Voluntariamente
Actualizado:Y dijo Drácula: «Bienvenida a mi morada. Entra libremente, por tu propia voluntad, y deja parte de la felicidad que traes contigo, aunque te asista un abogado brillante que te recomiende declarar, o te acojas a tu derecho constitucional a contar mentirijillas, o a guardar silencio, que el imputado que calla no otorga». Seré claro y desvelaré la trama: Drácula es el juez. Un magistrado atemporal, aliño sin mixtura de todos esos jueces apellidados por su apellido, un personaje inmortal que se revuelve en su tumba al clarear y que desordena el terruño humedecido por el grisú y el rocío vespertino. Su rostro de Vlad Tepes responde a una piel mil años tersada. Su negra toga posee blancos brocados. Su roja lengua recita jurídicos brocardos. Es un bocado irreflexo que respira sangre.
«Entra y depón. Voluntariamente. Es digno declarar sin que te busque y capture la Guardia Civil. Y hasta responder todas las preguntas». Y eso hace la Infanta, engañadamente enamorada, prestando declaración como pre-imputada, imputada y post-imputada, desoyendo la línea defensiva del Fiscal de Guardia que tanto daño hizo a la credibilidad de la hija del Rey y la de su propia institución. Una extraña dicotomía aparece: el ejemplo que debe dar la Infanta Cristina como Borbón (Borbona, diría alguna) y la quiebra voluntaria de su derecho a defenderse en juicio, precisamente por ello. El Conde Drakul la observa con estupor y apetito -se sabe inscrito en la historia- y luego al Fiscal -lo sabe retratado en la historia- pues no confía en nadie. Su longevidad le ha dado perspectiva. La voluntariedad es otro traspié más, la última burla antebellum.
En el día de hoy, cautiva y desarmada, su sangre azul espera ser escanciada. El pueblo no la cree como tampoco cree a Pilar Sánchez, la exalcaldesa de Jerez acusada de bien cuidar a un séquito de voluntarios que no lo eran (voluntarios, no séquito) de Pacheco. Éste decidió, libremente y por su propia voluntad, morir matando. Y en eso ocupa su tiempo.
Cristina y Pilar. Dejan ambas -y en sus hundidos rostros se aprecia- parte de la felicidad que llevaban consigo antes de cruzar la puerta del castillo del Vampiro; el miserable chupasangre con puñetas que les lee derechos antes incluso de que puedan clavarle una estaca de madera en su blanco corazón de jurisperito.
@montieldearnaiz