golosas calas de la Costa Brava. Solo trabajar, trabajar y trabajar.

-Pero Josep, ¿y no ha echado nada de menos? Si volviera a nacer, ¿haría lo mismo?

-Seguramente no. Si volviera a nacer, cambiaría parte de mi vida.

-¿Qué parte?

-Si volviera a nacer, me casaría, y eso, sin duda, cambiaría mi vida.

Es su único lamento, no haber dado un paso al frente ante el amor de su vida. La dejó escapar y siempre se arrepentirá. Su única familia es la que desciende de sus hermanos fallecidos y de Teresina, con quien vive ahora en una residencia, La Solana. Hoy empieza las primeras vacaciones de su vida. Diez austeros días que repartirá entre la gimnasia matutina -nunca ha hecho ejercicio- y los paseos vespertinos. "Tomar el aire y el sol, un placer de la vida".

Después de este breve período de asueto volverá a abrir y al poco, en septiembre u octubre, en cuanto agote el género que queda en la 'botiga', bajará la persiana para siempre. A Josep no le importa qué pongan después en ese local. Aunque reconoce que no podrá evitar pasar por la puerta "para hacer la revisión", bromea.

La talla de los sujetadores

Su vida laboral comenzó siendo un niño. El 4 de febrero de 1940, con 12 años, entró como aprendiz en la mercería de Can Pons, en la Plaça Major. Allí desentrañó los secretos del oficio hasta que, en 1973, se trasladó a otra que había abierto su hermana años atrás en la plaza dels Turers. Teresina acabaría dejando el negocio, que ya quedó para siempre en manos del abnegado señor Torrent.

La biografía de Josep se desarrolló entre las estanterías de la Merceria dels Turers. Allí desarrolló un fino olfato. "Cuando viene una clienta y no sabe qué talla de sujetador necesita, yo, de un rápido vistazo, ya sé cuál le hace falta. Y en cuanto salen del probador, me sueltan: 'Me viene que ni pintado'. Aunque hay algunas otras que me preguntan: '¿Me está bien, Josep?", relata, picarón, este tendero octogenario.

Estos días anda un pelín aturdido. Los reporteros aporrean su puerta para conocer la historia del hombre más trabajador de España. Y él, duro de oído, está un poco cansado. A su lado, solícita, dicharachera, está cada mañana Ariadna, que hace de ayudante de su tío-abuelo, una periodista recién estrenada que entiende la persistencia de los medios. "Él hace exactamente lo mismo cada día. Abre la tienda, deja el bastón, se quita el chaleco o la chaqueta... y a trabajar".

Ya solo quedan unos meses y echa la vista atrás para repasar su recorrido. Asaltan la memoria los tiempos de la posguerra. "Aquello sí que era una crisis, que no había nada en los comercios. Ahora la oferta es amplísima". Pero el reloj apremia y algunos ya le hablan de una gran fiesta el día del cierre. Y él, tan profesional, tan poco dado a los dispendios, no está convencido del todo. "Ya veremos, ya veremos".