opinión

Poesía hiperbreve

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La poesía está de moda. En toda España se suceden festivales y presentaciones que, si antes permanecían en el campo de los iniciados, ahora se han convertido en un espectáculo que reclama un espacio propio.

Hace unos meses, la poesía apareció en las videopantallas gestionadas por la empresa municipal Cádiz Conecta. Donde al principio de su puesta en marcha decía ‘Estas pantallas no le cuestan un euro al Ayuntamiento’, ahora aparecen unos poemas hiperbreves, de unas pocas palabras, bajo el título de ‘Acción poética urbana’, entre lemas de promoción municipal como ‘A pesar de la crisis, Cádiz mejora’.

Esta ‘Acción poética’, bajo una falsa apariencia de grafiti electrónico, aparece en las pantallas de calles y autobuses, en forma de poesía hiperbreve, de una sola frase o verso. Así, ‘Sin poesía no hay ciudad’ o ‘Las mejores cosas de la vida no son cosas’. Esta acción no debería parecer un soplo de aire forzado para orear la mezcolanza de información y publicidad municipal que se da en estos soportes, donde los contenidos más neutrales detectados son la previsión meteorológica y la relación de las farmacias de guardia.

Sin embargo, una vez destapada la jarra de Pandora poética, se podrían dar algunos pasos más firmes. Se podría difundir el legado del poeta gaditano Carlos Edmundo de Ory, fallecido en 2010, creador y pródigo cultivador de poemas hiperbreves a los que llamó aerolitos, y de paso, se apoyaría uno de los fines de una fundación soportada con fondos municipales.

Los aforismos, las greguerías, las minimás, las sentencias, son formas vivas de esta poesía hiperbreve que no deja de ofrecer alguna pepita de oro cada día recogida por los poetas que los cultivan. En la era de Twitter, la red social más breve y potencialmente poética por su propia naturaleza de mensajes de 140 caracteres, se puede reivindicar la obra de un poeta no tan conocido como debería, y que pasó gran parte de su vida expatriado, en el caso de Ory, y hacer llegar a todos los textos de otros poetas vivos que al jugar con las palabras, las convierten en deslumbrante lluvia de estrellas fugaces, como las lágrimas de San Lorenzo.